Siempre he sido un firme partidario de profundizar el proceso descentralizador, de fortalecer las regiones. Y siempre he sostenido que Chile es víctima del centralismo.
Con la misma fuerza, he manifestado en reiteradas ocasiones que el desarrollo del país sólo será posible de alcanzar cuando sus regiones se desarrollen y se conviertan en territorios y comunidades fuertes y autónomas.
Sobre esa base, no puedo concordar con la idea de micro-regionalizar el país. Al contrario, creo que Chile debería tender a una reorganización sustentada en macro-regiones capaces de conducir sus propios procesos de desarrollo con la menor dependencia posible del centro.
Estoy convencido que para profundizar la descentralización debemos apostar decididamente por macro regiones, transitar hacia menos regiones y no a más regiones, construir menos y más fuertes agrupaciones que se transformen en actores fundamentales del desarrollo.
Por el contrario, las regiones más pequeñas y débiles contribuyen a la atomización del país y hacen inevitable el fortalecimiento de la centralización, que se justificará una vez más en que las regiones no cuentan con las capacidades para autogobernarse.
Esta es la discusión de fondo que debiéramos tener, particularmente en el marco del proceso de elaboración de una nueva Constitución para el país.
Crear más regiones con el mismo nivel de competencias que las actuales no va a producir más ni mejor descentralización, ni tampoco más dinamismo a la inversión –sea pública o privada- en los nuevos territorios.
El remedio puede resultar peor que la enfermedad.
Cuando las tendencias internacionales apuntan a la cohesión territorial como requisito para el desarrollo, en Chile estamos tomando en rumbo contrario.
Tenemos que transitar hacia menos regiones y no más regiones; comunidades más fuertes y no más débiles.
El país debe evolucionar hacia la conformación de macro regiones, entendidas como espacios territoriales más amplios y fuertes, con gobiernos autónomos, empoderados y capaces de enfrentar con celeridad y eficiencia las situaciones y desafíos de esos territorios, sin depender exclusivamente de las determinaciones adoptadas en el nivel central, que no siempre conoce las realidades locales ni actúa con la rapidez deseada.
Entiendo el interés de los habitantes de Ñuble por contar con una administración regional propia. Seguramente, hay poderosas razones y también se produce el fenómeno del centralismo en las capitales regionales.
Pero mi posición ante este proyecto no es caprichosa ni contraria a sus intereses por mayor autonomía.
También en la región de Los Lagos, hay voces importantes que propugnan la creación de nuevas regiones en Osorno y Chiloé.
Lo mismo ocurre con las provincias de Cauquenes y Linares, en la actual región del Maule; Colchagua y Cardenal Caro, en la región de O”Higgins; Limarí y Choapa, en Coquimbo; las provincias del Aconcagua, aquí en la Región de Valparaíso, que ya han manifestado su interés por convertirse en regiones. Y probablemente a ella se sumen otras.Todas, muy posiblemente, con intereses y argumentos válidos y atendibles desde la perspectiva local.
¿Pero es ése el modelo de desarrollo que queremos?
¿Queremos terminar con un país organizado en pequeños territorios desarticulados entre sí?
¿Queremos volver a las antiguas 25 provincias?
Insisto en que el tema amerita una discusión más profunda y con visión de futuro. No deberíamos estar debatiendo, cada cierto tiempo, la creación de nuevas regiones, deberíamos estar pensando en el modelo de administración político-territorial que Chile necesita para enfrentar el futuro.
Lo que nuestras regiones y sus comunas necesitan es libertad y autonomía para encabezar sus propios proyectos de desarrollo e instrumentos válidos para abordar efectivamente sus problemas.
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