A propósito de la primera vuelta presidencial en Ecuador, en donde el candidato correista, Andrés Arauz, sacara poco más del 32% de los votos, mientras que los otros dos candidatos que le siguen, Yaku Pérez, y Guillermo Lasso, se encuentran en un empate técnico, se ha abierto una discusión política muy interesante en aquel país.
Más allá de la posibilidad de fraude electoral en aquella elección, lo que la hace diferente de otras es la posibilidad de poner fin al binarismo correismo-anticorreismo, el cual se ha visto fuertemente mermado desde la ruptura entre Lenin Moreno y Rafael Correa, pero también con la revuelta de octubre del año 2019, en donde la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador y el movimiento indígena en general ha jugado un rol fundamental.
De ahí que este nuevo escenario político, con la fuerte aparición y apoyo hacia el dirigente indígena del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, Yaku Pérez, nos permita pensar en que la vieja dicotomía, entre la derecha empresarial, y la izquierda progresista, no va poder sostenerse políticamente.
Parece que de pasar Yaku Pérez a la segunda vuelta, se abre una puerta para pensar Ecuador más allá del caudillismo estadocéntrico y el neoliberalismo mercadocéntrico (este último, paradójicamente, ha tenido a Lenin Moreno como su aliado, a pesar de haber sido el candidato de Correa el 2017).
Asimismo, este escenario puede ser una posibilidad de poner en el centro del debate presidencial a la Constitución de Ecuador de Montecristi de 2008, la cual a pesar de ser el resultado de un proceso constituyente con fuerte respaldo de movimientos sociales, sigue en deuda su horizonte transformador, a través de un Estado Plurinacional, Derechos de la Naturaleza y Buen Vivir (Sumak Kawsay).
Planteo esto ya que la llamada Revolución Ciudadana, encabezada por Correa, no solo dejó a un lado estos nuevos derechos, sino que profundizó una matriz productiva extractivista para financiar infraestructura y programas sociales, a partir de la venta de commodities (petróleo, minería) sin ningún tipo de valor agregado, lo que lo llevó a tener al movimiento indígena en su contra.
A su vez, esta modernización fue acompañada por altos niveles de autoritarismo para profundizar el ecocidio, lo que se evidenció en su cancelación arbitraria del Proyecto Yasuní, como la criminalización y persecución de organizaciones provenientes del movimiento indígena y socioambiental, por oponerse a la expansión petrolera y minera.
Una de las personas que más se opusieron a la expansión del extractivismo en Ecuador, fue justamente Yaku Pérez, quien fue detenido varias veces y hasta encarcelado durante el gobierno de Correa (acusándolo de terrorismo y sabotaje), por defender el derecho básico al agua.
Por eso que la figura de Yaku se vuelve tan simbólica durante esta elección, ya que ha sido uno de los principales referentes en la defensa de la Madre Tierra, no solo en Ecuador, sino a nivel regional.
Su presencia en el Chile ultra neoliberal en plena revuelta social durante el 2019 y su condena a la mercantilización del agua por décadas, como presidente del Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza, es una clara evidencia de que su compromiso va mucho más allá de una crítica al correismo, sino por la vida de todos los pueblos.
Que parte de la izquierda latinoamericana aún no lo vea así, acusando a Yaku de ser funcional a la derecha e incluso tildarlo de falso indígena de manera racista, solo muestra que aún siguen amarrados a lógicas binarias, que solo reproducen el colonialismo, capitalismo y patriarcado imperante.
Por lo mismo, en el caso de que Guillermo Lasso pase a segunda vuelta, no solo se debe continuar con una crítica al correismo, tampoco se le debe dar un centímetro a la derecha y no hacer ningún tipo de pacto con ella. Esto lo señalo a propósito de que Yaku Pérez durante la elección del 2017 planteara que era preferible el gobierno de un banquero (Guillermo Lasso) que el de una dictadura (Lenin Moreno).
Por último, en el caso de que Yaku Pérez pase a segunda vuelta y gane la presidencia, el desafío de transitar hacia un horizonte postextractivista, no solo va depender de un programa de gobierno determinado o de las buenas intenciones del nuevo presidente, sino de movimientos y organizaciones activas y movilizadas (indígenas, socioambientales, sindicales, disidencias sexuales, feministas), que no permitan que este nuevo gobierno sea colonizado por el capital transnacional.
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