Un 12 de marzo de 1930 Mahatma Gandhi inició la Marcha de la Sal.
Una marcha que comenzó acompañado de unos pocos seguidores y que terminó el 6 de abril, a 300 kilómetros de distancia en la costa del océano Índico, seguido por una columna de personas que superaba los dos kilómetros.
¿Qué motivó al Mahatma a un recorrido semejante? Su objetivo era simple, llegar al mar y tomar un puñado de sal, desafiando el impuesto establecido por el imperio inglés sobre este vital elemento para la alimentación.
Pero la verdad es que el propósito iba mucho más allá, era una extraordinaria muestra de desobediencia civil, ese satyagraha que utilizó Gandhi para luchar sin armas contra el imperio británico.
Era una lucha desigual en todo sentido, millones de indios que aspiraban a su independencia enfrentados a algunos miles de funcionarios públicos que integraban la administración colonial británica y a uno de los mejores ejércitos del mundo, cuya organización y eficiencia describe el historiador inglés Niall Ferguson en su obra “Empire”.
Gandhi decía que la mejor muestra de satyagraha se la había dado su mujer, cuando se oponía pacíficamente a su mal trato, en las épocas en que aún no se había convertido en el Mahatma, y que hoy seguramente sería condenado, y con razón- , por el movimiento feminista.
La independencia de la India se logró 18 años después de la Marcha de la Sal y fue obtenida a través de la resistencia pacífica liderada por Gandhi: ayunos, marchas y protestas contra la fuerza de un imperio que finalmente no pudo seguir oprimiendo a un pueblo y decidió dejar ir a la “Joya de la Corona”.
La Marcha de la Sal nos deja como lección que cuando un pueblo ha decidido sacudirse el yugo de la opresión puede demorarse en lograrlo, pero - al fin - obtendrá su libertad.
Hoy recordamos a Gandhi con admiración porque estuvo del lado correcto de la historia y la Marcha de la Sal cobra nuevo sentido frente a la tragedia que enfrenta un pueblo hermano como el venezolano.
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