Son tiempos de cuidar las formas. No hablo de ser tibios al abordar los temas que hoy revolucionan nuestra sociedad, es momento de justamente lo contrario. Debemos atender el lenguaje, el discurso social, los relatos escritos y audiovisuales que circulan por medios de comunicación, redes sociales y la fila del supermercado.
Prestemos atención a las palabras, cuando se acumulan sucesos como los del SENAME, ataques a mujeres y abuso sexual en la infancia. Todos los días, todo el día están en la tele, en la calle, historias de horror que no sabemos nombrar.
Relatos donde la palabra homicidio no alcanza y el concepto violación no termina de comunicar lo que está pasando. Encima un agravante al espanto: buscando cómo decirlo muchos acuden a expresiones del tipo: “la mató por amor” y sus equivalentes.
Cuando un macho viola y mata a un niño ¿cómo se llama? Si es una niña de 4 o 5 años ¿es femicidio? Y si la víctima pertenece a otras expresiones de género ¿qué decimos?
Los transvesticidios comienzan a detectarse más claramente en estos últimos años a pesar de que hace décadas que son víctimas de dicha violencia. ¿Y el homicidio de lesbianas cómo se llama?
Necesitamos con urgencia poner un nombre a esos delitos. Porque cuando los podemos llamar de algún modo más allá de un homicidio o una violación, un nombre que de cuenta de las características sociológicas que acompañan ese crimen, entonces seremos conscientes del monstruo al que nos enfrentamos.
Porque además es un monstruo que vive agazapado entre nosotros. En la micro manosea colegiales, en las casas es violento con hijxs y parejxs. En salas de clases de todos los ámbitos abusa desde su posición de poder que le otorga ser lo que cree ser, un depredador superior en la pirámide social. Cuando detectamos y etiquetamos a ese monstruo es cuando podemos combatir dichas violencias con la especificidad que requieren.
Los crímenes de negros, latinos y otras minorías realizados por los supremacistas blancos se les denomina crímenes de odio. Esa violencia y ataque a la otredad que los perturba ya ha sido catalogada, desde la justicia y desde el periodismo. Sabemos lo que es y podemos luchar contra eso.
Es tiempo de llamar por su nombre a los supremacistas machos que golpean, violan y matan a quien tengan a mano, ya sea porque lo ven como inferiores u objetos de su poder, o por que los detectan como peligros a su cosmovisión, donde el hombre manda, posee y desecha a su antojo.
Denunciemos a los supremacistas machos. Empecemos en el uso social, en el discurso que nos cohesiona para desde allí empapar a los medios hasta alcanzar el texto legal. O modificamos el lenguaje o nos matan.
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