Lo de Macron en Francia es muy ilustrativo para mirar en perspectiva una característica de la política de hoy, la demanda por cambios generacionales en la conducción de los gobiernos y de la política en general, cuestión que va acompañada de nuevas estrategias que son tan pasajeras como la alta valoración de las figuras políticas.
En efecto, hoy la tendencia es hacia las personas y no los proyectos colectivos o visiones de sociedad. Sin embargo, la moda de aceptación es pasajera y la misma necesidad de renovación conlleva que a poco andar la decepción por lo obrado, o lo no realizado, traiga consigo una baja de la adhesión en las encuestas de opinión.
Volvamos al caso de Macron, quien ganó aceptación cuando se definió más allá de las derechas e izquierdas y habló de incluir a la sociedad civil en su gobierno. Esto fue una realidad hasta hace poco, porque estos actores nunca comprendieron los desafíos relativos a gobernar. Querían los cambios aquí y ahora y no estaban dispuestos a la negociación y aceptar los tiempos de la burocracia.
Los activistas medioambientales que habían decidido acompañar a Macron, como Nicolas Hulot, han salido del gobierno francés, ya que a través de la política gubernamental no consiguieron lo que aspiran en materia de política medioambiental.
Por lo tanto, Macron se ha quedado sin dirigentes históricos venidos de partidos políticos porque su discurso fue en contra de ellos, y ahora está sin el respaldo de líderes sociales y de opinión que estaban dispuesto a hacer política a su manera para evitar a la clase política.
Los tiempos de la inmediatez, la falta de contemplación y, sobre todo, de la rabiosa necesidad de ser un líder con agenda propia y excepcional, ha llevado a que la política de hoy se parezca más a un reality.
Esta tendencia global daña la credibilidad de la política, la que por un lado está azotada por la corrupción, mientras que por el otro las mayorías tienden a depositar nuevas esperanzas en actores que hasta hace poco eran unos outsider – antisistémicos. Sin embargo, pronto la ciudadanía tiende a decepcionarse y empezar una nueva búsqueda de alternativa.
Pareciera que los nuevos tiempos no dan espacio a la búsqueda de sentido político en comunidad, sino que lleva una impronta inmediatista más emotiva que racional, y conducida por el marketing político y no por virtudes o pensamientos para la acción social, situación que ha tendido a polarizar y crispar a las sociedades.
Podemos ver en ello los fenómenos vivido en los Estados Unidos que permitieron el ascenso de Trump; antes el de Podemos en España y el Movimiento de los Indignados que impactó prácticamente a toda Europa; Macron que a menos de dos años está perdiendo apoyos ciudadanos, mientras que Italia ha caído bajo influjo populista.
Al respecto, América Latina está inmersa en una oleada de conmoción ante hechos de corrupción, situación que ha motivado una búsqueda de alternativas de dirigentes políticos que representen un anti establishment, pero cuyos gobiernos abren incertidumbres, tales como el caso de López Obrador en México y la posible elección de Jair Bolsonaro en Brasil tras la segunda vuelta.
Así las cosas, pareciéramos ir en dirección de la inestabilidad permanente, sobre todo en occidente, cuestión que tendería a erosionar los pilares de la democracia representativa, lo que desde la perspectiva de Rusia y China se aprecia como una oportunidad de influencia global.
Por último, Chile está evidenciando una polarización que erosiona el centro político, en un contexto en que la clase política está ampliamente cuestionada, lo cual hace difícil de prever el comportamiento del electorado en vista a futuras elecciones.
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