Roberto y María
Tuve el privilegio de compartir con Roberto Parada cuando los exiliados chilenos en México le invitamos en 1983 al acto de homenaje a Pablo Neruda a 10 años de su muerte en el enorme Auditorio Nacional de la avenida Reforma en la capital azteca.
Un desafío que se cumplió gracias a la solidaridad del pueblo mexicano.
Actuaron Quilapayún de Chile y Los Folkloristas de México en un acto conducido por actores del prestigio de Ofelia Medina y Claudio Obregón y en que los únicos oradores fueron nuestro cineasta Miguel Littin y el escritor chiapaneco Eraclio Zepeda. Don Roberto interpretó un Neruda conmovedor y se le aplaudió de pie. Prensa, radio y televisión destacaron durante días su paso por el país.
Su compañera, la notable actriz María Maluenda, debió quedarse en Chile. Era el tiempo amargo de la dictadura.
A ella la conocía más y desde hacía años, dada nuestra compartida militancia política en el PC. La calidez de Parada, su mirada acerca de los que sucedía en dictadura y su convicción de la imperiosa necesidad de la unidad nos marcó con fuerza.
El degollamiento años después de su amado hijo José Manuel, junto a los inolvidables Manuel Guerrero y Santiago Nattino, a manos de efectivos de Carabineros de Chile, traspasó con dolor todas las fronteras y golpeó con fuerza a todo el mundo.
Los recuerdo a ambos. A María, mujer valiente, madre ejemplar, gran compañera, que acaba de fallecer. Y a Roberto a propósito de un excelente programa de televisión de hace unos días que recreó con calidad las horas amargas que antecedieron y precedieron al horroroso crimen. No faltó nada, ni la brutalidad de los aprehensores, ni la fuerza de Roberto, ni el cariño de la gente y hasta estuvo el despacho oportuno del Diario de Cooperativa.
El funeral de Roberto Parada fue un acontecimiento y lo será sin duda el de María.
Pero más allá de ellos y regresando al crimen de los degollados, ¿en qué han cambiado estos años los aparatos represivos?
¿Cómo se ha experimentado esta transición inacabada en el cuerpo de Carabineros?
¿Fueron castigados todos los culpables?
¿Se justifica considerar hoy víctima de la dictadura al Fanta, que fue uno de los asesinos?
¿El general Stange de Carabineros, alta autoridad de esa época, no sabía nada?
¿Cómo explicar que haya sido designado Senador?
¿Quién mató ahora al joven Manuel Gutiérrez?
Las interrogantes perduran. Sin duda que hay heridas todavía no cerradas en Chile.
No es casual que el propio Poder Judicial, la PDI y las organizaciones de Derechos Humanos hayan coincidido en establecer hace más de un año la existencia de unos 1.300 casos de chilenas y chilenos cuyas ejecuciones o desapariciones por distintas razones nunca habían sido investigadas, o simplemente habían sido derivadas en su tiempo a la justicia militar la que, obviamente, se apresuraba a cerrar esos expedientes.
La inmensa mayoría son compatriotas anónimos, dirigentes sindicales, vecinales, de ciudades importantes o de apartados pueblos o aldeas, o personas sin militancia, un buen número de niños entre ellos, que fueron baleados por militares o carabineros en actos de represión indiscriminada. Pero también hay casos de personalidades como el Presidente Allende o el General Bachelet que nunca se investigaron.
Sin estridencias y sólo a punta de voluntad y esfuerzo, la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, la AFEP, con el apoyo de un pequeño grupo de abogados y de estudiantes de Derecho, ha cumplido con presentar estas 1.300 querellas y el propio Poder Judicial formuló el año pasado un requerimiento similar.
Estoy convencido que la continuidad de esta búsqueda de verdad y justicia contribuye a la consolidación de una democracia verdadera.
Y es además el mejor homenaje a la memoria de dos grandes luchadores: Roberto y María.
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