Comunitarismo, un desafío político

La sociedad chilena, después de haber sufrido un proceso de desmantelamiento constante de su tejido social, es un claro modelo de individualismo consumista y autorreferente, última condición fuertemente potenciada por el desarrollo tecnológico e informático de las telecomunicaciones. A esto se suma, una socialización desde las familias, enfatizando el desarrollo individual, muchas veces carente de formación ética para una sana convivencia social.

Entonces, en una sociedad donde predomina la construcción individual por sobre cualquier indicio comunitario, nos debemos preguntar ¿cómo recuperar la persona? O sea, aquel ser humano con dignidad y con derechos inalienables que es capaz de trascender a la vida comunitaria.

Ciertamente, la familia es el primer fundamento para ello y, por lo tanto, la primera prioridad de toda política pública. En segundo lugar, la educación que fortalece la tarea de la familia, introduciendo habilidades, conocimientos y capacidades prácticas para proyectar la acción ética y moral.

Estos dos cruciales ámbitos, no son los únicos, sino que son los que deben proyectarse en pos de una promoción comunitaria, base para un desarrollo ético y efectivo de la patria.

La promoción comunitaria es una condición sine qua non para una sociedad más justa y solidaria, sin aquello el desarrollo socioeconómico siempre será cojo y, en el fondo, levantado sobre arena.

Para que el desarrollo se erija en tierra sólida, es crucial la reconstitución del tejido social. En este sentido, el refortalecimiento de las juntas de vecinos y demás organizaciones comunitarias, junto con las cooperativas son pilares de todo desarrollo efectivo del país.  Es decir, el levantamiento de todos los procesos de política pública para el desarrollo, debe concebir una promoción comunitaria, tanto a nivel territorial como funcional.

Es por esto, que el desarrollo no es tal cuando sólo se basa en satisfacer consumos individuales y no necesidades de las comunidades y de la gran comunidad que debe ser Chile.

A su vez, el desarrollo también debe considerar el potencial productivo de las comunidades y de las pequeñas sociedades como cooperativas así como pequeñas y medianas empresas, promotoras del mercado, pero que la ausencia de controles del Estado las hacen caer en manos de grandes empresas que limitan el mercado, o bien lo han hecho desaparecer, generando monopolios y oligopolios.

Por ejemplo, el mercado de los lácteos, la producción y transmisión de energía, la producción pesquera, entre otras actividades.

En suma, Chile necesita un desarrollo real, integralmente concebido. O sea un crecimiento que no se limite al incremento del consumo individual, sino que conlleve la dignificación de las personas, sus familias y las comunidades.

Es por eso, que el reto político es que junto con asumir que el Estado tenga responsabilidades sociales, principalmente en previsión, salud y educación, se orienta hacia la promoción comunitaria.

Por lo tanto, el desafío de cada política pública es ¿cómo crear comunidad? La sociedad comunitaria, por lo tanto, no es más que sociedades particulares que tejidas en base a valores éticos, desarrollan una práctica moral para que la gran comunidad de comunidades de hombres y mujeres libres sea el fin del bien común.

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