La Tierra simplemente está ardiendo, y no sólo estamos atravesando la era del calentamiento global, sino que entrando a la "ebullición mundial", dos etapas de un mismo fenómeno que amenaza la vida en el planeta. La primera es el aumento de la temperatura de la atmósfera y los océanos, causado principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero. La segunda se refiere al punto crítico en el que el calentamiento se vuelve irreversible y desencadena cambios catastróficos en el clima, los ecosistemas y la biodiversidad. Científicos ya han confirmado una y otra vez que ambos procesos son consecuencia de la actividad humana, provocado por el uso de combustibles fósiles, la deforestación, la agricultura intensiva y la ganadería.
António Guterres, secretario general de la ONU, afirmó que la era del calentamiento global terminó para dar paso al período de ebullición mundial. "El cambio climático está aquí. Es aterrador", advirtió. Claro, porque los efectos del calentamiento y ebullición global son evidentes y alarmantes: el aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos, el derretimiento de los glaciares, la pérdida de hábitats, la extinción de especies, la propagación de enfermedades, las extensas sequías, las inundaciones en lugares insospechados, los incendios forestales dantescos, las profundas hambrunas y los interminables conflictos, son sólo algunas de las situaciones que se han vuelto parte de una nueva "normalidad".
De hecho, el Servicio de Cambio Climático Copernicus y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) han confirmado que se han reportado las temperaturas promedio globales más altas desde que se tiene registro. Estamos en un punto crítico de inflexión con eventos ambientales extremos, somos testigos de cambios violentos en el clima y el derretimiento acelerado de los casquetes polares, y los humanos tenemos la culpa.
Frente a esta grave situación, es urgente tomar medidas para reducir las emisiones de CO2 y evitar que sea irreversible. Para ello, se requiere un cambio drástico en el modelo de desarrollo, basado en la transición energética hacia fuentes renovables, la eficiencia y el ahorro de la energía y del agua, la protección de los bosques y los suelos, la promoción de una agricultura ecológica y una alimentación sostenible, sin perder el enfoque en la educación ambiental y la cooperación internacional. Chile, en ese sentido está bien encaminado, pero somos un grano de arena en la playa. Nuestro país es altamente vulnerable a los efectos del cambio climático y, en esta línea, la era de ebullición impone nuevos desafíos. A pesar de las lluvias, vivimos en una crisis hídrica preocupante, hemos sido testigos de tornados en lugares impensados y la desertificación avanza sin piedad, afectando toda la cadena de suministros donde peligra la productividad, y las consecuencias económicas son alarmantes. Combatir el cambio climático y cumplir los compromisos ambientales internacionales implica invertir en América Latina y el Caribe entre 7% y 19% del PIB anual.
No podemos seguir ignorando o negando la realidad; el calentamiento y ebullición global son reales y nos afectan a todos. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos, consumidores, productores y gobernantes actuar con sentido de urgencia para preservar el planeta que habitamos y resguardarlo para las futuras generaciones.
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