El llanto de Ucrania

"Démosle una oportunidad a la paz", John Lennon.

Más que llanto, es un grito desgarrador, desesperado, angustiante. Lo vemos a diario en TV, en el cómodo living de nuestras casas. A miles de kilómetros del centro de operaciones bélicas, entre dos naciones con historia comunes, que resistieron juntas el asedio alemán en la Segunda Guerra Mundial. Rusia la poderosa, Ucrania la indómita.

"No cambiaremos gas y petróleo ruso, por la defensa de los DD.HH.", dijo brillante el español Josep Barrel, en su discurso en la ONU. Salvo algunas tibias declaraciones de apoyo al débil, el resto de UE se queda en una neutralidad vergonzosa, temerosos que el oso ruso los reprenda.

Los cuatros jinetes del Apocalipsis cabalgan desaforados, sobre un campo fértil de bellos girasoles, que al paso de las bombas dejan un regadío de sangre inocente, tiñéndolo todo de rojo, el color de la vergüenza, que emana de la desquiciada inhumanidad, buscando la destrucción total, rendición incondicional, de un país vecino que es invadido por el ejército ruso; cuyo poder se ve ensombrecido al paso de los días, la operación relámpago que estaba programada para escasas horas se encontró con la famosa muralla de la libertad y la dignidad del valeroso pueblo ucraniano, para proteger la tierra de sus ancestros.

Sobre dos millones de refugiados son los que intentan cruzar la frontera más cercana. Niños, niñas, mujeres y adultos mayores cargando sus escasos enseres caminan en largas columnas, tratando de sobrevivir de esta barbarie criminal, de un ególatra líder desquiciado que los azota brutalmente.

El corredor humanitario tiene bemoles y las partes en este unilateral conflicto esperan un alto al fuego. Los que huyen arriesgan todo, los que se quedan valientemente defienden el derecho a vivir en paz, en su patria.

Saben que serán arrasados e inevitablemente sin piedad alguna, serán sentenciados a muerte, como enemigos del imperio, evitando tomar prisioneros durante la total ocupación.

Putin, el zar, quiere demostrar al mundo que nada ni nadie puede oponérsele a sus ambiciones expansionistas, atemorizó a la UE y a los EE.UU. con una guerra nuclear, sin escrúpulo alguno se apoderó de la planta nuclear más grande de Europa, Zaporiyia, con seis reactores funcionando, causando un peligroso incendio durante el ataque, que pudo dar paso una explosión. La tercera guerra mundial está rondando en manos de líderes que con sus arsenales nucleares nos pueden hacer desaparecer de la tierra.

Junto a la guerra, está la otra, la de las mentiras de ambos bandos, las fake news, información distorsionada e interesada. Los vendedores de la muerte, aquellos que comercian las armas, los ejércitos que se justifican, los inescrupulosos que trafican con los refugiados, los que encarecen los víveres y remedios, los miles de delincuentes que asaltan, roban matan, a diestra y siniestra.

El mundo está perplejo, no podemos callar. Como no lo hicieron en su oportunidad centenares de rusos tan destacables como Tolstoi, Dostoievski, Pushkin, Chejov, Chaikovski, Gagarin, Petrosian Spaski, Solzhenitsin, Block, Mussorgsky, Grossman, Smyslov Kasparov, Kurchnoi o Nijincky; destaco a Malevich, Prokofiev, Gogol, los gigantes intelectuales nacidos en Ucrania.

Chile tiene que brindar asilo a los refugiados, así lo dice su canción nacional. Ahora ya, somos una nación pequeña, lejana, pero orgullosa de nuestra hospitalidad. El mismo asilo que recibimos, del mundo entero, cuando perdimos la libertad, la democracia y la dignidad.

 

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