Nabila Rifo se ha convertido en un dramático ícono de la violencia de género. La brutal agresión que sufrió y que terminó completamente con su visión y deformó su rostro, horrorizó a nuestro país.
Cuesta imaginar el espanto de esa madrugada y la crueldad del agresor. La conmoción del relato del testigo que llamó a la policía ayuda a darse una idea de la escena de terror vivida aquél 14 de mayo de 2016 en Coyhaique.
El juicio oral que se realiza por estos días en la región austral se ha transformado, a su vez, en un paradigma de los problemas adicionales que enfrentan las mujeres golpeadas y que vienen a agravar el daño que se les ha infringido.
Hemos visto claramente lo que se describe como naturalización de la violencia, esto es la tendencia intencionada a hacer parecer como que habría ciertas conductas o hechos que justificarían la agresión. A ello apuntan preguntas de los intervinientes referidos a la vida sexual o actividades de la víctima.
Es el mismo tipo de situaciones que se viven en muchos otros juicios sobre violencia de género, en que se enarbolan los celos como justificación para brutales golpizas. La existencia de una atenuante para aminorar las penas en estos casos, es un resabio de otros tiempos, que persiste en la legislación penal.
Debe señalarse una y otra vez: nada justifica la violencia, menos aún al interior de las parejas. No es aceptable buscar explicar en las actitudes o comportamientos de la víctima la irracionalidad de los victimarios.
Asimismo, el juicio transmitido incluso en directo por algunos medios de comunicación, en los últimos días, ha permitido apreciar como el sistema judicial revictimiza a las víctimas, obligándolas a recordar y relatar una y otra vez las agresiones que han sufrido.
Con esto, al dolor y daño propio de la violencia física que se ha ejercido sobre ellas se agrega el efecto psicológico de tener que repetir una y otra vez, incluso en público, los hechos. Pareciera que el sistema requiere, además, la humillación para obtener una condena.
Es imprescindible modificar las normas referidas a las declaraciones investigativas y judiciales con el objeto de evitar la victimización secundaria. Esto es especialmente importante en el caso de los menores de edad.
Resulta absurdo, pero no por ello inoportuno recordarlo, Nabila Rifo es la víctima en este caso. No está en cuestión su vida. Lo que está siendo investigado - y esperamos esclarecido y ejemplarmente sancionado - es la brutal agresión que ha sufrido y que la ha dejado con secuelas de por vida.
Su tenaz lucha por la vida, aún en tan difíciles condiciones, es un potente ejemplo de fortaleza y superación.
Asimismo, su comparecencia digna y valiente es un llamado urgente a implementar una decidida agenda contra la violencia de género, que involucre no sólo modificaciones en el ámbito procesal y penal, sino también acciones en el campo educativo, tendiente a erradicar los estereotipos y patrones culturales que posibilitan, alientan y justifican la violencia contra la mujer.
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