Cuando hablamos de gases de efecto invernadero (GEI), el dióxido de carbono suele robarse toda la atención. Sin embargo, el metano se ha convertido en un actor clave en la lucha contra el cambio climático, y por una buena razón. Este gas incoloro e inodoro tiene un impacto climático enorme, aunque su presencia en la atmósfera es breve, de unos 12 años, su capacidad para atrapar calor es hasta 34 veces mayor que la del dióxido de carbono. Este dato encierra un mensaje claro: Reducir el metano puede ofrecer resultados rápidos y significativos en la contención del calentamiento global.
El metano es el hidrocarburo más simple, pero su origen más complejo. Sus principales fuentes incluyen actividades humanas como la ganadería, la cual genera emisiones a través de la digestión del ganado; la descomposición de residuos en vertederos, y la extracción y transporte de combustibles fósiles. También hay fuentes naturales, como los humedales, pero más del 60% de las emisiones globales de metano son responsabilidad de las actividades humanas. En Chile, este gas representa el 14% de los GEI emitidos. Aunque este porcentaje puede parecer menor, su impacto es grande. Un dato relevante es que una reducción global de emisiones de metano podría evitar un aumento de hasta 0,3 °C en la temperatura mundial para 2045. Esto lo convierte en un objetivo prioritario para las políticas climáticas del país.
Chile no está ajeno a estos desafíos. Como parte del Compromiso Global de Metano asumido en la COP26, el país se ha comprometido a reducir sus emisiones de metano en 30% para 2030. Este esfuerzo pone el foco en sectores como la gestión de residuos, donde la descomposición de materia orgánica en vertederos representa una de las principales fuentes de emisiones. Avanzar hacia la valorización de residuos orgánicos, mediante su separación y reutilización, no solo reduce el metano liberado a la atmósfera, sino que también impulsa la economía circular, creando nuevos recursos y oportunidades en un modelo más sostenible para Chile.
Los efectos del cambio climático no se combaten solo con palabras; requiere acción concreta, y la transición hacia energías renovables es una de las estrategias más efectivas. Chile ha avanzado significativamente en esta área, liderando en energía solar y eólica en la región. Sin embargo, el desarrollo de proyectos de generación de energía avanza mucho más rápido que la capacidad de transmisión y almacenamiento disponible para la energía que producen. Esto da lugar al fenómeno conocido como vertimiento de energía (curtailment), que ocurre cuando no existe suficiente capacidad de transmisión para transportar la energía generada por las centrales, especialmente las de tecnología solar y eólica, en un momento determinado. Este cuello de botella limita la transición energética, desperdicia recursos estratégicos y compromete el cumplimiento de las metas climáticas de Chile.
El desarrollo de nuevas líneas de transmisión eléctrica es una necesidad urgente, pero no es una tarea sencilla. Este tipo de proyectos puede tardar más de una década en concretarse debido a la complejidad de los permisos ambientales y sectoriales. Aquí es donde las reformas normativas juegan un rol clave.
La propuesta de reforma a la ley 19.300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente busca agilizar los procesos de tramitación de proyectos sin comprometer los estándares ambientales. Además, se enfoca en reducir la burocracia, fortalecer los instrumentos de gestión ambiental y garantizar una mayor participación ciudadana en la evaluación de proyectos.
Paralelamente, el proyecto de ley marco de Autorizaciones Sectoriales busca coordinar y simplificar la obtención de permisos mediante un sistema unificado. Este enfoque no solo promete una mayor eficiencia administrativa, sino que también incorpora la digitalización de trámites, lo que reduciría significativamente los tiempos de espera y aumentaría la transparencia. En el contexto de la transición energética, estas reformas son fundamentales para acelerar la construcción de infraestructura clave, como las líneas de transmisión, y maximizar el aprovechamiento de las energías renovables.
Chile se encuentra en un momento decisivo. Tiene el potencial de liderar la lucha contra los efectos del cambio climático en la región, avanzando hacia una matriz energética más limpia y reduciendo emisiones de gases de efecto invernadero, incluido el metano. No obstante, esto exige superar desafíos estructurales que requieren visión, coordinación y compromiso. Reformar nuestra infraestructura energética, modernizar los procesos normativos y apostar por la innovación, no solo permitirá cumplir con nuestros compromisos internacionales, sino que también posicionar a Chile como un modelo de desarrollo sostenible. Una acción coordinada entre los sectores público, privado y ciudadano puede marcar la diferencia, transformando al metano desde un problema a una oportunidad para construir un futuro más limpio y competitivo.
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