Prefería que ganara Hillary Clinton, pues aun cuando es muy masculina, podría introducir un elemento de cambio al ser la primera mujer presidiendo la gran nación del Norte. Nada más. Porque, en verdad, estoy convencido de que nada grave podrá pasar en ese país porque uno u otro asuma la presidencia. El único que podría haber introducido cambios reales era Sanders, pero esos cambios, acotados en todo caso, eran inaceptables para el orden establecido y por ello quedó rezagado.
En todo caso, su alta votación provino del incremento de los sufragios en esas elecciones primarias más que un cambio de posiciones internas, pues se incorporaron los jóvenes (de todas las edades) que pudieron sentirse representados por los planteamientos de Sanders.
Pero, esos “jóvenes” no se sumaron a la campaña de Clinton, pese a los llamados de su líder. Porque ellos “sabían” que la candidata no tenía grandes diferencias con su oponente republicano, salvo en el estilo de decir las cosas. Y, por lo demás, en su “pensamiento deseado”, jamás pensaron que Trump podría ganar las elecciones. Parecía tan burdo, tan grotesco, el mensaje del republicano, que hasta los propios líderes de su partido se distanciaron de él y en la mayoría de los casos quedaron a la espera de una derrota, confiados en que la señora Clinton no intentaría nada muy audaz en su gobierno. ¡Se trataba de aguantar 4 años más!
Pero nadie contó con datos sociológicos que, estando a la vista de todos, quedaron en una nebulosa de intelectualismo. El tradicional pueblo americano, afable y amistoso en ciertas circunstancias, es nacionalista, cerrado sobre sí mismo, desconfiado, machista, violento, ciertamente racista.
Aun no es posible cerrar Guantánamo, eliminar las armas en manos de particulares, ratificar los tratados de protección del medio ambiente, aceptar de buen grado a los inmigrantes (como, por lo demás se formó el país de inmigrantes que es), generalizar la tolerancia, fortalecer el respeto de las razas diferentes. Los estadounidenses cosmopolitas, liberales, tolerantes, interesados en el mundo, inquietos por el cambio climático, no violentos, responden al mundo intelectual de las universidades costeras del Atlántico Norte y del Pacífico.
Entonces, un estadounidense descendiente de inmigrantes europeos, inteligente pero poco preparado, que responde a todas las características del ciudadano medio - exceptuando por el dinero que ha acumulado – se alza con un discurso que muchos piensan, pero no tienen la oportunidad de expresar más allá de sus pueblos del centro del país o de los límites de su Estado.
Los intelectuales “de izquierda” lo presentaban con el mote de “magnate”. Cabe repetir la pregunta que hace uno de los protagonistas de la serie “Billions”, ¿desde cuándo es delito ser rico en este país? Porque ése es el gran sueño americano. El pueblo de los Estados Unidos no aspira a premios de ciencia ni al Nobel de Literatura, aspira a tener bienestar material. Hasta Dylan quedó desconcertado cuando recibió la noticia del premio que le otorgó la Academia sueca.
Ellos creen que en su país cualquiera puede salir de la pobreza si se esfuerza y atribuyen los fracasos de cualquier tipo siempre a otros: los negros, los inmigrantes latinos (las inmigrantes de Ucrania y otros países de esa zona parecen ser un aporte e incluso una aspiración), los musulmanes, los pobres de otros países a los que hay que ayudar, los chinos que los saturan de mercaderías que ellos también podrían fabricar.
Entonces Trump habló para ellos y esta vez ese tipo de personas, las que añoraban el país de hace 50, 40 o 30 años atrás, decidió ir a votar.
Y mientras los partidarios de Sanders se retiraban desilusionados, el dinosaurio norteamericano despertaba de su sueño. En defensa de una “manera de vivir sus tradiciones” la abstención histórica disminuyó de modo significativo, votando un 65%. Y así ganó Trump. Y ganó en los Estados del centro, golpeando al poder establecido en su partido que no lo apoyó. Rompió la casta y alteró las reglas del poder tradicional.
Perdió en los límites marinos, donde los intelectuales vegetarianos, fumadores de muchas cosas, pacifistas, observaban el acontecer: apreciaban cómo la señora Clinton mostraba que sus diferencias con el oponente no eran más que de estilo e intereses.
Ella quería mantener lo que ha hecho su Partido, las guerras, la expansión valórica en el mundo entero, la imposición de su cultura, de su economía, de sus intereses, aun al precio de seguir con la política republicana de mantener situaciones de violencia e injusticia. La situación de Libia y el triste espectáculo de ella con Obama sentados para ver el asesinato de Osama Bin Laden, reflejan lo que podíamos esperar de su triunfo. Trump encerrará progresivamente a su país y mientras mantendrá la situación: guerras exteriores, violencia interna, incremento del hostigamiento a todos los inmigrantes.
No habrá diferencias reales. Los poderes verdaderos (militares, grandes empresarios, la prensa y la TV) pondrán límites a las ideas que se salgan de los marcos y cautelarán que las cosas continúen como están, según la conveniencia de los poderosos y los intereses económicos.
Los que siembran terror e invocan interpretaciones de Nostradamus, se están asustando de su propia campaña del terror. Muchos de ellos terminarán votando por la reelección del poderoso “hombre medio americano”.
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