A pocas semanas del plebiscito, cuando apenas convergen las causas de los categóricos resultados, parece asomarse tímidamente en la reflexión la agenda ausente, la sublimada estos meses, la que incomoda a los que son acreedores de los movimientos sociales.
La agenda que nos habla de una infancia abandonada, a merced de la delincuencia, arrebatada en sus barrios, sin espacios públicos para el juego o la entretención, ya que han pasado a ser el campo de tiro del narco de turno. Niñas en manos de proxenetas que las drogan y explotan en las puertas de donde el Estado dice cuidarlas. Es la agenda de entornos inseguros donde campea la "crippy", donde la "tussy" llega en mochilas de colegio. Es la de los escolares excluidos, los que abandonaron su casa, los que huyeron con una orden de búsqueda, que nadie tramita, para caer en las bandas que los usan, que los cargan de fierro para el portonazo o la encerrona. Para todos ellos no hay agenda, no hay prevención, porque pasan años pidiendo atención.
El 17% de los niños que delinquen explican el 50% del total que comete este grupo etario. Dos de cada 3 abandona el delito si vuelve a una familia prosocial o se reintegra a la escuela, quizás el resto lo haría si además pudieran acceder a un apoyo en tratamiento sicológico o programas como la terapia multisistémica, presente en Chile con buenos resultados, pero que requiere mayor cobertura.
La agenda ausente es una agenda larga de prevención social, capaz de llegar antes y dejar de llegar tarde, allí cuando las víctimas lloran a sus muertos y la rehabilitación no llega. La condena posterior de nada sirve sin un esfuerzo real, la gente así lo percibe y exige de las autoridades acciones decididas y concretas para evitar más dolor, una oferta con resultados, disponible localmente que se haga cargo de los factores de riesgo que mientras más nos demoramos, crecen en tierra fértil y destruyen generaciones.
Se requiere capacidad del Estado para actuar con potestad administrativa en resguardo de la infancia, en especial la más vulnerable. Que Salud reaccione cuando un niño es expulsado del colegio y pide evaluación siquiátrica por años; que Desarrollo Social atienda las condiciones de pobreza de una familia que se le hace imposible acoger a su hijo en el hogar; que Vivienda recupere los espacios deteriorados en el barrio, los microbasurales se transformen en canchas; que Bienes Nacionales disponga terrenos para viviendas y restituya el uso que hoy las asociaciones delictivas dan a bienes públicos; que Justicia reinserte a nuestros jóvenes y; Educación los reintegre a las salas de clases; que los gobiernos locales sean actores claves en la cohesión social de las comunidades; que el sector privado ayude a cerrar las brechas de exclusión social y que nosotros, la sociedad civil, podamos articular transparentemente y transformemos los muros en puentes.
Tenemos un gran desafío por delante y sólo será posible avanzar si somos capaces de impulsar esta agenda por el presente y el futuro de nuestra infancia, por sus familias y comunidades, pues jamás podremos pensar en un País mejor olvidándonos de ellos.
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