A nadie se le esconde que estamos viviendo días difíciles en nuestro país. Ha sorprendido la rapidez con la que prendió y se extendió este estallido social. Estallido, en todo caso, que se fue incubando por años, donde las razones son muchas, pero donde la inmensa inequidad que existe hoy en Chile está a la base. No es solo el gobierno de Piñera el culpable, también lo son los gobiernos de la ex Concertación y Nueva Mayoría.
Sí podríamos decir que las decisiones que ha ido tomando este gobierno para enfrentar este estallido no son las más acertadas.
Sacar a los militares a la calle y decretar Estado de Excepción automáticamente hace que la herida tan largamente tratada vuelva a despertarse.
Ver a militares en la calle nos recuerda los peores años que hemos vivido y hace que emociones del pasado - aunque muy presentes - se expresen con toda la fuerza de dolor, frustración, pérdidas, que muchos acarreamos en el cuerpo.
Uno de los aspectos que dificulta el modo de tratar esta explosión es la multiplicidad de fuentes o voces que la convoca.
Si se quiere articular un diálogo con quién lo hago, a quién invito a sentarse para que se pueda acordar una agenda corta que traiga tranquilidad y la certeza que daremos pasos que evite nuevamente esta explosión.
Lo importante es que lo que se haga, nos asegure que, pasada la crisis, no volvamos a lo mismo. Eso es algo que tiene cansada a la gente.
Muchas promesas, muchos programas, muchos diálogos, pero finalmente caemos en lo mismo, y los que más lo sufren son los de siempre.
Tal vez, uno de los focos que más temo es el miedo que se ha ido adueñando de tantos y tantas. Miedo que los hace organizarse, armarse y estar dispuestos a defender lo suyo – lo que está muy bien – pero no de cualquier manera.
Esto último puede ser muy doloroso por las consecuencias que nos podría traer. Si caemos en eso, si hacemos que la gente se enfrente entre sí, habremos fracasado.
Si eso llega a pasar, quiere decir que descuidamos lo más valioso, la vida de las personas, su derecho a vivir tranquilos. Con eso podríamos cargar. Por eso la urgencia de lo que debemos hacer; por eso, la urgencia de estos días.
Creo sí en el derecho de la gente a manifestarse. Y así lo hemos visto. La inmensa mayoría lo ha hecho.
Ha salido a las calles con carteles, con caras coloreadas, con disfraces de superhéroes, vaya que los necesitamos, ha caminado cantando, gritando, con cacerolas u otros objetos.
Los que no han salido lo han hecho desde sus balcones, han filmado videos. Todos y todas ellas reflejan la gran voz, la voz que pide un cambio, la voz que pide más justicia, la voz que ya no puede ser callada, pues como hemos visto, la gente perdió el miedo. Si antes lo teníamos, los de ahora, no. Eso es notable.
Por desgracia este tiempo nos sorprende sin figuras que convoquen. En ninguno de los campos los tenemos. Al menos, en la Iglesia, desde donde escribo, se echa de menos. Pasará tiempo en que surja una. Sin embargo, en otros campos tampoco la encuentro. Si no está, tenemos que levantarla. Ofrecer, apostar, entregar nuestra esperanza en alguien. Necesitamos ese liderazgo.
Los partidos políticos reman cada uno para su orilla. Todos quieren sacar provecho. No es este el momento de las conveniencias. Es el momento de encontrarse y acordar: acordar que no podemos seguir viviendo del mismo modo.
Al menos, siento que el estallido ha sido suficientemente grande para asustar a la clase dirigente. Desconocerlo es no haber entendido nada.
Tal vez, esa misma fuerza reconocida nos empujará a saber que, de no darse los pasos necesarios, este estallido puede crecer más todavía. Eso me da esperanza.
Sí, tengo esperanza que habrá cambios. Chile ya no es el mismo.
¿Cuáles cambios? Sin duda, tiene que haber un cambio de gabinete. No pueden seguir los mismos que han sido causa del desastre con frases muy poco acertadas. Tienen que hacerse responsables de esos desaciertos hirientes.
De ahí, una agenda corta que nos lleve a revisar temas de sueldos, trabajos, salud, pensiones… La lista es larga, como han sido largos los años en que se han negado. Por último, tenemos que caminar hacia una nueva Constitución.
Hoy, en concreto, necesitamos que nuestras voces llamen a la paz. No podemos seguir con esta violencia que solo causa más males a los que ya la pasan mal, a los que no tienen más recursos que los públicos, a los que no tienen más redes que sí mismos. Sigamos adelante con las manifestaciones, con los cantos, con las marchas, pero extirpemos la violencia. Ella no nos conduce a ningún lugar.
No puedo pedir heroísmo a nadie. El heroísmo surge, se despierta, nace. No obstante, aspiremos a ese heroísmo que significa no sumar con nuestra agresividad o violencia. Aspiremos al heroísmo que nos permita ofrecer compañía, apoyo a quienes están sufriendo, a quienes han perdido seres queridos.
Aspiremos al heroísmo que nos permita recuperar la normalidad, pero esa normalidad que trae consigo algo nuevo, pues no estamos dispuestos a volver a lo mismo. No, no lo estamos. Chile es distinto y queremos verlo en lo cotidiano. Que las muertes que ha habido estos días - como todas las del pasado - no sean en vano.
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