El abuso de poder carcomió el sistema

Hace algún tiempo -en los medios de comunicación tradicionales- hay sorpresa ante la masividad de la protesta de sectores populares y el apoyo recibido por organizaciones o movimientos radicalizados de izquierda, en Chile y en otros países latinoamericanos, como también en Europa y a escala global.

Es cierto que hay ocasiones en que el descontento se vuelca hacia grupos neofascistas o ultraconservadores, como en Hungría, apoyados en el recelo creado por una incesante migración o por la ancestral homofobia o la misoginia enraizadas muy profundamente en los hábitos de abusos y discriminación de diversas culturales nacionales.

Sin embargo, los movimientos sociales y políticos extra sistémicos se ubican de modo mayoritario en la izquierda radical, logrando un peso inesperado en algunos países de Europa y America Latina, con un alcance tan significativo que sus líderes han desplegado opciones políticas que les permiten llegar al gobierno o la Presidencia de sus naciones, como ha sucedido en Perú.

La réplica oligárquica, hoy de credo neoliberal, es la inmediata búsqueda de una nueva conjura del comunismo internacional para explicar lo sucedido, pero ahora si tropieza con un obstáculo insalvable: el comunismo como tal ya no existe, quedan regímenes de partido único y economía centralizada, pero el "socialismo real" aplicado en la ex Unión Soviética ya no existe como tal ni en China, ni Vietnam y en Cuba se viven reformas estructurales.

Ante la globalización neoliberal no hay una potencia de alcance planetario que esté expandiendo un modelo de sociedad alternativo o contestatario a escala mundial, lo que sí ocurrió con la ex Unión Soviética que además tenía la envergadura geoestratégica para hacerlo.

En consecuencia, asistimos a una crisis sin precedentes del sistema de representación y dominación política que emergió una vez que desapareció la Unión Soviética y los tanques rusos dejaron de sostener el sistema de centralización económica y política del partido único y Rusia cambió el modelo de sociedad imperante.

A los consorcios capitalistas la desaparición del comunismo en Europa les abrió un tiempo de "gula", se enriquecieron como nunca y no tuvieron un factor "disuasivo" que les obligara a repartir o redistribuir con mínima equidad los frutos del trabajo social.

Como ya no había "peligro sovietico", en Occidente creyeron que el libre mercado podría expandirse ilimitadamente y arrasar con cuánta conquista social hubiera a su paso. El fin de la historia, como dijo Francis Fukuyama, en una predicción totalmente errada, era la explotación sin frenos ni reparos por los siglos de los siglos, sin embargo, igual que períodos de auge anteriores, ese ciclo histórico se agotó.

El modelo de la desigualdad neoliberal generó la marginalidad de un sector de la población tan vasto que su expresión de rechazo o rebeldía alcanza una inmediata gravitación y si se le suma la desafección o un amplio descontento en la clase media por su propio empobrecimiento y menoscabo social, entonces lo que sucede es que el modelo de explotación a ultranza confirma lo que dijo Marx, genera las bases de su propio colapso estructural.

La opresión, la discriminación y el abuso de poder económico y político han sido demasiado. Por eso, hay una crisis sistémica. Los centros financieros y los núcleos empresariales cantaron victoria convencidos que el término del sistema sovietico facilitaba cualquier barbaridad y no era así, de ninguna manera, estiraron la cuerda hasta que se rompió.

Ahora la recomposición del sistema de la desigualdad a su estado anterior no es viable, se requiere una profunda transformación en democracia. Se trata de un desafío civilizacional, los niveles actuales de injusticias e inequidad están empujando la humanidad a niveles crecientes de ingobernabilidad en las diferentes naciones.

La magnitud del reto hace indispensable el esfuerzo colectivo y da pleno sentido al rol de orientación de las fuerzas políticas que hoy desconoce el interesado apoliticismo neoliberal. Mientras mayor sea la dispersión social y política más lejos estarán las reformas estructurales del sistema.

La supuesta "independencia" política de ciertos voceros y figuras no es sino que el eco del planteamiento ancestralmente individualista, que nace de lo más profundo del sistema capitalista, que fomenta la falsa creencia que la transformación social será fruto de la acción de unos cuantos y no de la convicción social de las mayorías nacionales que sean capaces de conquistarla. Además, algunos usan en provecho estrictamente personal una ficticia "independencia".

Aún así, hay que mirar más allá de las fronteras de las organizaciones partidistas, lo que no es renegar de la política sino que calibrar la dimensión del dilema planteado, cuya resolución es incompatible con el sectarismo y la estrechez de miras de quienes piensan que la sola pertenencia a un partido político los convierte en personas superiores e infalibles.

En esta disyuntiva civilizacional se necesita opciones amplias, de firmes y estables mayorías nacionales, de auténtico carácter transformador, sin liderazgos sectarios que se crean infalibles y se definan únicas opciones de izquierda, tildando a todos quienes piensan distinto como neoliberales. Por eso, la amplitud de la propuesta del socialismo chileno que aspira contar con las mayorías nacionales requeridas para liderar el país, en estas complejas circunstancias históricas.

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