Estamos a pocos días de que se inicie la COP28 en Dubai. Durante dos semanas se revisarán los avances en los compromisos suscritos en reuniones anteriores, constatando, como todos los años, que dichos avances están muy por debajo de las aspiraciones de quienes los impulsaron. La reacción no será revisar críticamente la pertinencia de las metas o el enfoque adoptado para cumplirlas. La respuesta será incrementar las ambiciones.
Hace años que esta dinámica se viene repitiendo y es evidente que no está resultando. Si no cumplo 100, entonces debo prometer 200. ¿En qué escenario una estrategia de este tipo es razonable? En Chile, por supuesto.
La lógica de la ambición puede observarse claramente en el sector forestal. Las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) del sector forestal suscritas en el marco del Acuerdo de París (2015) comprometieron 100 mil hectáreas de nuevas plantaciones al 2030. Eso suponía el modesto desafío de plantar un poco menos de siete mil hectáreas anuales, y digo modesto porque sólo 10 años antes de esa fecha, en 2005, se plantaban más de 70 mil hectáreas al año. Lamentablemente el 2015, año del compromiso, la tasa de forestación ya venía en franca reducción y ese año sólo se plantó la exigua cifra de tres mil hectáreas. Pero había que incrementar la ambición.
El año 2020 se actualizó la NDC forestal duplicando la superficie comprometida de plantación a 200 mil hectáreas y complejizando la meta al indicar explícitamente que al menos 70 mil hectáreas debían corresponder a plantaciones con especies nativas. Mientras tanto, la tasa de forestación anual en el país seguía cayendo en picada alcanzado ese mismo año la vergonzosa cifra de 590 hectáreas.
Han pasado tres años desde la actualización y la tasa de forestación no ha aumentado, lo que permite asegurar con total certeza que la meta de forestación ya no se cumplirá, como tampoco las metas asociadas a manejo del bosque nativo y restauración a escala de paisaje. Las razones pueden ser múltiples, pero una de ellas es que el incremento de ambición entre las metas 2015 y 2020 no fue acompañado de acciones desde la política pública que posibilitaran cumplir en la práctica lo que se había firmado en el papel.
Lo descrito es grave porque la conclusión de que la forestación era una herramienta de acción climática había sido establecida algunos años antes. A partir de un trabajo coordinado por el Ministerio de Medio Ambiente que duró cuatro años (2012-2015), la forestación fue identificada como una de las medidas de mitigación más costo-efectivas que Chile podía implementar para enfrentar el cambio climático. El resultado de ese trabajo, sin embargo, no generó las convicciones necesarias para reimpulsar el fomento a la forestación que había expirado precisamente el año 2012, año en que se dio inicio al proceso antes mencionado. Pero no sólo no se impulsó el fomento a la forestación, sino que varios años más tarde, en 2022, el mismo Ministerio de Medio Ambiente prohibió el incentivo a la forestación dentro de la Ley Marco de Cambio Climático, al menos el asociado a monocultivos forestales, que es el 95% de la cobertura forestal que se plantaba en Chile, cuando en Chile se plantaba.
¿Cómo se cumplirán las metas de forestación del Acuerdo de París si los monocultivos están vetados? Bueno, no se cumplirán. Así de simple. Y para muchos no constituye un problema.
De hecho, un grupo de investigadores nacionales publicó recientemente un artículo en el que hacen un llamado a modificar las NDC forestales y alinearlas a la Ley de Cambio Climático. Es decir, eliminar el compromiso de plantar y reemplazarlo por la restauración de bosques. Su argumentación se basa en que las plantaciones presentan un alto riesgo de incendio y generan impactos socioecológicos, como es la reducción de abastecimiento de agua y las existencias de carbono del suelo. Aunque estos impactos siempre los estiman comparando las plantaciones con una cobertura forestal nativa, y nunca comparando su desempeño con suelos desprovistos de vegetación y en procesos de erosión. Sobre la ganancia en servicios ambientales respecto de una situación de suelos desnudos nunca se pronuncian.
Básicamente, los investigadores recomiendan que no hagamos lo más razonable, lo más costo-efectivo y lo que sabemos hacer, que es plantar (y que no estamos haciendo); y en su lugar implementemos la estrategia más difícil, costosa, de incierto resultado, que es restaurar bosques naturales degradados, pero no a través de su incorporación a la producción mediante manejo sostenible, sino a través de acciones exclusivamente orientadas a su recuperación en tanto ecosistemas que proveen servicios ecosistémicos de los que, vale la pena recordar, los propietarios de los bosques no se benefician económicamente. Si de incrementar la ambición se trata, estamos frente al paroxismo de la ambición.
Aunque esta discusión de cuál es la mejor estrategia a implementar desde los bosques puede llegar a ser apasionada entre quienes la sostienen, no deja de ser humo porque no vamos a hacer nada. Ni plantar suelos desnudos, ni manejar el bosque nativo y mucho menos restaurar el bosque degradado, en la superficie y el plazo autoimpuesto. ¿Por qué? Esa es la pregunta que deben responder nuestras autoridades.
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