En ajedrez, para comprender adecuadamente la correlación de fuerzas de una determinada posición es indispensable analizar quién tiene la iniciativa. Una posición puede ser ventajosa o desfavorable dependiendo exclusivamente de si la iniciativa la tienen las piezas blancas o las piezas negras.
En política pasa algo similar. Carlos Lorca, asiduo ajedrecista, lo entendía perfectamente. Así quedó plasmado en el "Documento de Marzo", redactado por la primera dirección clandestina del Partido Socialista -de la cual Lorca formaba parte-, y que este mes cumplió 50 años desde que se dio a conocer a la militancia.
El ejercicio de análisis era imprescindible: la iniciativa no es estática y las estrategias serán distintas según si esta le pertenece al adversario o a nosotros en un momento determinado. La acción política debe orientarse según las condiciones en que se desarrolle, sin que baste "la sola voluntad de combatir y la disposición a entregarlo todo" para asegurar la victoria.
Y es que si bien este texto es conocido por su profunda autocrítica respecto de los errores cometidos durante la Unidad Popular, su riqueza también radica en las reflexiones respecto de cómo hacer frente a la arremetida que estaban sufriendo las fuerzas de centroizquierda y el movimiento popular tras el golpe de Estado de 1973.
Quizás en estas dos ideas es donde este documento encuentra su plena vigencia para los tiempos que corren, porque solo "considerando la correlación de fuerzas objetiva de cada momento, será posible determinar las tareas políticas y las formas de lucha concretas que se desarrollarán". Desarrollar esta tarea nos queda a nosotros.
Estamos viviendo una ola reaccionaria a nivel mundial que quiere retrotraer los avances sociales y democráticos de las últimas décadas varios pasos más allá, estrechando severamente el marco de lo posible. El avance global de la ultraderecha es expresión de esto. En Chile, el ascenso del Partido Republicano es particularmente acentuado.
José Antonio Kast intensificó sus críticas a la derecha tradicional durante el gobierno de Sebastián Piñera, perfilando un proyecto radical que le dio éxito en las elecciones de 2021, consiguiendo 15 escaños en la Cámara de Diputados. Además, aprovechando las difíciles circunstancias económicas y sociales después de la pandemia y los errores cometidos por la izquierda en la Convención Constitucional, utilizó el periodo de propaganda electoral para acentuar su discurso político, lo que fue ratificado por la ciudadanía con 62% en el plebiscito -lo capitalizó mejor que los sectores de centro derecha- y 35% de los votos en la elección del Consejo Constitucional.
Para la centroizquierda, este ascenso se da en un marco particularmente complejo. Ante los buenos resultados electorales obtenidos con un discurso que pone en el centro lo punitivo, los valores morales conservadores, una sociedad culturalmente homogénea, el neoliberalismo económico y el negacionismo de las violaciones de los DD.HH., la derecha tradicional optó por radicalizar sus posturas para evitar perder su base de apoyo.
Además, la fragmentación del sistema de partidos derivó en un escenario institucional inestable -cuya mejor expresión es la Cámara de Diputados- con 18 partidos políticos si es que no se cuenta la fusión del Frente Amplio y donde el oficialismo es minoría. Así, sacar adelante cualquier iniciativa depende de organizaciones que responden a sus propios intereses y que son particularmente permeables a defender posiciones según los soplos del viento.
En resumen, la correlación de fuerzas actual nos es desfavorable. A pesar de estar en el gobierno, la iniciativa no nos pertenece, le pertenece al adversario. Y no la utiliza simplemente para mantener el status quo, la utiliza para retroceder los avances sociales y el sentido común hegemónico que hemos conseguido.
En este escenario, hay que tener cuidado con el desencanto y las frustraciones. El no poder implementar a cabalidad el programa político con que el Presidente Boric llegó al poder no nos debe llevar a ignorar donde debe estar puesta la energía militante en este periodo: evitar que el umbral de lo posible se desplace a posiciones que hasta tan solo algunos años nos habrían parecido insólitas. No significa dejar de lado la propuesta programática, pero si conocer sus actuales limitaciones.
Y aunque puede parecer modesto, nos estamos jugando consolidar las luchas que hemos dado en los últimos 30 años. Dependiendo del momento, defender acertadamente una posición puede ser tan importante como realizar una buena ofensiva.
Para lograr esto y hacer frente a la ola reaccionaria, el "Documento de Marzo" marca una pauta que debemos adoptar como propia: fortalecer una alianza amplia entre fuerzas sociales y políticas diferentes, desde el centro a la izquierda, que evite el continuado ascenso de la ultraderecha. De hecho, la confluencia que planteaban los autores abarcaba desde el MIR a la DC.
No debe existir temor a las caricaturas ni a los prejuicios: el análisis de la política de alianzas es una cuestión contingente, que se adecúa al contexto en que nos encontramos, y fruto de un ejercicio reflexivo constante acerca de las necesidades del periodo.
Ahora bien, esta "alianza no se producirá espontáneamente ni con facilidad" e implica no solo "postular las reivindicaciones y los intereses particulares de cada sector (...) sino también conseguir el entendimiento con los representantes y agentes políticos" de sus diversas facciones. Levantar reivindicaciones comunes debe ser el primer paso para agrupar a distintas fuerzas sociales.
El 54% que votó contra la propuesta constitucional del Partido Republicano muestra que un entendimiento en base a mínimos compartidos es un camino para evitar que las posiciones radicales de la derecha se transformen en políticas públicas.
En este contexto, no debe haber espacio para recriminaciones mutuas ante compromisos tácticos, tan posibles como necesarios, ni debemos perder de vista que una defensa aislada y minoritaria de nuestras posiciones solo le sirve al adversario. No sigamos ese camino.
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