La idea de medioambiente se empieza a usar masivamente en 1972, luego que en aquel año se realizara la primera cumbre de la Tierra en Estocolmo, en donde los distintos estados de Naciones Unidas decidieron generar acuerdos sobre política medio ambiental a nivel internacional.
Esto como resultado de lo trabajado por parte del Club de Roma en el documento “Los límites al crecimiento”, en donde por primera vez el norte global plantea una preocupación política por la crisis climática, como consecuencia de los efectos de la sociedad industrial.
No obstante, aquella responsabilidad a nivel estatal estuvo lejos de plantear una crítica civilizatoria como tal. Es decir, de cómo la colonial modernidad se ha sustentado ontológicamente en la dicotomía cultura/naturaleza, la cual si bien ha permitido un desarrollo científico y tecnológico sin precedentes, ha tenido un costo territorial brutal.
No debiera llamar la atención entonces, que las diferentes cumbres realizadas posteriormente (Río de Janeiro- 1992, Johannesburgo. 2002, Río de Janeiro- 2012) como las conferencias protocolos generados, sean instancias que si bien problematizan y se generan iniciativas a nivel estatal para el cuidado del medio ambiente, no ponen en cuestión jamás la lógica extractivista.
Es así como se puede interpretar, que a través de la cruzada del cuidado del medioambiente a nivel global, impuesta por Estados, ONG y por organismos internacionales de la ONU, está destinada a empeorar las cosas, porque el concepto mismo de medioambiente es problemático de usar, ya que sus bases mismas son antropocéntricas, por el hecho de convertirse en una dimensión más a trabajar y la cual no hace más que hacerle el juego a un imperialismo extractivo en disputa entre Estados Unidos y China.
De ahí que tanto las izquierdas (marxistas, socialdemócratas) como las derechas (neoliberales, neofascistas) usen sistemáticamente la noción de medio ambiente y los estados generen ministerios al respecto con esa denominación.
No es casualidad entonces que gobiernos que se autoproclaman como revolucionarios, democráticos y hasta indígenas, sigan predicando sobre la defensa del cuidado del medio ambiente, y como medidas se dediquen a promover, a través de departamentos específicos, el reciclaje, áreas verdes, el compostaje, pero no así a poner límites a la expansión de la megaminería, el agronegocio, el fracking, etc.
Ante esa dramática situación, que la noción de socioambiental, propuesta por movimientos y organizaciones que sufren de manera directa el despojo de sus territorios en toda Abya Yala, integren ambos conceptos en la práctica (social–ambiental), rompiendo la ontología naturalista existente.
Frente a esto, que los Estados no sean capaces de lidiar con los conflictos socioambientales, ya que sus instituciones fragmentan la problemática en vez de relacionarla.
A su vez, siguiendo con esta crítica, se puede trasladar también al propio ámbito académico, en donde la noción de medioambiente ha recolonizado a las disciplinas de las mal llamadas Ciencias Humanas (Psicología, Sociología, Antropología), haciendo que los investigadores que trabajan lo medioambiental, terminen siendo meros expertos en aquella temática, en vez de cuestionar las bases antropocéntricas de la modernidad.
Sin embargo, así como existen múltiples organizaciones que buscan romper la dualidad social-medioambiente, a través de la noción de socioambiental, también existen corrientes que intentan ir más allá de aquel binarismo imperial e impulsar ontologías relacionales.
Es el caso de perspectivas provenientes del ecofeminismo, agroecología, feminismo indígena, ecología política, las cuales plantean un giro ontológico. Lo mismo de perspectivas provenientes de las ciencias de la vida y ciencias de la complejidad, en donde la crítica al biologicismo y fisicalismo moderno se hace fundamental en estos tiempos de incertidumbre planetaria.
Unas miradas eclécticas, que no solo buscan hacer frente a una tecnocracia y burocracia medioambiental, sino que también a un ecologismo autárquico, cerrado en sí mismo, que excluye a diferentes poblaciones, por no ser lo suficientemente sustentables.
De ahí que se puedan cuestionar ciertas experiencias de ONGs y de la sociedad civil, que usan ciertos modelos ecológicos, dirigidos por y para ciertas elites, que cansadas de una civilización de la muerte, se alejan del resto para construir su propio mundo.
El problema de aquel ecologismo autárquico, a diferencia de muchos movimientos indígenas, es que no plantean cuestionamiento a distintas jerarquías del poder (racismo, clasismo, sexismo), ya que solo se queda en una crítica a la depredación de la naturaleza y no al imperialismo extractivo imperante.
Asimismo, plantea cierta idea conservacionista de la naturaleza, que también termina siendo funcional al capitalismo histórico, ya que al no relacionarlo con un proyecto civilizatorio de más de 500 años, se despolitiza en la práctica.
Ante lo señalado anteriormente, que la noción de medioambiente sea una traba para impulsar transformaciones profundas, ya que se reduce su uso a una mera dimensión, separándolo de lo social.
Además, no hay que olvidar de todo el lucro que se ha generado en nombre del cuidado del medio ambiente, a través de la llamada responsabilidad social empresarial, al igual como se ha hecho en nombre de la superación de la pobreza. Se hace indispensable por tanto buscar alternativas que sean realmente sustentables para humanos y no humanos.
En síntesis, instalar a nivel político y académico lo socioambiental puede ser una forma de problematizar descolonialmente la crisis climática actual y superar así el dualismo medio ambiente-social, ya que es una noción proveniente desde los territorios, que cuestiona un modo de vida imperial de vida, impulsado tanto por izquierdas como por derechas, en donde a través del consumo se han colonizado prácticamente todos los ámbitos que sostienen la existencia.
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