Luego de la finalización de la COP25, desarrollada en Madrid la primera quincena de diciembre, poco y nada se avanzó en términos de acuerdos climáticos globales como era de esperar, ya que no fue capaz de ir mas allá de sus versiones anteriores, entregando una declaración final que pareciera ser más un discurso de buenas intenciones de los Estados presentes, que un planteo que pusiera realmente en el centro una preocupación real por la crisis civilizatoria actual.
De ahí que los puntos de aquella declaración final de la COP25, plantee mayor “ambición” de los Estados para luchar contra el cambio climático, mayor papel de la ciencia en la toma de decisiones, mayor transversalidad política para ver lo ambiental (finanzas, industria, transporte, energía, agricultura), resaltar la importancia de los océanos para el clima, mayor participación de las mujeres en la toma de decisiones, la creación de un fondo verde que entregue recursos a los países más vulnerables por el cambio climático, mayor regulación de los mercados de carbono, mayor multilateralismo, mejores empleos y mayor espacio para actores no gubernamentales.
En consecuencia, es una declaración totalmente voluntarista y difusa, dentro de un marco neoliberal, que se centra en los buenos deseos de cada Estado para enfrenar la crisis civilizatoria actual, siendo incapaz de exigir límites mínimos a las grandes empresas contaminadoras del planeta en lo que respecta a emisiones de gases de efecto invernadero, lo que no hace más que darle toda la libertad a las grandes corporaciones para que hagan los negocios que quieran con los bienes comunes, negando así la posibilidad de establecer ciertas regulaciones globales básicas.
No obstante, a pesar de este triste espectáculo, paralelamente a esta declaración, fue presentado en Bruselas, por la Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, el denominado European Green Deal, el cual busca en términos generales que Europa sea el primer continente en el planeta en no emitir emisiones de carbono para el año 2050. Es decir, descarbonizar completamente su matiz energética para aquel año, a través de distintas medidas que se implementarán de manera paulatina.
En cuanto a las medidas, se propone impulsar de manera interconectada las denominadas fuentes de energías renovables, generar economías circulares, renovación y construcción de edificios eficientes energéticamente, prevención en la contaminación del agua y el aire, preservar la biodiversidad, desarrollo de modelos alimentarios más saludables y ofrecer medios de transportes sustentables para alcanzar lo que se ha denominado como neutralidad climática.
El problema evidente de todas estas medidas, es que si bien son bastante más concretas, en comparación a lo planteado en la fallida COP25, en Europa se sigue pensando, después de 500 años de historia colonial, por sobre el resto del mundo.
De ahí que la idea de neutralidad climática pase completamente por alto y no se haga cargo no solo del impacto histórico que han tenido sus economías industrializadas en los últimos 200 años, en términos de huella ecológica, sino también de las múltiples empresas actualmente extractivas, que con este Pacto Verde Europeo, seguirán contaminando igualmente a los países del Sur Global, por intermedio de mega corporaciones energéticas, mineras y agroalimentarias.
Por lo mismo, este pacto omite la deuda climática histórica de países como Inglaterra, Alemania y Francia hacia el mundo, y jamás pone en duda la absurda idea de un crecimiento económico infinito dentro de un planeta con límites finitos. En otras palabras, aunque se disfracen de verdes todas estas medidas internas, sigue siendo un proyecto capitalista al fin y al cabo, al no plantear nada sobe miradas provenientes del decrecimiento o del ecofeminismo.
Por otro lado, no es casualidad que este nuevo pacto sea tan bien recibido por la ultra derecha europea, la cual está comenzando a dejar el negacionismo climático, para dar paso a un nuevo nacionalismo verde, el cual está planteando que “las fronteras son el mejor aliado del medioambiente”, como señaló el partido de Marine Le Pen.
En consecuencia, Europa, ante su debilitamiento económico frente a China, lo que busca es impulsar un nuevo racismo ambiental, que siga saqueando a los países más empobrecidos, mientras internamente sigue cerrando sus fronteras a inmigrantes del Sur Global, los cuales son cada vez más afectados en sus países por catástrofes de índole climática.
Por esto, que la idea de piel blanca, máscaras verdes, actualiza lo planteado por el pensador anticolonial Frantz Fanon, ya que nos permite ilustrar un nuevo proceso excluyente impulsado por las grandes elites de Europa, a las cuales poco y nada les importa el planeta, entendido este como un sistema de vida integrado, sino más bien usar el cuidado del medioambiente como un mero instrumento para construir un mundo por sobre otros mundos explotados y saqueados históricamente por ellas mismas.
Por consiguiente, si a las elites europeas realmente le importara el calentamiento global, no hablaría de neutralidad climática, sino de justicia climática, como piden todos los pueblos en el mundo, ya que solo partiendo desde una mirada relacional y crítica de los procesos históricos de acumulación, se podrán construir sistemas de vida alternativos, como sí plantea la Vía Campesina por ejemplo, desde una agricultura ecológica, la cual no deja afuera a nadie, como sí lo hace este European Green Deal.
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