A pocas horas de comenzar el proceso electoral de los Estados Unidos, estas horas previas son de total incertidumbre, el que destaca por la transcendencia respecto al curso que tomará el país del norte respecto al futuro del Acuerdo de París y sus repercusiones para el mundo.
Intentar ser neutral sobre esta materia es imposible porque mucho está en juego para el futuro de la humanidad. Dicho eso, no hay manera de saber lo que nos depara el futuro electoral estadounidense, pero pase lo que pase seguirá dependiendo de nosotros, los habitantes del planeta, lo que suceda con este ejercicio electoral y las consecuencias que pueda tener para la casa común.
Es imposible separarse de dicho proceso y de sus posibles efectos, por lo que resulta fundamental que ese país retome el cauce del Acuerdo de París, del que desistió bajo la última administración y del que se apartaría de manera permanente, aunque no definitiva, por los próximos 4 años, si es reelecto el presidente Trump.
Entre los requisitos para la entrada en vigor del Acuerdo de París, definido por la Asamblea de Naciones Unidas en diciembre de 2015 durante la COP 21 en la capital francesa, se señala la ratificación, al interior de los países, de al menos 55 naciones, equivalentes al 55% de las emisiones globales. Ambos se alcanzaron el día 4 de noviembre del año siguiente, en 2016, por lo que el compromiso adquirido por 197 partes concurrentes a dicho tratado se estaba cumpliendo al poco andar, según la hoja de ruta de Naciones Unidas.
Paralelamente, se estaba desarrollando la anterior campaña presidencial en los Estados Unidos, con un candidato opositor bastante sui generis como era percibido en ese momento Donald Trump, cuyo compromiso de campaña inicial era volver a levantar la industria fósil norteamericana a través del levantamiento de todas las trabas que se lo impidieran, incluido el tratado climático de París, cosa que cumplió e inició rápidamente el trámite de salida del país al resultar vencedor de dicha contienda electoral.
El problema es de tiempo
El Panel Científico de Naciones Unidas señala, en su último informe pre pandemia, que aún la humanidad mantiene una ventana de oportunidad para alinearse a la ruta del Acuerdo de París durante la década que comprende el 2020 y el 2030. Son 10 años en que la economía global debe transitar a modelos bajos en carbono y acelerar la transición energética a energías limpias de la manera más costo-efectiva posible. Estos diez años equivalen a dos gobiernos completos en la mayor parte del mundo, en donde deben y debemos elegir autoridades de buen nivel técnico y con comprensión y voluntad política para liderar dicho proceso.
La tarea es y parece titánica, no sólo por los volúmenes de recursos requeridos para alcanzar dicha meta, sino por razones aún más complejas, que son alinear a una no despreciable cantidad de países que son reacios a adquirir este tipo de compromisos o bien son derechamente negacionistas del cambio climático. No son muchos, pero son importantes y se han hecho sentir en el ambiente internacional, quizás inspirados por el rol del presidente Trump: Bolsonaro en Brasil, Duque en Colombia, Australia, Polonia, Ucrania. ¿Chile?
El retroceso de Madrid COP 25
La COP 25 de Madrid fue un fracaso para el movimiento ambiental y climático del mundo, en especial porque se esperaba que el rol de la presidencia chilena de la cumbre fuera un factor motivador para las partes, fundamentalmente porque el país mostraba credenciales favorables en materia de transición energética que, entre 2012 y 2018 multiplicó al menos 6 veces la participación de las energías renovables no convencionales, protagonizando una transición energética que fue ejemplo para muchos durante los años previos a la cita global, que volvía a la región latinoamericana después de cinco años.
Es cierto también que la responsabilidad del fracaso de ese tipo de reuniones no recae solamente en quien ostenta la presidencia, pero en materia internacional y sobre todo en el ambiente de las negociaciones climáticas el factor del liderazgo tiene un peso trascendental a la hora de las definiciones y de alcanzar acuerdos, buena parte de ellos empujados por la presidencia del evento.
En los hechos, la debilitada capacidad negociadora de las autoridades que representaron al país se expresó en su real capacidad en la jornada final de la asamblea general, poniendo en duda de entrada el avance de las negociaciones y sufriendo un revés de tal magnitud que los asistentes lo expresaron a viva voz en la amplia sala de reuniones en que todos los países se miran las caras, el que fue ampliamente difundido.
Además, y a diferencia de las versiones anteriores de la cumbre y en parte debido a la lentitud del avance general de las negociaciones que se produce entre los representantes gubernamentales, el movimiento de la sociedad civil global cada día tiene más protagonismo y se ha hecho sentir con mayor fuerza en los últimos años, en parte para contrarrestar el protagonismo del presidente Trump en la vereda del negacionismo; por otro lado, para que el sentido de urgencia que recorre al mundo sea considerado. Lo demás quedará en la historia como la crónica de un fracaso histórico que lamentablemente tomará tiempo comenzar a recuperar.
La buena noticia es que China se mantiene dentro del Acuerdo de París. Este es un dato relevante a la luz de los acontecimientos globales, por la escala que significa el gigante asiático y por el rol de liderazgo que ha ido sosteniendo e incrementando.
De hecho, según el Renewable 2020 Global Status Report de REN21, China lidera todas las estadísticas de crecimiento de las energías renovables a nivel mundial, transformándose rápidamente en líder del segmento y concitando el interés creciente de inversionistas, proveedores de tecnologías y constructores en terreno de instalaciones de plantas (capacidad instalada).
De otro modo, la trayectoria hacia la catástrofe ya sería irreversible, ya que China por si misma mantiene la incertidumbre de esta batalla aún a favor de la humanidad.
A su vez, son varios los Estados de la Unión que dan batalla para avanzar pese al sentido inverso del liderazgo de Washington, en una batalla épica que reúne a antagonistas estratégicos en una campaña común para salvar a la humanidad y los ecosistemas del colapso sin retorno.
A escala global, en materia climática también se ha disputado el liderazgo global por el que pugnan Estados Unidos y China, y debido al vacío dejado por el vecino del norte durante la actual administración, el gigante asiático se ha alzado como el mayor aliado global en esta materia, dejando atrás las dudas que este factor podría haber significado un par de décadas atrás. China está cumpliendo su parte para ponerse en la ruta de París, haciendo enormes esfuerzos que sin duda serán reconocidos en su momento.
También, porque para buena parte del mundo en vías de desarrollo el líder al que siguen es China, por su influencia creciente y la estabilidad a largo plazo de su sistema político y social, que además salió fortalecido por la capacidad de conducción y adhesión de su población en el contexto de la pandemia de este 2020 y de su ahora confirmada capacidad sanitaria (de carácter estatal) para proveer salud a su enorme población.
Las malas noticias iniciales del año 2020, que indicaban una crisis sanitaria de dimensiones nunca vistas y con un impacto en las economías del mundo que aún se está por determinar, consideró un parón de la actividad económica evaluada inicialmente desde la perspectiva del crecimiento económico, pero no desde la perspectiva de la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Pese al impacto, según la Agencia Internacional de Energía (AIE) no hubo una disrupción energética consistente durante la Pandemia del COVID-19 en el hemisferio norte durante 2020, y pese al extraordinario declive económico asociado, esta agencia predice una reducción en las emisiones de CO2 relacionadas con la energía de sólo un 8% total para este año.
A su vez, la proyección es que, para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, se requeriría una disminución anual de al menos un 7,6% constante durante los próximos 10 años.
Por otro lado, el fenómeno de la pandemia ha dejado otras lecciones también relevantes, como por ejemplo en materia de liderazgo, ya que a diferencia de China, el modelo de desarrollo económico y social de los Estados Unidos ha mostrado toda su debilidad para dar atención y ayudar a sus propios conciudadanos, produciendo externalidades sociales profundas al interior de su propia ciudadanía y profundizando así su pérdida de liderazgo y acelerando su trayectoria de salida, ya anunciada en campaña por el actual gobierno, del ambiente multilateral.
Las energías renovables en pandemia
El crecimiento de la generación eléctrica renovable ha sido impresionante en los últimos cinco años, incluido 2020, año en que pese al efecto de la pandemia las energías renovables crecieron 5% solamente en América Latina. En Chile, este año incluso debutó una nueva tecnología denominada de Concentración Solar, que promete ser una solución tecnológica a la problemática de la intermitencia de otras tecnologías como la solar y eólica.
Lamentablemente, muy poco está sucediendo en los sectores de producción de calor, frío y también en el sector transporte, por lo que este crecimiento de las energías renovables no está siendo suficiente y la ruta hacia el desastre climático continúa su camino, a menos que hagamos una transición inmediata a energías renovables en todos los sectores como respuesta a la pandemia del COVID- 19.
Los paquetes de recuperación pos pandemia ofrecen una oportunidad única de llevar a cabo la transición a economías bajas en emisiones de carbono, y hay un creciente cuestionamiento a un tipo de pensamiento en que el crecimiento económico era considerado infinito, en un planeta y realidad finitos. Por supuesto, el riesgo político inminente es dejar pasar esta enorme oportunidad para reorientarnos definitivamente hacia el camino de solución que ofrece el Acuerdo de París.
El multilateralismo tambalea
En poco más de 3 años, Estados Unidos abandonó la Unesco, el comité de Seguridad de Naciones Unidas, el de Derechos Humanos, la Organización Internacional de Comercio e inició el trámite para la salida del Acuerdo de París. Estas acciones ponen en riesgo la capacidad del mundo de enfrentar juntos los desafíos y peligros que el planeta deberá enfrentar a largo plazo. A su vez, es una señal de abandono de la lucha por mejorar las condiciones de vida de miles de millones de seres humanos que cuentan con el apoyo del sistema internacional para subsistir cuando los gobiernos son incapaces de dar solución a desastres naturales, guerras y efectos del cambio climático, que serán la norma en poco tiempo más.
Es fundamental fortalecer dicha coordinación global que ha permitido a casi ocho mil millones de seres humanos transitar las vicisitudes como la pandemia del Coronavirus y otras calamidades de salud pública que nos puedan afectar en el futuro. Esa capacidad costó décadas construirla y entre todos debemos abogar por mantenerla y desarrollarla.
A su vez, es un imperativo ético cada vez más evidente que tenemos que luchar con todas nuestras fuerzas para hacer del mundo un mejor lugar donde seguir viviendo, en armonía con la naturaleza, como nos enseñaron nuestros pueblos originarios, y no desafiándola y llevándola al límite. Nadie gana destruyendo el entorno en que nos hemos adaptado y hemos progresado la mayor cantidad de tiempo que tenemos sobre la superficie terrestre. Actualmente sobrepasamos el límite de lo que es seguro para nuestra sobrevivencia, hipotecamos la capacidad de regeneración del planeta para algunas generaciones que nos siguen y debemos ser capaces de retomar ese equilibrio mientras sea posible hacerlo.
El Acuerdo de París tiene esa significancia, no es un mero tratado internacional en que algunos se benefician y otros sufren las consecuencias. Es un acuerdo para la casa común, para todas las razas y credos, para todas las especies que compartimos en el tiempo y espacio común.
Es nuestro deber ético buscar los mecanismos para asegurar que pase lo que pase sigamos con capacidad para detener todo aquello que nos ponga en riesgo, y eso debemos tener en mente en esta y en las próximas elecciones presidenciales donde nos juguemos el futuro del planeta.
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