Luego de visitar en las últimas semanas a varias familias de Galvarino y Cholchol, comunas de la Región de La Araucanía que poseen los índices más altos a nivel nacional de pobreza por ingresos según Casen 2017, y tras conversar con muchas madres y con los equipos en terreno, volví con un claro y potente mensaje: hoy las mujeres tenemos la gran oportunidad de hacer de Chile un país más desarrollado, humano y educado.
Lo digo porque, pese a vivir en contextos desfavorecidos, con poca conectividad y desde hace más de un año sin que sus hijos tengan acceso a jardines infantiles o colegios, hay muchas mujeres en nuestro país que -sin importar las condiciones sociales y económicas donde se encuentren- se han convencido de que sus hijos volarán tan lejos como sus sueños se lo propongan, mientras tengan al menos UN referente emocional que les entregue el colchón de afecto y seguridad que todos necesitamos en nuestra primera infancia, etapa que resulta clave para desarrollarnos a lo largo de la vida.
En muchos casos ese referente es una mamá empoderada y comprometida con el futuro de sus hijos, algo así como una "señora Alicia", la madre de Iván Zamorano, quien estuvo siempre detrás de su hijo, creyendo en él y apoyándolo para que encontrara un mejor futuro. "La que me enseñó que en la vida no hay imposibles", dijo el jugador de fútbol hace unos años refiriéndose a ella.
Es tan profundo el sentimiento de estas mujeres que, así como ocurre en La Araucanía, hay este año 2021 otras 1.700 familias que viven en contextos vulnerables, en su mayoría monoparentales o con mujeres jefas de hogar, adhirieron al Programa Familias Power. Ellas todos los días, al menos 30 minutos, se dedican a trabajar vínculos seguros, a desarrollar afectos permanentes y a potenciar la lectura, comunicación y aprendizaje de sus hijos preescolares de la mano de una profesional experta de Fundación Niños Primero, a quien valoran profundamente.
Estas madres han puesto a la educación en el centro de sus vidas, transformando sus hogares en primeras escuelas y convirtiéndose ellas en primeras educadoras.
Ahora les toca un nuevo desafío que puede ser aún más significativo y generar impacto más allá de sus propios hogares: ser portadoras del mensaje de la educación y protección de la primera infancia a muchas más familias, movilizando a otras mamás, promoviendo tejidos sociales sólidos, ejerciendo liderazgos positivos entre los suyos y potenciando algo que es verdaderamente incondicional, mágico y que mueve montañas: ¡el amor de madre!
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