Es claro que los impactos que las amenazas climáticas que azotan al planeta ejercen sobre el desarrollo socioeconómico de una sociedad son inconmensurables.
Sin embargo, la amenaza de riesgo de desastre hídrico que atraviesa nuestro país es una temática que hace imperativa una alerta, ya que es evidente que los factores antropogénicos, vale decir aquellas acciones generadas por el hombre por sobre los factores naturales, han contribuido a generar impactos negativos sobre el desarrollo, el bienestar físico, mental y social en la ciudadanía, que ven por un lado como en situación de pandemia existen riesgos de racionamiento de agua para consumo humano, higiene y saneamiento y por otro lado ven la brutal afectación del ecosistema donde las ciudades están transitando a ser una continuación de zonas desérticas.
Éstas son afectadas principalmente por la acción de algunos inescrupulosos y especuladores con el recurso hídrico, quienes tienen los cerros transformados en verdaderos vergeles de cultivos o las mineras mal llamadas sustentables, que destruyen los lechos de los ríos y contaminan las aguas subterráneas, mientras las fuentes de aguas naturales prácticamente no pueden cumplir su ciclo hidrológico.
El riesgo de desastre hídrico para nuestro país hay que entenderlo, de por sí, como un estímulo negativo para el desarrollo, ya que en la actualidad -y según datos de la Dirección General de Aguas (DGA)- existen 172 comunas de las macrozonas norte, centro y sur con escasez hídrica, y hay posibilidad de que el decreto se entienda a más localidades, más aun en el período estival.
En verano, las temperaturas se elevan ostensiblemente, representando empíricamente que 76% del territorio nacional está en escasez hídrica, lo que trae consigo problemas de salud pública, inseguridad alimentaria y deriva en tensiones entre distintas comunidades desde el punto de vista de la conflictividad social.
Finalmente, para salvaguardar el desarrollo en áreas afectadas por la escasez hídrica es necesario gestionar los riesgos de desastres asociados a las amenazas climáticas y humanas, implicando no solamente el replanteamiento de las vías de desarrollo, las políticas y los marcos institucionales tradicionales, sino también el fortalecimiento de las capacidades comunales y regionales para diseñar e implementar medidas de gestión de riesgo de manera descentralizada y acorde a su realidad territorial, mediante la coordinación de una amplia gama de actores, entre los que se encuentran organizaciones de la sociedad civil, organizaciones de usuarios de aguas, incentivando las llamadas secretarias distritales hidrológicas, autoridades competentes en la materia y por cierto miembros de la comunidad científica, solo así se podrán hacer estrategias de sensibilización efectivas sobre riesgos climáticos como la escasez hídrica y la vinculación entre el cambio climático, la vulnerabilidad y la pobreza.
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