La resistencia de Anatel

En una reciente entrevista, Pablo Vidal, actual presidente de la Asociación Nacional de Televisión (Anatel), describe el escenario adverso por el que pasan los canales de TV abierta. El exdiputado hace un diagnóstico sincero de la situación, recordando que hace 20 años la televisión acaparaba el 50% de la torta publicitaria chilena, cifra que hoy está por debajo del 25%. Al mismo tiempo, advierte que por aquella época los medios digitales concentraban el 1% de la inversión, mientras que ahora superan el 50%.

Frente a ese contexto, llama profundamente la atención la narrativa con la que se está enfrentando este nuevo paradigma. En la administración de Vidal, el propósito de Anatel sería "reivindicar y defender" los contenidos propios de los medios tradicionales, lo que, por cierto, hace sentido en un mundo en que reina la polarización y la desinformación. Sin embargo, las medidas que se proponen no necesariamente se relacionan con ese objetivo de largo plazo, sino más bien con resistir cambios que parecen inevitables.

Un ejemplo concreto se relaciona con la implementación del nuevo sistema de medición de audiencias, que permitirá ofrecer información más certera a los avisadores. Se trata de una tremenda iniciativa que permitirá afinar el diagnóstico, pero que, al mismo tiempo, estaría pensada para demostrar que los canales no han perdido "tanta audiencia" como se cree.

La televisión abierta, en todo el mundo, está dejando de ser suficientemente interesante. Y ahí radica el principal problema, pues la preocupación que uno percibe por parte de Anatel no se relaciona con cómo ser más atractivos, sino más bien con cómo demostrar que el antiguo modelo sigue funcionando.

En esa línea, es posible que el acertado diagnóstico que se hace desde las estaciones televisivas no siempre vaya acompañado de la aceptación necesaria. Basta con pensar en las amenazas de demanda contra Google por sus prácticas monopólicas que distorsionan el sistema informativo. Por muy cierto que sea ese problema, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a asumir un nuevo entorno, nuevas normas, nuevas formas de hacer las cosas? Tal como los Ludditas -aquel movimiento de artesanos y obreros que destruían máquinas en plena revolución industrial-, muchas industrias corren el riesgo de optar por la sobrevivencia, pero sin hacerse cargo de los verdaderos problemas de fondo que implican cambios culturales (de valores y propósitos) algo más profundos.

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