Revuelo causó una carta del prestigioso constitucionalista Lautaro Ríos, replicada en varios medios de comunicación y en redes sociales, denunciando que, en la práctica, el borrador de Nueva Constitución (NC) es una copia de la Constitución boliviana. Esta afirmación causó justa conmoción. Primero porque, según recordamos, la promesa constituyente era acercarnos a Finlandia o Nueva Zelanda, y no a países altiplánicos de discutible calidad democrática. En segundo lugar, porque el proceso constitucional, que terminó costando cientos de millones de pesos -un verdadero Congreso paralelo, justo en el peor momento económico en décadas- nos ha dado un producto constitucional tan deficiente que incluso quienes quieren aprobarlo reconocen que, si llega a aprobarse, habrá que reformarlo igual.
Recordemos primero las acusaciones de Ríos. En síntesis, este profesor denunció las similitudes entre la declaración de "estado plurinacional" de Chile (art. 1º del borrador de NC) y la declaración de Estado plurinacional de Bolivia (art. 1º de su Constitución). Observó además la similitud entre la mención a las "naciones y pueblos indígenas" y su "libre determinación", del art. 5º de nuestro borrador de NC, con una norma semejante contenida en el art. 2º de la Constitución Política boliviana.
Desde ya, advirtamos que la denuncia se quedó corta. El borrador de NC copia también a otros textos constitucionales, ninguno de ellos caracterizado por su prestigio constitucional. Un ejemplo es el reconocimiento a los sistemas jurídicos de los pueblos y naciones indígenas (art. 309 de nuestro borrador de NC), que replica en términos casi textuales al art. 171 de la Constitución Política de Ecuador. Por otro lado, la denominación de "sistemas de justicia", (Capítulo IX, arts. 307 y siguientes del borrador de NC) también existe en otra Constitución Política del continente: el art. 253 de la Constitución de Venezuela (aunque ésta también menciona al "Poder Judicial"...). En consecuencia, la copia existe, pero su fundamento resulta inexplicable. ¿Cuál es el sentido de esta verdadera manía de la Convención con el indigenismo altiplánico?
Como observa el profesor Ríos, nunca hubo "naciones" indígenas en Chile (por lo demás, tampoco podría haberlas habido: el concepto Nación, de origen europeo, tiene una evidente connotación estatista, y nace recién ¡en el siglo XVIII!...). Por otro lado, mientras la Constitución actual se redactó teniendo a la vista el ejemplo de prestigiosas democracias constitucionales del primer mundo, Bolivia es un país notoriamente menos desarrollado que Chile, cuya Constitución -nacida el 2006 de un "democrático" proceso constituyente y que permitía sólo una reelección de Presidente de la República- , tampoco impidió que Evo Morales, presidente por dos períodos, se presentara a una tercera reelección, cumpliendo 14 años continuos en el poder. En fin, el tema indígena parece haber sido inflado artificialmente por nuestra Convención Constitucional. Así se desprende, por ejemplo, de la bajísima participación de los propios descendientes de pueblos originarios en la consulta indígena realizada en marzo de este año por ese órgano.
Recordemos la animadversión que una mayoría de los convencionales constituyentes mostraron, desde un comienzo, contra nuestro himno nacional y contra nuestra bandera. Visto en perspectiva, pareciera que, desde un principio, los redactores del borrador de NC tenían claro el objetivo final. Consagrar una diversidad de Naciones en nuestra futura Constitución -de ser aprobada- es romperle el espinazo a la idea de Chile como un país unitario. Por otro lado, los convencionales sabían y saben perfectamente que, aun cuando Chile es y ha sido siempre un sólo país, basta con establecer estatutos jurídicos diferenciados entre chilenos, uno de ellos muy privilegiado (los "pueblos originarios") y el otro muy gravoso (el de los demás), para que muchos, sean o no indígenas, adopten la bandera indigenista, aunque sea por simple conveniencia. Pero puesto que, al mismo tiempo, habrá muchos chilenos enormemente perjudicados por los privilegios que la NC otorga a los primeros, no habrá términos medios, y el odio entre chilenos no hará más que crecer.
En un país que hasta ahora era una Nación, la nueva Constitución, de ser aprobada, será la semilla de una división entre nuestros compatriotas, de incalculables consecuencias.
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