Alan García, un político y orador excepcional, que descanse en paz

Su retórica era capaz de convencer a los más escépticos. Sus detractores lo consideraban como un encantador de serpientes. Por eso cuando se presentó por segunda vez como  candidato Presidencial - pese al desastre que significó su primer Gobierno -, respondía con firmeza a sus contrincantes asegurando que había madurado, que había aprendido de sus errores y de su experiencia como primer mandatario.

Era un político avezado que sabía agradar. Al igual que el ex Presidente Arturo Alessandri Palma, antes de entrevistarse con alguna persona que le solicitaba audiencia, consultaba a sus asesores quien era y por qué lo visitaba, para así poder entablar una  conversación con contenido.

En el ámbito académico, se memorizaba los nombres de los profesores con quienes compartía cátedras o a quienes iba a saludar y era capaz de improvisar sobre cualquier tema con gran facilidad.

En una ocasión, cuando recibió en su oficina a un ex Embajador chileno demócrata cristiano, lo hizo mostrando una enorme pintura del Papa Juan Pablo II. Imagino que si la visita hubiese sido de algún un Embajador  “compañero”, habría exhibido un cuadro del Che Guevara.

Políticamente, fue dos veces Presidente de su país, y derivado de “su ego colosal” según un informe de wikileaks, quería serlo por tercera vez. Esto habría que tenerlo en cuenta al  momento en que por si y ante sí, decidió quitarse su vida de un balazo. 

Alan García no iba a permitir terminar sus días en una prisión preventiva que al menos le habría significado tres años de cárcel. Él siempre fue protagonista de la historia política de su patria, por lo que no podía permitirse salir esposado, a temprana hora, de su casa como un delincuente. Él era Alan García Pérez y punto.

Quisiera también recordar en esta columna un hecho desconocido para mucha gente. En enero de 2011, el Presidente Piñera le ofreció en el Palacio de la Moneda una cena oficial con motivo de la visita de Estado que realizó Alan García a Chile

El Presidente Piñera, rodeado por su Gabinete, realizó un muy buen discurso de bienvenida, el mejor que le he escuchado. Por mi parte, acompañaba a la delegación del Perú, por lo que me encontraba a menos de dos metros del mandatario peruano. Me fijé que observaba y escuchaba atentamente el discurso a su par chileno. Cuando terminó, Alan García lo miró y le dijo sonriendo “veo que se tomó su tiempo y preparó muy bien su discurso, Presidente”. Esa frase provocó la risa de los presentes y una notoria sorpresa en el aludido.

Luego vendría el  discurso de Alan. Fue sencillamente magistral.

En mis más de cinco décadas nunca he escuchado un relato tan acucioso y tan ameno. Comenzó describiendo la historia del Palacio de la Moneda y del aciago bombardeo del 11 de septiembre de 1973, de la relación vecinal chileno- peruana, la cual pese a las secuelas históricas provocadas por la Guerra del Pacífico, debiera encaminarse hacia  una estrecha vinculación de dos países que tienen en común una historia, una geografía, un idioma, una religión. Afirmó que ambos miran hacia el Pacífico por lo cual hoy esa circunstancia es una gran ventaja,

Creo que terminó diciendo que su presencia reflejaba el compromiso y el anhelo de su Gobierno y su pueblo por trabajar juntos en la grandeza de nuestros Estados. Todos los asistentes lo ovacionamos. Claro está que Alan García omitió en su discurso explicar el por qué se había referido recientemente a los chilenos como “los codiciosos mercaderes del sur”.

En este contexto, mi colega y amigo José Miguel Vial me comentó que Alan García en su libro “Pida la Palabra”, menciona que uno de los discursos más emotivos de la historia contemporánea es el que dirigiera el ex Presidente norteamericano Richard Nixon al Staff Association (empleados) de la Casa Blanca, luego de dimitir de su cargo.

Nixon se despide de su entorno cuando se es cuestionado por todo el mundo. ¡Qué momento! Sin embargo, la forma como Nixon se expresa y en especial, la forma como homenajea a su padre, nos hace olvidar todos aquellos cuestionamientos. Este simple consejo refleja que Alan García Pérez sabía de política y oratoria.

Concluyo esta columna con parte de la carta que legó, antes de suicidarse, a su familia y a la historia del Perú.

“… He visto a otros desfilar esposados, guardándose su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos. Por eso les dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones y a mis compañeros una señal de orgullo y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse. Que Dios, ante quien voy con dignidad, proteja a los de buen corazón y a los más humildes”, finaliza su carta, la que fue leída por su hija ante una multitud de sus partidarios reunidos en “La Casa del Pueblo”.

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