A partir de la visibilización de la tortura sufrida por los ecuatorianos, asesinos de Margarita Elena Ancacoy Huircán, a manos de internos del penal Santiago 1 la comunidad ha quedado consternada y muy pocos se mostraron indiferentes ante lo ocurrido. Algunos a favor y lo justifican como venganza por la crueldad y horrible crimen que perpetraron.
Con todo, los más enmudecieron frente a un hecho que no imaginaban pudiera suceder al interior de los Centros Penales. Lo subido y viralizado en las redes sociales es, lamentablemente, habitual, permanente y cotidiano.
Los códigos internos en las cárceles, conocidos muy bien por gendarmería, generan crueldad, crímenes y atrocidades de grandes proporciones sin poder, en muchas ocasiones evitarlo. Conociendo la población penal puedo afirmar que lo que se les hizo a los ecuatorianos fue una venganza para humillarlos, degradarlos, vejarlos, pero sobre todo para sentenciarlos ante el resto de los internos como seres indeseables, malditos y réprobos.
La razón de no asesinarlos fue otro código, marcándoles el futuro escalofriante que les espera en y fuera de la cárcel. Muerte lenta en algunos casos y otras abruptas y con violencia extrema en donde los mensajes que trasmiten son perfectamente entendidos y almacenados en el “disco duro” de la población penal.
Así se escriben las leyes en aquellos lugares oscuros, verdaderos infiernos en donde reinan las torturas, tratos humillantes, inhumanos y degradantes. Ese núcleo que concentra el irrespeto absoluto sobre la vida, demoliéndola y crucificándola hasta lo impensado es lo que hay que evitar y superar con la mayor de las urgencias.
Es preciso encontrar estrategias, educar e introducir valores, la fe, el amor y la esperanza, semilla de luz y fecundidad espiritual y religiosa. Campos de concentración para el exterminio, violaciones a los derechos humanos, muerte, odio y venganza difícilmente son tierra fértil para un trabajo que permita insertar y recuperar a quienes se encuentran encarcelados.
Instituciones como la Fundación Paternitas y otras especializadas en la fragua y esculpido del hombre interior deberían ser lugares claves para que los magistrados puedan derivar a delincuentes, cualquiera haya sido la carrera delictual, en oposición a lo que hoy hacen con la mayor de las desidias e inconciencia, convirtiéndose así en cómplices de oprobios, bestialismos, abusos y hacinamientos para innumerables victimas que al cumplir su condena, muchos, se erigen como victimarios, una forma y medio de venganza, odio desesperado y desenfrenado hacia los demás.
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