Los hechos (y tragedias) vividas en nuestro país nos llevan a reflexionar sobre el rol de los medios de comunicación y el periodismo. En climas de violencia, insatisfacción y crispación, la información oportuna y veraz se vuelve un activo incluso más decisivo en el desarrollo de la democracia. Pero como bien sabemos, no es solo el contexto chileno el que desafía la labor informativa, sino que también diversos fenómenos vividos a nivel global.
Hace menos de un mes la prestigiosa revista The Economist publicaba un crudo artículo sobre los diversos ataques a la "libertad de prensa", sugiriendo explícitamente que los periodistas se encontraban viviendo las batallas más duras desde la Guerra Fría. Si la pandemia ya había traído oscurantismo en algunas democracias imperfectas, los fenómenos globales que le siguieron solo profundizaron aquella crisis. Sin ir más lejos, durante 2021 se contabilizaron 488 periodistas presos y 46 asesinados en el ejercicio de su profesión.
Este 2022 la situación se ha vuelto incluso más dura. En lo que va del año, ya son al menos 20 los periodistas muertos solo a propósito de la invasión rusa en Ucrania. En este complejo escenario, no resulta muy difícil asumir que el 85% de la población mundial vive en países que han retrocedido en el resguardo a la libertad de prensa en los últimos 5 años (Chile uno de ellos, por cierto). Tal como informa el artículo de The Economist, de acuerdo al índice global de libertad de prensa de Unesco, nos encontramos con las peores cifras globales desde 1984.
Uno podría pensar que con la nueva esfera pública digital desaparecerían estos asuntos vinculados a la falta de libertad informativa. Después de todo, la horizontalidad y la democratización se han transformado en verdaderos comodines a la hora de reflexionar superficialmente sobre política digital. Pero basta profundizar solo un poco para comprender que no todo es color de rosas.
Sin ir más lejos, incluso las redes sociales han servido como plataformas para hostigar y amenazar a la prensa libre. Por lo mismo, hoy más que nunca se hace necesaria una labor periodística seria que logre, a su vez, enfrentar los diversos problemas asociados usualmente a las plataformas digitales (como concentración, polarización y desinformación).
Como hemos sugerido, la situación de Chile no es mejor que la del resto del mundo. De acuerdo a la ONG Reporteros sin fronteras, nos encontramos en el grupo de países que presentan un escenario "problemático" (retrocediendo 28 puestos, respecto al 2021). Y las amenazas ciertamente se perciben. Es un hecho notorio que contamos con una altísima concentración de medios, lo que deviene en falta de pluralismo. ¿Cuál es la salida? Esta es una pregunta interesante, pues muchos de los remedios que se han propuesto en los últimos años parecen bastante peores que la misma enfermedad.
En síntesis (y me perdonarán por la reducción), difícilmente lograremos pluralismo con una nueva ley de medios como lo proponía el candidato comunista Daniel Jadue. Tampoco fortaleceremos nuestros indicadores de prensa libre atribuyéndole mayores poderes al Estado en el aseguramiento de la información veraz (que se traduce, necesariamente, en el gran censor).
El asunto es extraordinariamente sensible, pero la actual discusión constitucional (que se quedará para rato, gane el apruebo o el rechazo) ofrece oportunidades históricas para dar un giro. En esa línea, podríamos tener presente -al menos- dos ideas: la relevancia de los medios públicos y el rol de los medios locales.
Más que el control por parte del Estado, sería interesante buscar alternativas para fortalecer sus medios que hoy parecen lejos de cumplir la verdadera función encomendada. España o Reino Unido pueden ser buenos ejemplos a la hora de pensar en una red (autónoma) de plataformas que cumplan un rol esencial en sociedad. Y lo segundo se relaciona con la necesaria promoción de aquellos medios que cumplen un rol local. En nuestro país tenemos experiencias con las catástrofes naturales vividas en las últimas décadas, en donde se gestaron apoyos especialmente dirigidos a empresas de información que se habían visto afectadas a lo largo de Chile. El sentido era interesante, pues se asumía que, aun siendo privadas, cumplían un rol público que debía ser protegido.
Se trata de discusiones que no se agotarán en los próximos meses y que difícilmente solucionarán todos los desafíos que tenemos en relación con la libertad de expresión y de prensa. Lo importantes es pensar que, en tiempos turbulentos, las oportunidades para el cambio se vuelven reales.
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