La vigésimo quinta edición de la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP25, partió el lunes 2 de diciembre con la promesa de mayor ambición de los países que, sin embargo, acabó en dos jornadas extras que terminaron postergando los temas más difíciles, dado que no se logró convencer con propuestas débiles durante la cumbre.
Nuestra ministra de Medio Ambiente, Carolina Schmidt, estuvo al frente como presidenta de la Conferencia, con un cambio de sede de última hora a Madrid y un desarrollo entre reclamos de las organizaciones sociales por un verdadero compromiso en acciones concretas para reducir las emisiones.
Con ese rol protagónico, estaba encargada de facilitar un acuerdo planetario y, con ello, entregarle un golpe anímico al gobierno de Piñera.
Sin embargo, más que alegrías y satisfacciones, COP25 pasó a ser un ladrillo más en la pesada mochila que hoy por hoy debe cargar el oficialismo. Esto da cuenta de una nula conducción en todos los frentes, enfrentando una crisis de liderazgo como no se había visto hace mucho tiempo, porque no es tan solo en nuestro país donde al parecer no existe manejo político de situaciones complejas.
Para salir airoso de una reunión en la que 196 países deben aprobar por unanimidad los acuerdos, se debe tener en cuenta que los países más pequeños valen tanto como los más grandes. Por ello, se requería algo más para cerrar bien la negociación: experiencia. Y eso no pudo aportar Chile, terminando cediendo ese papel a la ministra española de Transición Ecológica, Teresa Ribera.
Esto lo sostenemos porque COP25 tenía una importancia radical para comenzar a implementar el Acuerdo de París en 2020, en dos puntos que se habían mantenido empantanados: mercado de bonos de carbono y mecanismos de pérdida y daños. Veamos una evaluación sobre la declaración final.
Primero, no se tomó ninguna decisión para el mercado de intercambio de derechos de emisión, postergándose para el próximo año, con fuertes críticas a Schmidt por la influencia de grandes países.
No se logró un consenso para avanzar en un proceso que debe contar con verificaciones, para evitar el doble conteo en países que compran y venden bonos. Para peor, las propuestas sobre la mesa amenazaban con socavar los ya endebles compromisos, en una iniciativa que pretende incentivar acciones de parte del sector privado.
Luego, en mecanismos de pérdida y daños, hay directrices para el Fondo Verde del Clima, para destinar recursos a los países más vulnerables al cambio climático.
Se estableció la “Red de Santiago”, que canalizará la asistencia técnica y el trabajo de apoyo. Se institucionalizó la promoción de la equidad de género y la participación de los pueblos indígenas con sus conocimientos tradicionales. Sin embargo, no se aborda lo más importante, que los países responsables no brindan el suficiente sustento a aquellos que están en primera línea de afectación. También se dejó esa decisión en manos de la próxima cita en Glasgow.
En general, los gobiernos adoptaron una serie de decisiones positivas sobre experticia, en el sentido que las políticas climáticas deben estar actualizadas en base a los avances científicos, pero no se fijó la urgencia recomendada en los recientes informes del IPCC.
Además, en términos de ambición, los grandes emisores no indicaron cómo y cuánto reducirán sus emisiones de carbono.
Por un lado, Estados Unidos tiene una agenda que se erige sobre la idea de una inexistente emergencia climática, y por otro, China no muestra voluntad de asumir restricciones. De esa manera, queda confiar que será la presión de la comunidad científica, movimientos ecologistas y colectivos juveniles quienes, con mayor intensidad, terminarán convenciendo de la urgencia planetaria.
Como contrapunto, en el progresismo no nos podemos solazar con la decepcionante actuación del gobierno. Se pudo retroceder en varios temas fundamentales, pero se logró que quedaran en suspenso hasta el siguiente año, lo que significa la pérdida de todos estos meses de trabajo. El desafío de avanzar hacia un nuevo contrato social verde sigue estando allí, así como la búsqueda de la justicia climática.
En definitiva, la sensación que queda es que se ha perdido una oportunidad relevante por el cambio climático, donde Chile estuvo al medio de ese fracaso por la falta de liderazgo, cuando precisamente era el tiempo de actuar.
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