Deber democrático de condenar el terrorismo

La reciente votación en la Cámara de Diputadas y Diputados que aprobó con una amplia mayoría una resolución solicitando al Presidente Gabriel Boric reconocer a Hezbolá como organización terrorista representa un hito importante en la postura de Chile frente al terrorismo internacional. Sin embargo, los 12 votos en contra -en su mayoría provenientes de parlamentarios oficialistas- dejan entrever una preocupante disonancia en un tema que debería convocar un consenso transversal.

Hezbolá no es una abstracción ni un actor lejano. Es una organización con una extensa y documentada historia de acciones terroristas, financiamiento ilícito, tráfico de armas y vínculos con el crimen organizado. No lo dicen solo gobiernos occidentales: informes de Naciones Unidas, investigaciones judiciales en América Latina y estudios académicos dan cuenta de su presencia e influencia en la región.

América Latina no ha sido ajena a sus operaciones. El atentado a la AMIA en Buenos Aires en 1994, que cobró la vida de 85 personas, fue atribuido a Hezbolá con respaldo de pruebas contundentes. Pero no se trata de hechos del pasado: distintos organismos internacionales han alertado sobre la existencia actual de células logísticas y de financiamiento de Hezbolá en varios países de la región, incluido, lamentablemente, Chile.

Frente a esta realidad, no podemos darnos el lujo de permanecer indiferentes ni invisibilizar lo evidente. Una democracia responsable no puede relativizar el terrorismo. La condena al uso de la violencia debe ser absoluta, sin matices ideológicos ni cálculos partidarios.

Reconocer a Hezbolá como organización terrorista no es un gesto simbólico ni una subordinación a intereses externos. Es una medida necesaria para resguardar nuestra soberanía, proteger a nuestras comunidades y alinearnos con los valores universales de respeto a la vida, la paz y la convivencia civilizada.

Chile ha demostrado históricamente una vocación por la paz y los derechos humanos. No podemos permitir que esa tradición se vea empañada por ambigüedades frente a actores que promueven el terror. Es hora de que nuestra democracia hable con una sola voz frente al terrorismo, y que esa voz sea clara, firme e inequívoca.

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