Al hablar sobre gobernabilidad, el foco de atención suele concentrarse en el Presidente de la República. Sin embargo, la posibilidad real de que pueda avanzar con su agenda y dotar de estabilidad al país depende de varios factores, tanto endógenos como exógenos. En este caso me remitiré a un tema particular que merece ser reflexionado: el papel que juegan las oposiciones. Y es que, ante la victoria de la reciente elección presidencial, es inevitable no preguntarse sobre lo que hará la izquierda cuando vuelva a ser oposición y por qué debería ser motivo de preocupación.
El rol que juega una oposición es fundamental para un país que quiere alcanzar el desarrollo, que pretende salir de la trampa de ingreso medio. Para entender la relevancia del asunto bastaría con remitirse al segundo gobierno de Sebastián Piñera, presidente de centroderecha -y destaco esto porque no tenía posiciones que pudiesen catalogarse como radicales-, cuando parlamentarios y partidos de oposición le hicieron la tarea imposible.
Desde parte de las izquierdas imperó un faccionalismo, una oposición irresponsable incapaz de diferenciar entre el interés general del país del mero antagonismo personal. Recordemos frases como el parlamentarismo de facto del entonces senador Quintana, que buscaba desacreditar la autoridad presidencial y explicitar que las decisiones más importantes tendrían que recaer en el Congreso. Las consecuencias de este comportamiento quedaron de manifiesto: ingobernabilidad y deterioro de la autoridad presidencial.
Pero no es solo que una oposición irresponsable afecte la gobernabilidad o desordene el espacio de maniobra del Poder Ejecutivo. Hay efectos de largo plazo en cómo se distorsionan las reglas del juego; se institucionalizan prácticas desleales que erosionan progresivamente al sistema político en general. ¿Por qué jugar limpiamente si el otro no respeta las reglas y juega sucio de forma permanente? Un buen ejemplo de lo señalado: la presentación de muchas acusaciones constitucionales injustificadas al actual gobierno. Se usaron como una vendetta al Frente Amplio.
En Chile, las oposiciones no siempre han colaborado con quienes gobiernan, eso es un hecho del cual todos los sectores políticos han sido parte. No obstante, los desacuerdos se manifestaban en lógicas no antagónicas. La interacción oficialismo-oposición operaba en una visión más pacífica de la política. Era una oposición al gobierno, no al sistema político como tal y eso permitía mayor cooperación. El costo para los políticos de formar parte de esos acuerdos era más bajo.
La izquierda se encuentra en una encrucijada. Puede optar por repetir el libreto del obstruccionismo sistemático, de la deslealtad, apostando al desgaste del próximo gobierno como estrategia electoral. O bien, puede redescubrir el arte perdido de ser oposición: una que fiscalice con rigor, pero sin desmantelar, que critique propuestas, pero ofrezca alternativas en respeto del sistema político, que compita por el poder sin dinamitar las reglas que permiten esa competencia. Porque al final, el desarrollo que tanto nos esquiva no depende solo de quién gobierna, sino de cómo se comportan quienes no lo hacen.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado