Haití,¿la última peste?

Ismael Llona
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A partir de la salida en 2004 de Aristide y, especialmente, a raíz del terremoto de enero de 2010, el protectorado de facto se hizo aún más evidente en Haití.

Las tropas de Naciones Unidas que, a lo largo de 2004, llegaron a la isla con el objeto de impedir una naciente guerra civil que podía afectar toda la zona, se han mantenido allí durante siete años, aun cuando las posibilidades del enfrentamiento militar son hace rato escasísimas, no mayores de las que puede haber en Colombia, Guatemala, Nicaragua o Perú.

Desde el año pasado y con el objeto de manejar lo central de la economía pos-terremoto (la planificación de las inversiones en el país y el monto de ellas) la llamada comunidad internacional estableció una institución dirigida, en primer término, por el ex Presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton.

En los dos últimos años, cuando EEUU lo ha decidido –y sin que la OEA dijera una sola palabra- se han producido, con variados y aparentes argumentos, dos invasiones de las fuerzas armadas norteamericanas, con miles de marines en movimiento.

Por el lado –para no decir por arriba- del Presidente de la República de Haití y del Representante en Haití de Naciones Unidas, el Pentágono ha establecido, cuando ha querido, su poder en el país. Ha ido a echar una miradita con barcos de guerra y miles de soldados cuando ha creído que era necesario.

La nueva elección de noviembre de 2010 y marzo de 2011, que puso a Michael Martelly en la Presidencia y a una mayoría de Initie (el movimiento del ex Presidente Preval) en el Parlamento, no ha hecho variar nada de lo fundamental.

Hasta ahora, además, Martelly no ha sido capaz de consensuar con Initie el nombramiento del Primer Ministro y, como allí hay un régimen parlamentario, no hay propiamente gobierno (en seis meses).

El ahora serio Jefe de Estado –un cantante muy popular que se caracterizó por actuar en los carnavales mostrando el traste y disfrazándose de mujer- no ha podido convencer a los seguidores de Preval, que, a diferencia de los que votaron por Martelly, esperan otro tipo de malabarismos del exitoso cantante.

Los haitianos que alguna vez siguieron, forzadamente o no, los pasos de los más importantes hunganes (brujos o sabios mayores) que ocuparon el Palacio Blanco en los últimos 50 años, no se pueden quejar.

Baby Doc Duvalier y Aristide, separados por algunas cuadras están en Port au Prince.

El primero volvió de un exilio dorado en Francia y el segundo del suyo en África del Sur.
No están siendo perseguidos, ni tienen prohibición de participar en política. Ni Francia ni EEUU, ni la ONU, ni la OEA, ni Chile han pedido que el criminal Baby Doc, por ejemplo, sea detenido y juzgado por crímenes contra la humanidad.

Tampoco Aristide.

Las misiones extranjeras que están allí, políticas y militares, dicen que su objetivo es ayudar a la construcción de un estado de derecho en el país, pero eso no lo puede creer ni uno solo de los nueve millones de habitantes que ven cómo las razones por las que se mataron ayer dejaron de tener vigencia y cómo nadie pide la aplicación de las más fundamentales normas legales de convivencia.

¿Existen las leyes? ¿Ésta es la democracia que quieren construir?

Mientras tanto, cientos de miles de damnificados por el terremoto, siguen sobreviviendo en campamentos.

Y dos pestes más han azotado a los haitianos. La del cólera y la de los abusos sexuales de efectivos de Naciones Unidas.

El año pasado, y a raíz del vaciamiento de heces fecales humanas en el Río Artibonite, muy lejos del lugar del terremoto, se gatilló una epidemia de cólera que ha matado a unas 4.500 personas e infectado a decenas de miles.

Naciones Unidas no lo ha aceptado, pero serios estudios epidemiológicos, como el del francés Renaud Piarroux, han concluido que la causa ha sido el derrame de desechos fecales de soldados nepaleses que tienen su cuartel en Mirebalais, la zona del Artibonite.

Nepal, un país más pobre aún que Haití, integra las tropas de Naciones Unidas allí.

Haití, una nación de extrema debilidad sanitaria, había logrado hace un siglo ser un país libre de cólera.

Hace unos días se mostró un video, tomado por celular el 20 de julio, que muestra a cinco marinos uruguayos, integrantes de la Misión de la ONU, abusando sexualmente de un haitiano de 18 años en el cuartel de la Armada Uruguaya en Port Salut, en el sur de la isla.

El video fue tomado por un jefe. El Ejército uruguayo ha reclamado por el rol de la Marina allí. El Presidente Mujica ha pedido perdón a Haití y puesto los antecedentes en manos de la justicia.

No es primera vez que atropellos así suceden, pero hasta ahora se trataba de violaciones de soldados a mujeres haitianas, incluso denunciadas por la Ministra de Asuntos Femeninos del gobierno anterior, pero todo ha quedado en nada. No fueron escándalo internacional.

El pueblo haitiano ha sentido que la fuerza militar extranjera se parece más a un ejército de ocupación que a una misión de paz y cooperación.

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