A propósito de la idea de Daniel Jadue de pedir un estatuto de garantías democráticas, sería bueno recordar el por qué en una democracia la lógica de los cuarteles debe estar al interior de estos y no en la esfera pública democrática. La imposibilidad de los militares de deliberar respecto a asuntos políticos responde a la necesidad de excluir, del ámbito democrático, a la violencia como medio de acción política. Excluir el uso de medios violentos como forma de expresión política implica asumir un compromiso permanente con el diálogo, el pluralismo, la tolerancia y libertades como las de conciencia, expresión y asociación de todos, incluidas las minorías.
Además, significa asumir que quienes piensan distinto no son enemigos, sino simplemente adversarios en el contexto de un flujo constante de opiniones divergentes y cambiantes. En ese sentido, la democracia es un espacio inconquistable donde es imposible la unanimidad entre una diversidad de sujetos.
En relación con lo anterior, en Chile hubo dos elementos centrales que contribuyeron a la debacle de la democracia en 1973: La creciente glorificación del uso de la fuerza como medio de acción política y revolucionaria y el poco valor otorgado por diversos actores, incluido el PC, a la institucionalidad democrática de ese momento. Así, la democracia chilena se fracturó desde mediados de los 60 con la aceptación nefasta de lo que Jorge Millas llamó las máscaras filosóficas de la violencia y las apologías que se hacen de esta como forma máxima de acción política.
Por otro lado, del respeto imperante a la democracia y sus límites, se pasó a un creciente desprecio de las reglas que se fue haciendo parte de la retórica de diversos actores políticos y sociales en ambos polos del espectro. Así, unos veían a la democracia como fuente de desorden y otros como un elemento a derribar para dar paso a un nuevo orden socialista. En ese contexto, el compromiso con el plano democrático, del cual todos se acuerdan o se jactan, fue dando paso a una situación donde se comprometió de forma grave toda la democracia chilena, lo que terminó en su desmoronamiento.
Tal como suele escucharse hoy en día, en esos años muchos decían que en Chile no había democracia y que por tanto, lo existente debía ser barrido del todo para "construir una democracia real". Daniel Jadue debe recordar que el régimen institucional y jurídico de ese entonces no fue visto por el PC como algo a resguardar, sino más bien como un obstáculo que debía ser superado o quebrantado (ya sea mediante los famosos resquicios legales o aplicando la violencia tácticamente). El propio Allende, en su entrevista con Regis Debray, planteó que el Pacto de Garantías Democráticas por él firmado fue solo "una táctica para lograr el poder". Duplicidad que el senador Renan Fuentealba, quien luego sería parte del grupo de "los 13" de la DC que condenaba el golpe, también denunciaba respecto al actuar del propio Partido Comunista que condenaba las tomas ilegales y a la vez las organizaba.
Tampoco hay que olvidar que inspirados en la idea de la violencia como partera de la Historia, algunos sectores asumieron que podían acelerar los cambios a como dé lugar, avanzando sin transar como planteaba el PS, es decir pasando a llevar a la propia democracia, lo que generó la supremacía de acciones despóticas y arbitrarias en diversos espacios de la vida social, lo que contribuyó a la polarización de la sociedad chilena.
Así, en el contexto previo a la ruptura democrática, la política chileno se comenzó a definir bajo una engañosa moralización basada en la contraposición entre buenos y malos, entre amigos y enemigos. No fue raro entonces que, ante el nulo valor al orden democrático por parte de los diversos actores, la democracia chilena se viera sumida en una anomia clara a nivel político, económico y social. Aquello terminó por generar la triste preponderancia de los medios violentos por sobre los medios democráticos, legales y jurídicos.
Lo anterior se vio acentuado por el surgimiento y acción de sectores de extrema derecha e izquierda, que desconociendo cualquier principio de autoridad, terminaron descomponiendo el régimen político y democrático, inhibiendo cualquier instancias de diálogo o acuerdo. La irresponsabilidad de los sectores más extremos fue suprimiendo la idea de un espacio político y democrático donde hay adversarios y no enemigos. Tal como decía Radomiro Tomic a Carlos Prats, todos estaban llevando a la democracia chilena directo al matadero.
A la creciente irrupción de la violencia como medio de acción política para imponerse a los adversarios y el debilitamiento del ámbito político democrático se sumó el afán irresponsable de diversos actores políticos -incluido el PC con sus afanes de infiltración- por hacerse del favor de los uniformados. El propio Presidente Allende contribuyó a romper los límites entre la esfera pública democrática y el ámbito de los regimientos, al incluirlos en los ministerios. Con ello, no solo vulneró la neutralidad militar respecto a los asuntos políticos, sino que permitió su irrupción en el campo político, rompiendo con su necesaria sumisión al poder civil. Así, la lógica que debe estar al interior de los cuarteles dejó su ostracismo y se impuso sobre el debilitado espacio civil y democrático al cual algunos militares consideraban lleno de politiquería y demagogia. Algo muy común también, hay que decirlo, en regímenes totalitarios o dictatoriales, de partido único, donde bajo el afán de planificar la economía, la sociedad termina convertida en un cuartel.
Mirando en perspectiva y no sin causa, uno podría poner en duda si el rechazo comunista a la intromisión de militares en la política está fundado en una real ética democrática o en una simple táctica instrumental mientras los militares no estén de su lado. Lo mismo podría aplicar a la derecha. Un real compromiso democrático debería rechazar el militarismo y la intromisión del poder militar en los asuntos civiles y políticos siempre, sin depender de si el uniforme es gris o verde olivo, porque las botas son todas negras.
Un detalle que las futuras y actuales generaciones no debemos dejar de lado en pro de resguardar los principios democráticos en todos los ámbitos, es que quien se refiere a sus oponentes políticos usando términos bélicos, es decir, que los considera como enemigos y no como adversarios, no sólo olvida que el espacio político y público es un espacio inconquistable, que no puede ser hegemonizado de manera total por nadie, sino que además, irremediablemente está corriendo la línea de lo político hacia lo belicoso. Por eso, quienes validan la violencia como modo de acción política, de forma táctica o explicita, inevitablemente están enviando la democracia al matadero. Porque la violencia como medio de acción, no es una extensión de la política, sino que es su supresión brutal.
Quizás asumir esto, sería la primera prueba de un real compromiso con la democracia, sobre todo ahora que nos debemos sentar a conversar sin terminar enviando la democracia al matadero.
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