¿A quién le importa nuestro bienestar?

Hace años que en el debate público chileno el foco central ha sido el llamado combate contra la desigualdad. Lo increíble es que en paralelo se fue abandonando la búsqueda de un mayor bienestar para la población. Mientras la izquierda se centró cada vez más en la desigualdad quitando patines y atacando a los ricos, la derecha presumió que todo estaba sereno, como en un oasis, porque los centros comerciales se atestaban de gente cada fin de semana en módicas cuotas mediante.

Así, exagerando el punto, por un lado querer una casa y un auto te hacía un aspiracional. Por otro, se asumió que el hecho de poder tener ropa nueva o un celular era suficiente, incluso para presumirnos desarrollados. Así, además, la búsqueda de bienestar se confundió con arribismo o con la búsqueda de privilegios. Dos caras de una misma moneda.

El bienestar es una complejidad que en general, en el debate público chileno, no es considerada de forma seria. Los debates presidenciales han hecho más notoria aún esta carencia. La izquierda presume que se logra con un burdo rechazo al mercado y la derecha presume que se refleja con el simple consumismo. Así, para la izquierda vamos a estar mejor ahí donde ni hay mercado ni empresarios o altos inversores. Para la derecha, estamos bien si podemos comprar cosas aunque entendamos la mitad de lo que leemos, no conozcamos las leyes o cómo funcionan las AFP.

Claramente, el bienestar de una sociedad no es sólo acceder a cosas "gratuitas" o poder comprar bienes suntuarios como unas zapatillas Nike Air, sino que conlleva una multiplicidad de factores. Es poder volver del trabajo tranquilo y sin temor a un asalto o portonazo. Es poder acceder a entornos amigables para recrearse, poder enviar a los hijos a buenas escuelas sin tener que endeudarse. Es no vivir hacinado y con opciones ciertas de independizarse. Bienestar es no vivir amenazado por vecinos narcotraficantes que controlan tu barrio sin que nadie te ayude. Es poder abrir un negocio sin temor a que unos vándalos lo saqueen cada tanto. Es no quedar bajo la sombra eterna de un gueto vertical construido a la mala con el beneplácito de una municipalidad. Bienestar es tener al menos la seguridad, en caso de una enfermedad catastrófica, de acceder a un buen tratamiento sin empeñar el bienestar de la familia por generaciones. Eso es la base mínima.

Con relación a lo anterior, el discurso contra la desigualdad, tal como se ha planteado en Chile en estos años, es más bien un combate estético, de parte de una élite privilegiada que dice combatir a otros privilegiados, con los que comparten redes, barrios y amigos. Si hasta Fernando Atria está emparentado con Jaime Guzmán. Como el foco del discurso de la desigualdad está centrado en los multirricachones, no es raro que sus promotores estén dispuestos a sacrificar los elementos que pueden contribuir a sostener un mayor bienestar en la población porque, en el fondo, ellos nunca se verán afectados por ese sacrificio.

Porque el bajo crecimiento no va a dejar sin trabajo al hijo de una ex ministra bien posicionado en el mundo académico y político. Tampoco va a afectar el buen pasar de millonarios que creen que merecemos el desplome para aprender de una vez por todas. A la vez, quienes rechazan el discurso contra la desigualdad generalmente eluden el desafío de generar mayor bienestar pues asumen que todos están como esas élites igualitarias. No es raro que, por ejemplo, Jaime Mañalich dijera que hay un nivel de pobreza y hacinamiento, del cual no tenía conciencia.

En los últimos años varios elementos indican que nuestras opciones de mayor bienestar como sociedad se alejan de forma notoria. El auge de la criminalidad y la violencia es un tema que parece no importarles mucho a los grupos dirigentes. Parecen presumir que es un asunto ideológicamente marcado por ciertas posturas. Pero para una persona a la cual botan de su auto en plena calle o que la apuñalan en un paradero rumbo al trabajo no tiene nada de ideológico el asunto. Tampoco para las personas que deben dormir prácticamente en el piso para no morir por causa de una bala loca. Por otro lado, la creciente incertidumbre económica también es un factor que no son solo números y estadísticas, sino que afecta el diario vivir de las personas, sus planes y proyectos de corto plazo. Varios de seguro han tenido que descartar la opción de comprarse un departamento o iniciar un negocio que hasta hace poco era una posibilidad.

A todo lo anterior se suma una clase política abiertamente demagógica y populista. Lo hemos visto con los retiros y otros espectáculos. Hay propuestas e ideologías que han sido un fracaso aplicadas en otras latitudes. Pero en Chile se ha vendido la testarudez como sinónimo de ser consecuente. Eso también genera desazón en la ciudadanía. La gobernabilidad tampoco es sólo semántica. La estabilidad institucional es un factor clave para impulsar el bienestar de una sociedad. Pero nuestros políticos se muestran cada vez más dispuestos a romper y torcer las reglas.

La lucha sin cuartel contra la desigualdad no necesariamente se traduce en mayor bienestar para todos como nos quieren hacer creer. En el afán por combatir las desigualdades se pueden hipotecar las bases del bienestar de todos, seamos o no pobres. En ese afán se pueden hipotecar las opciones de muchos de salir adelante, de forjarse un futuro mejor. Basta mirar al barrio continental para ver aquello. La pregunta entonces es ¿quiénes están pensando en generar mayor bienestar en Chile para los próximos años sin hipotecar lo avanzado?

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