¿Democracia bipolar?

Desde el advenimiento de la democracia, cada vez que se terminaba un proceso eleccionario en nuestro país, aparecían los comentaristas de siempre alabando la cultura cívica de los chilenos. Los medios de comunicación no paraban de auto congratularse por lo bien que se desarrollaban los comicios a lo largo y ancho del país. “Un ejemplo de cultura cívica para el mundo” se decía sin parar, “los niveles más bajos de abstención en el mundo” comentan siempre otros. Las empresas de encuestas, luego de cada día de elección no se cansaban de demostrar lo bien que andaban en sus predicciones y podían cobrar sus premios por haber acertado.

¿Entonces qué pasó en estas últimas elecciones municipales, que pasamos de ser los mejores del mundo a estar ahora entre los países con los más altos niveles de abstención?

¿Es acaso que al igual que en el fútbol, los chilenos, pasamos con nuestro sistema democrático, de ser los mejores del mundo a ser los peores, como lo dicta nuestra habitual bipolaridad?

Para los que creemos en la democracia, lo que pasó el domingo 28 de octubre no representa ninguna novedad, lo veíamos venir y lo advertimos en más de alguna oportunidad.

La razón, al menos para mí es una sola. Somos presa de la dictadura de una minoría seudo demócrata, somos víctimas impertérritas de una fantasía democrática inventada por la dictadura pinochetista, vigente hasta hoy por la férrea oposición al cambio, de los grupos ultraderechistas enquistados en nuestro sistema democrático y avalados por la desidia y actitud complaciente de una concertación que nunca tuvo ni las agallas, ni las ganas, ni menos la voluntad política de hacer los cambios necesarios para que esta fantasía de participación ciudadana fuera cambiada por un ver-dadero sistema democrático y representativo.

Y con esto no me refiero solo a que el sistema binominal nos tiene sumidos en un duopolio que limita la participación de nuevos referentes políticos y nuevos liderazgos independientes. Me refiero también a la perpetuación en los cargos de elección popular.

No es posible que en un sistema democrático que debería ser participativo e inclusivo, senadores, diputados, alcaldes y concejales, durante más de 20 años pudieran elegirse y reelegirse prácticamente a perpetuidad. Esto como hemos visto, solo ha contribuido a fomentar el caudillismo y populismo. Ha potenciado de manera dramática el clientelismo político a todo nivel. Ha creado una corrupción soterrada y en algunos casos más bien descarada.

El gran problema, como yo lo veo, es que sumidos en esta triste realidad la respuesta de la sociedad en su conjunto, del pueblo chileno no ha sido la correcta.

Por un lado tenemos a los que se han visto de alguna manera beneficiados por este sistema político clientelar. Los que no tienen problemas en estirar las manos cuando se les ofrecen las pequeñas dadivas de quienes inescrupulosamente se aprovechan de los que menos tienen y mucho necesitan. Pero cuidado, porque esto último en ningún caso los exculpa, a los más de alguna manera explica su actitud.

Por otra parte, tenemos a un gran grupo que no ven en la clase política una llave para solucionar sus muchos problemas creados por años de abandono frente a un sistema económico que los estruja y oprime a diario. Por el contrario ven a los políticos como una casta de privilegiados y apernados. Para ellos resulta más atractivo irse a la playa o quedarse a ver el partido de fútbol, en vez de salir a votar y expresar en este acto al menos su descontento.

Por último, tenemos a un tercer grupo, uno que hizo su estreno en estas últimas elecciones. Para mí, con su actitud, este grupo es el más responsable de que estemos dándole la última palada de tierra a la democracia chilena. Es el grupo que sabiendo y entendiendo la realidad de nuestro problema y que siendo capaces de analizar y detectar a los dos grupos anteriores hacen el ejercicio equivocado y llaman a no votar, restándose así de un proceso que es vital si queremos ver algún cambio en el mediano plazo.

Este grupo con su tozuda actitud de no querer “prestar su voto”, con su actitud seudo rebelde, le entregó las herramientas a los mismos de siempre, para seguir perpetuándose en los cargos de elección popular.

Entonces, ¿cuál es el resultado? Pasamos de ser un ejemplo de democracia para el mundo, a tener un sistema democrático arcaico, añejo, falto de modernidad y donde el 60% de abstención es lo normal en los países desarrollados.

Y si este es el resultado ¿cuál sería la solución según los iluminados de las ciencias políticas? Hay que ajustar el sistema democrático a esta realidad y aceptar que no es malo que voten solo el 40%. Muy por el contrario esto es bueno y aceptable.

Lo dramático, es que esto solo es bueno y aceptable para los mismos que han manejado el sistema a voluntad y se han beneficiado de el por los últimos 20 años. Para los mismos de siempre que descubrieron que si vota el 40%, pueden manejar de tal manera la realidad que no necesitan hacer ningún cambio profundo en el sistema democrático chileno. Solo se debe adecuar para que a los pocos que participamos religiosamente en todas las elecciones nos sea más fácil votar.

Lo que a ellos no les importa y muchos de nosotros parecemos no ver con claridad es que el hecho de que podamos votar una semana antes, o que votemos por internet, o que lo hagamos en un cajero automático, puede ser moderno, pero en ningún caso asegura más participación. Lo que asegura es que voten los que votan por ellos y en este acto permitirles con un mínimo de esfuerzo seguir manteniendo sus cuotas de poder e influencia política y económica que necesitan para mantener el status quo.

La abstención producida en las últimas elecciones municipales, que debería haberse transformado en una razón más que justificada para profundas reflexiones e importantes decisiones que derivaran en cambios importantes en nuestro sistema democrático simplemente se ha transformado en un conveniente salvavidas para aquellos que ni creen ni les interesa la participación popular ni la democracia participativa.

Por el contrario, para los que creemos en la democracia este vergonzoso resultado es más bien un salvavidas de plomo para un sistema democrático que se encuentra agónico y con muy pocas esperanzas.

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