El pasado miércoles 5 de diciembre se conmemoró el Día Mundial del Suelo, impulsado desde Naciones Unidas, donde se destacó la importancia de este recurso natural no renovable para áreas claves como la mitigación de los efectos del cambio climático y la seguridad alimentaria.
Pero en Chile, ¿le prestamos al suelo la misma atención que a otros recursos naturales como el aire y el agua?
¿Entendemos el real valor actual y estratégico que posee para la productividad?
Pareciese que ese soporte donde realizamos nuestras actividades fuese un activo seguro, pero en realidad se encuentra expuesto a una alta fragilidad.
Para este año Naciones Unidas propuso poner el foco en detener la contaminación de los suelos.
Este es un proceso silencioso, del que poco se habla dentro de los discursos de conservación y sustentabilidad, pero tan voraz que se estima que un tercio de los suelos del planeta ya se encuentran degradados.
¿Cómo pudo pasar esto? Lamentablemente a través de procesos mucho más comunes que lo que suponemos, entre los que se encuentran las malas prácticas agrícolas, los residuos de actividades industriales o mineras, y los residuos urbanos no tratados.
Todas estas actividades contribuyen a la pérdida de materia orgánica presente en el suelo, en la capacidad de filtración que poseen y también en la contaminación de las aguas subterráneas.
Lo anterior tiene un impacto directo en la sustentabilidad alimentaria, debido a una baja en los rendimientos y en la calidad de los cultivos.
La pérdida de suelos implica que se reduce la superficie cultivable, mientras que la población mundial aumenta en una ecuación que claramente va en contra de los seres humanos. Y hay más.
Los suelos tienen una incidencia directa en la mitigación del cambio climático dada su capacidad en el almacenamiento de carbono y la reducción de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Un suelo sano reduce el riesgo de remociones en masa producto de eventos hidrometeorológicos, los cuales se hacen más frecuentes como otra de las consecuencias del cambio climático.
A nivel nacional, si bien existen programas tendientes a la recuperación de suelos orientados a pequeños productores agrícolas, aún estamos al debe en la caracterización completa de este recurso a nivel nacional.
El último Inventario Nacional de Erosión de Suelos Actual y Potencial data del 2010, tiempo en el cual han ocurrido una serie de acontecimientos que han modificado de manera importante dicho catastro.
Los incendios forestales de 2017 en la zona centro-sur del país afectaron a más de 460 mil hectáreas de acuerdo a CONAF, así como las inundaciones por aluviones en marzo de 2015 en la Región de Atacama redujeron en cerca de mil hectáreas la superficie frutícola plantada (CIREN, 2018).
En 2010, al menos el 49% de la superficie nacional presentaba algún grado de erosión. Urge cuantificar con claridad cuál es la cifra actual, ante un escenario inminente de desertificación y sequía prolongada, no podemos dejar que simplemente el suelo se abra bajo nuestros pies.
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