Desde su llegada al trono, en el lejano 1999, el rey Mohammed VI ha generado importantes reformas (derechos de las mujeres, alfabetización de la población y disminución de la pobreza, entre otros), pero uno de los aspectos que más ha llamado la atención de su reino ha sido la activa diplomacia marroquí. Además de poner a Marruecos como un líder a nivel africano, también lo ha convertido en un actor relevante en el Mediterráneo Occidental, ha dado una gran importancia a la cooperación Sur-Sur y, desde hace un tiempo, ha puesto el foco en la integración atlántica. Sin embargo, la guinda de la torta ha sido el siempre complejo asunto del Sahara.
En este sentido, el enorme trabajo de Nasser Bourita, ministro de Relaciones Exteriores de Marruecos, ha sido un pilar en el gran objetivo del rey Mohammed VI y de la población marroquí, es decir, que el plan de autonomía propuesto en 2007 se convirtiera en la piedra angular de la resolución del conflicto y que, en consecuencia, el referéndum de autodeterminación quedara guardado en los archivos. Hace 26 años, aquello parecía difícil, pues el Polisario aún tenía muchos apoyos y, aunque normalmente contó con el sustento de países de la órbita socialista durante la Guerra Fría, no se podía despreciar la cantidad de países (cerca de 80) que reconocían a la autodenominada República Árabe Saharaui Democrática (RASD), pero hoy, dicha cifra es cercana a 30 y, debido a los avances diplomáticos de Marruecos, es probable que el número siga bajando.
Gracias a la estrategia elaborada por Mohammed VI y el mencionado Bourita, las cosas empezaron a cambiar en el siglo XXI. El camino fue largo y, por momentos, tortuoso y riesgoso, pero los resultados llegaron. Ante el cada vez menor peso de la ONU (y de la Minurso), la diplomacia marroquí apostó por generar los cambios fuera de la ONU, para que luego, en su interior, se generaran las modificaciones. En pocas palabras, la apuesta fue reforzar la política bilateral, ganar los apoyos necesarios y, recién después de eso, poner el foco en la ONU (específicamente, en el Consejo de Seguridad). El trayecto no fue fácil y significó realizar concesiones. Por ejemplo, firmar en 2020 los Acuerdos de Abraham con Israel. Otro aspecto complicado fue enfrentar a potencias europeas, para dejar en claro que el asunto del Sahara no era algo baladí para Marruecos. Así fue que, en los últimos 10 años, el rey Mohammed VI y Bourita debieron manejar con mucha sabiduría tensiones diplomáticas con España, Francia y Alemania. También, con la Unión Europea. El tema era bastante evidente y Marruecos, cada vez que podía, lo aclaraba: ningún Estado será socio de Marruecos si no reconoce la "marroquinidad" del Sahara. Hoy, los tres países se pueden jactar de tener buenas relaciones con Marruecos y, de hecho, han sido importantes apoyo al plan de autonomía marroquí.
La política africana fue otra variable de gran relevancia, pues Marruecos fue capaz de ir ganando adhesiones y aquello lo hizo por medio de distintas estrategias. La primera de ellas fue regresar, en enero de 2017 y tras 33 años de ausencia, a la Unión Africana. En paralelo, el rey Mohammed llevó a cabo más de 50 visitas a más de 30 países africanos, lo cual fue acompañado de proyectos de infraestructura (como el gasoducto Nigeria-Marruecos, actualmente en construcción), "diplomacia del fosfato", construcción de mezquitas, inversión en proyectos de diversa índole, expansión de las empresas marroquíes, cooperación en deportes y una fuerte apuesta por la diplomacia blanda. Además, todo se hizo con una gran lectura de los momentos y contextos africanos. El mejor ejemplo es la invitación del rey Mohammed VI a Burkina Faso, Malí y Níger -países sin salida al mar y que pertenecen a la naciente Alianza de Estados del Sahel (AES)- al proyecto de integración del Atlántico, dejando las puertas abiertas para que sus productos puedan salir a través de los puertos marroquíes del Sahara. El principal resultado de lo mencionado anteriormente fue recibir apoyo de países africanos que en el pasado habían sostenido al Polisario o que incluso habían reconocido a la RASD. Igualmente, y no menos relevante, se mejoraron los vínculos con países que históricamente habían tenido una postura hostil hacia Marruecos. Ahí destacan Etiopía, Nigeria y Rwanda.
Sobre esto último, América Latina también fue un objetivo de la diplomacia marroquí y, una vez más, la apuesta terminó siendo un éxito. En Sudamérica, Argentina, Brasil y Chile -los tres países más importantes para Marruecos- se alejaron de la posibilidad de reconocer a la RASD, a pesar de la presión que hubo durante décadas para hacer eso, mientras que Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú han mostrado su apoyo hacia el plan de autonomía marroquí. Eso sí, como ya es habitual en el subcontinente sudamericano, los cambios de presidencia suelen traer giros respecto del conflicto del Sahara. Sin embargo, la postura marroquí ha ido ganando adeptos. Esto se puede ver en el resto de América Latina y en el Caribe, donde ocurrió lo mismo. Es así que países como Jamaica, Haití y Panamá han retirado su reconocimiento a la RASD.
Lo anterior, ha significado que 30 países, provenientes de África, América y Asia, hayan abierto consulados en las "provincias del sur". A eso se suma que, hace unos días, Paraguay anunció que abriría un consulado y que, según diferentes informes, Estados Unidos haría lo propio. En el mediano plazo, es bastante probable que misiones diplomáticas u oficinas comerciales europeas se instalen en Dakhla y Laayoune.
Con la adopción de la resolución 2797 -con 11 votos a favor, 3 abstenciones y 1 un país (Argelia) que no participó- se ha abierto la puerta para que este conflicto, que lleva 50 años, comience a ver luz al final del túnel. Se han impuesto el realismo político y el sentido común. Mientras Marruecos ha invertido para darle una buena calidad de vida a quienes viven en las «provincias del sur», los refugiados de Tindouf sigue con condiciones de vida inhumanas. Y es que esa ha sido la apuesta de Argelia, es decir, generar lástima y usar a esa población para conseguir un objetivo geopolítico. Además, el Estado argelino, atrapado con presidentes incapaces de modernizar y desarrollar al país, se ha quedado pegado en la Guerra Fría y usa al conflicto del Sahara como una forma de aferrarse al poder. Anclados en esa vieja confrontación, Argelia se durmió diplomáticamente y, cuando intentó reaccionar, ya era demasiado tarde. Aislada y con cada vez menos apoyo en África y Europa, quedó muy disminuida.
Acerca del futuro de la Minurso, esta fue prorrogada por un año más, hasta el 31 de octubre de 2026. A su vez, el secretario general de la ONU tendrá que entregar, en un plazo de seis meses, una revisión estratégica de la misión, dando a entender que se deja la puerta abierta para que finalice, especialmente por el nuevo contexto (el plan de autonomía como base para una solución realizable). Algo importante es que la resolución 2797 instó a realizar un censo de la población que vive en Tindouf. Además, la resolución representa un cambio en la doctrina onusina, pues se aleja de la postura defendida desde 1991 -un referéndum de autodeterminación- y se adopta el plan de autonomía marroquí como la base de las futuras negociaciones y se reconoce, de hecho, que una «genuina autonomía» podría ser la solución "más realizable".
Esto deja a Marruecos como actor principal y, al mismo tiempo, Argelia queda situada a la misma altura del Frente Polisario, lo cual es un reconocimiento tácito de Argelia como parte directa e importante del conflicto. El gran desafío, a nivel continental, será convencer a toda África de que el plan de autonomía marroquí debe ser la nueva base, en reemplazo del referéndum de autodeterminación. Para eso, la diplomacia de Marruecos tendrá que llevar a cabo una estrategia con dos velocidades. Una, más rápida, a través de las relaciones bilaterales con los 53 Estados africanos. Otra, más lenta, por medio de los organismos multilaterales y, específicamente, la Unión Africana. En esta última, la autodenominada RASD sigue siendo un miembro, como cualquier otro Estado africano, y el gran desafío será conseguir congruencia, es decir, en caso que la UA admita que el plan de autonomía es la única solución, entonces la RASD debería dejar de ser miembro.
Todo apunta a que, con esta última resolución, la ONU asumirá que la Minurso cumplió su ciclo -con el cese al fuego como su gran legado, pues en lo demás no consiguió avances- y que ahora es momento de elaborar una nueva estrategia que acompañará la idea de resolver este conflicto por medio de un plan de autonomía adaptado a las necesidades de 2025.
Ha quedado demostrado, una vez más, que el realismo se ha impuesto, pero gracias al tremendo esfuerzo de la diplomacia marroquí, que no solo obtuvo el apoyo de Estados periféricos, sino también de Estados intermedios y de las grandes potencias. Aquello se vio reflejado en la votación, en la cual alcanzó 11 votos (el mínimo era nueve) y, lo más relevante, ninguno de los cinco Estados con derecho a veto usó dicha prerrogativa. En cuanto a los terceros estados, no quedan dudas de que Estados Unidos ha fortalecido su presencia en África del Norte, lo cual seguramente ya está siendo analizado por la Unión Europea, Rusia y otros actores que tienen o desean tener una mayor presencia e influencia en la región (Ejemplos: España, Francia, Turquía, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos). También, queda en evidencia la incapacidad de los líderes europeos de haber resuelto antes, como bloque, este conflicto. La historia dirá que Alemania, España, Francia y el Reino Unido -las principales potencias europeas que apoyaron el plan de autonomía marroquí- se sumaron a la tendencia, pero que lo hicieron tras las maniobras de Estados Unidos, que en 2020, en la primera era de Donald Trump, ya había dado varios pasos adelante.
Por último, cabe mencionar lo positivo que podría ser, para el Magreb, una solución pacífica que termine con un conflicto artificial que lleva 50 años. Primero, desde el punto de vista social, se abrirían las fronteras entre ambos países, lo cual permitiría la libre circulación de la población y facilitaría los proyectos de integración vial y ferroviaria. En paralelo, la población de Tindouf podría dejar de sobrevivir en precarias condiciones. Segundo, la región podría fortalecer, en poco tiempo, su infraestructura, especialmente en asuntos energéticos. Es así que el gasoducto Nigeria-Marruecos, que se conectará con Europa, podría unirse al proyecto de gasoducto Nigeria-Níger-Argelia, que hoy parece estancado. Tercero, se debería fomentar la Unión del Magreb Árabe (que debería cambiar su nombre a Unión del Magreb, ya que no representa la relevancia de los bereberes, especialmente en Marruecos y Argelia), para así avanzar en el desarrollo de proyectos económicos, sociales y políticos. Cuarto, eliminar un permanente foco de conflicto permitiría disminuir los enormes gastos en defensa, especialmente en Argelia, donde llega a cerca del 8 % del Producto Interno Bruto (PIB), para usarlos en asuntos urgentes, como reformas en salud, educación, medio ambiente y diversificación de la economía. Quinto, el Magreb podría adquirir un mayor poder en sus negociaciones directas (y como bloque, con un voto) con la Unión Europea y en otros foros internacionales, como la Unión por el Mediterráneo y el 5+5.
Junto a eso, se podría convertir en una región que lidere, junto al África Austral, el desarrollo de África, un tema que aún está pendiente y que necesita el esfuerzo de los países más grandes, con más estabilidad y con mayores recursos. Finalmente, un Magreb unido, con proyectos sociales ambiciosos, pero realistas, podría generar un mayor desarrollo social en la región, para así erradicar la pobreza extrema, disminuir al mínimo la pobreza y trabajar en otros asuntos pendientes, como la igualdad genérica, el desempleo (especialmente, el juvenil), la inmigración, el terrorismo, la integración energética, la generación de conocimiento propio y el cambio climático, entre otros.
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