Incompetencia política

                                                                                                                

España vive una situación política impensable desde que se aprobara la Constitución en 1978, tras 40 años de dictadura franquista.

Fracasados los intentos llevados a cabo  para poner en marcha un Gobierno estable, los ciudadanos se ven obligados a unas nuevas elecciones. Esta vez el próximo 10 de noviembre.  El hartazgo, el malestar contra la clase política, se refleja en los sondeos y en la calle.  En las redes sociales se apunta sin misericordia a los posibles culpables. Todos.

La entrada en escena del multipartidismo, que ha dejado obsoleto  al bipartidismo que hizo posible la alternancia en el poder de conservadores (o de centro-derecha, según se interprete) y socialistas, ha desvelado la incapacidad de los líderes políticos de lograr acuerdos para formar Gobierno.

El ganador de las últimas elecciones celebradas el pasado abril, el socialista Pedro Sánchez, desperdició sin contemplación la posibilidad de lograr una salida honorable a las negociaciones con la coalición de izquierda Unidas Podemos.

También es verdad que el líder de esta agrupación, Pablo Iglesias, no lo puso fácil a la hora de manifestar sus condiciones, que era la de una coalición de un Gobierno con reparto de carteras ministeriales y nombramientos de los suyos en puestos claves en el sector económico y  de Trabajo, especialmente.

Ante las negativas del aspirante a  esas propuestas, Iglesias intentó en un último momento negociar un posible acuerdo para legislar sobre temas prioritarios para España. La jugada no convenció a Sánchez, tozudo en aspiraciones, quién se volcó en convencer al líder de Ciudadanos,  Albert Rivera  (centro-derecha) para  unirse a socialistas y así sumar la mayoría de votos necesarios para la investidura. El intento de acercamiento también fracasó. Rivera exigió a Sánchez liberarse del apoyo recibido por los independentistas.

Llegado a este punto, el  Rey Felipe VI, en su condición de Jefe de Estado y al constatar tras ronda de consultas con  los líderes de todos los partidos y grupos con representación parlamentaria que no había acuerdo para una segunda y definitiva sesión de investidura  del presidente en funciones, Pedro Sánchez u otro candidato,  determinó que se convocaría nuevas elecciones.

El Partido Popular, pieza fundamental en la etapa en la que reinó el bipartidismo en España, se ha mantenido en segundo plano en  este debate de titanes encabezado por el socialista Pedro Sánchez.

Liderado por Pablo Casado, también representante de la nueva generación de políticos españoles, los populares se dedican a medir fuerzas con Ciudadanos, en un intento de quitarle votos y así recuperar el terreno perdido en las pasadas elecciones, consecuencia de los múltiples casos de corrupción que han salpicado al partido conservador español.

El panorama político no puede ser más oscuro. El fantasma de que se repita un empate que obligue al diálogo entre las diversas fuerzas está en la mente de todos. El peligro de un nuevo fracaso no abandona a los ciudadanos.

Las encuestas  pronostican  que el Partido Socialista Obrero Español aumentaría el número de parlamentarios sin lograr la mayoría absoluta. También obtendría más representación el Partido Popular. La incógnita es la decisión que tomen los votantes de Ciudadanos, molestos con su líder Albert Rivera por su acercamiento a los populares e incluso a VOX, de ultraderecha.

Unidas Podemos también se juega  su condición de cuarta fuerza política y queda por saber si persiste la cosecha de votos a la baja de las elecciones generales, autonómicas y  locales  o recupera terreno.

Votos más o votos menos, participación paupérrima o no, lo preocupante es que los ciudadanos tienen la percepción de que la clase política les ha dado la espalda. La imagen de los líderes  es lamentable.

Ambiciosos, incapaces de dialogar, soberbios, individualistas. Es lo que se opina de esta generación de políticos y de partidos que con su fracaso han sembrado descrédito, incertidumbre, desesperanza y nula credibilidad.

El daño está hecho.

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