Estamos enfrentado a un nuevo proceso que genera dudas e incertidumbres en algunos, certezas y confianza en otros. Frente al nuevo dilema es hora de enfrentarlo con la mayor claridad posible.
Primero, es importante comprender que se ha terminado la etapa en que evaluábamos esta nueva propuesta en función de nuestra visión ideal o de lo que creíamos que era una valoración común para el país. En este proceso, que partió de un documento que había concitado la unanimidad; lo que muestra un gran trabajo del equipo técnico, por lo difícil de alcanzar, se fue poco a poco desdibujando a la visión de quienes tenían la mayoría circunstancial, Republicanos.
Es cierto, nada nueva bajo el sol. Es lo mismo que ocurrió en al primer proceso y del cual se esperaba un aprendizaje. En definitiva el típico empate de nuestra política. Las miradas identitarias de izquierda y derecha han tenido su momento de euforia. Ambos han cuestionado al otro sector y han levantado la bandera de la necesidad de buscar una constitución de mayor consenso, pero cuando han tenido la sartén por el mango se les ha olvidado. Muy lamentable, porque nos ha llevado a una realidad pendular que no termina en un buen puerto.
Por lo mismo, como señalaba, gana fuerza y reconocimiento el trabajo de los expertos, que sí fueron capaces de lograr una propuesta constitucional que nos representara a todos. Esto mismo nos lleva a preguntarnos si una constitución debe ser realizada por expertos, con orientación política o por políticos sin formación técnica. Parece que la experiencia se inclina por la primera opción.
Segundo, el tema es que ahora pasamos a una nueva etapa. Ya no tenemos que analizar la actual constitución en relación al ideal que tengamos, sino a la existente. En efecto, el análisis y la revisión que debeos hacer es si ésta, con todas sus bondades, diferencias y limitaciones, es mejor o peor que la que hoy nos rige. Ese es el dilema actual y al que estamos convocados el 17 de diciembre. Esa es la reflexión de hoy. Lo demás es música.
Ahora, iría más allá.
Después de haber leído en general la nueva propuesta, he estado analizando, como simple ciudadano, sin una gran formación en la materia, las objeciones y beneficios que he escuchado de lado y lado. Al final he llegado a la conclusión que debemos generar nuestra propia convicción distante de la que nos señalan los políticos que por ser incumbentes, están más orientados por sus ideologías que por las certezas que el documento ofrece. Se escuchan un sin número de supuestos o proyecciones que no necesariamente son así o se darán de la manera como se supone.
Cuando en la etapa anterior, había muchos que aprobaban pero con reparos, para reformar, especialmente en la centroizquierda, pareciera que ahora también se podría dar en la centroderecha, como algunos del sector lo han manifestado. Lo mismo también se escucha en sectores de la centroizquierda.
A último habría que agregar otro ingrediente. Parece importante reflexionar sobre la inestabilidad que generaría en el país el no llegar a acuerdo. Es sencillamente retrotraernos a la crisis que originó este proceso de octubre de 2019. Es mostrar al mundo que somos incapaces de resolver adecuadamente nuestras diferencias para lograr una convivencia segura y estable. Por lo tanto nuestro voto en diciembre tendrá una trascendencia mayor, porque no habrá por ahora una nueva oportunidad.
Es hora que actuemos con la mayor sensates y dejemos de lado, por ahora, nuestras visiones ideológicas, como las campañas llenas de slogans con las que buscarán contaminarnos, para así poder responder al país real que hoy demanda de sus ciudadanos una gran madurez cívica.
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