En tiempos de polarización social, la relación entre comunicación y democracia se vuelve cada vez más compleja. A menudo se parte de la premisa de que, a mayor comunicación, mayor será la calidad democrática. Sin embargo, esta relación no es lineal ni automática. Más bien, asistimos a un escenario donde la abundancia de mensajes y la precariedad del debate público desafían las promesas emancipadoras que alguna vez se le atribuyeron a los medios y las tecnologías.
Uno de los pensadores que ha reflexionado críticamente sobre este fenómeno es Byung-Chul Han, quien en "La sociedad de la transparencia" sostiene que el ideal contemporáneo de una comunicación total -sin secretos, sin opacidad, sin barreras- termina despolitizando al ciudadano y convirtiéndolo en un sujeto vigilado que se autoexpone. La transparencia, dice Han, "no genera confianza, sino control". En este modelo, la comunicación deja de ser un espacio para la deliberación y se convierte en una vitrina permanente, donde todo debe mostrarse, incluso lo banal, ahogando el sentido y el silencio necesarios para pensar.
En esta línea, Jürgen Habermas, en su teoría de la acción comunicativa, defendía la posibilidad de una esfera pública donde los ciudadanos pudieran llegar a consensos racionales mediante el uso del lenguaje. Pero la utopía habermasiana se enfrenta hoy a una realidad de cámaras de desinformación y algoritmos que premian lo emocional por sobre lo argumentativo. El espacio público ya no es un foro, sino un campo de batalla entre identidades, narrativas y audiencias segmentadas.
Hoy, la democracia enfrenta una paradoja: nunca había habido tantas posibilidades de comunicarse y, sin embargo, nunca había sido tan difícil construir un debate público sólido. Reivindicar una comunicación democrática no significa solo abrir canales, sino repensar cómo se estructura la conversación pública, cómo se regula el poder de las plataformas y cómo se garantiza que los ciudadanos no solo hablen, sino que sean realmente escuchados.
En esa misma línea, el ecosistema mediático chileno muestra signos de saturación y segmentación ideológica. Un estudio reciente, indica que, aunque el consumo de noticias ha aumentado, también lo ha hecho la desconfianza hacia los medios, con audiencias que se refugian en burbujas informativas afines a sus creencias.
Así las cosas, la nueva realidad mediática abrió un espacio de desconfianza y se creó la paradoja de que en un mundo lleno de información, estamos más desinformados que nunca, algo que no solo golpea nuestra convivencia, sino que desgarra el alma de la democracia, el mayor valor que tenemos como país.
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