El triunfo del NO sobre las armas

A propósito de los 30 años del triunfo del NO en el plebiscito de 1988, es necesario reafirmar la legitimidad del debate sobre nuestra historia. No puede haber temas vedados al análisis crítico. No hay que temer que, como consecuencia de la revisión del pasado, se produzcan reevaluaciones sobre lo que hicieron unos u otros.

Para reforzar nuestra condición de sociedad abierta, en la que ha madurado la cultura de la libertad, necesitamos conocer cómo pasaron las cosas, cómo actuaron las diversas corrientes políticas, qué papel jugaron los líderes, y en el caso del plebiscito que recordamos, cómo fue posible que un régimen que conquistó el poder a cañonazos tuvo que retroceder ante la irrupción de millones de chilenos dispuestos a decidir el futuro mediante el voto.

La discusión sobre el pasado no es un asunto reservado a los historiadores. Estos deben hacer su tarea conforme a las exigencias de su disciplina, pero todos los ciudadanos tenemos derecho a participar - cada uno con las herramientas de que dispone -, en el empeño por precisar el camino que hemos recorrido como comunidad.

Al cumplirse 45 años del golpe de Estado, se reavivó el debate sobre sus causas y consecuencias, y aunque ello despierta fuertes pasiones, no tiene por qué inhibir los esfuerzos por saber más sobre nosotros mismos y comprender mejor nuestros errores y nuestros aciertos. La experiencia colectiva constituye una fuente de conocimientos que debemos aprovechar para hacer mejor las cosas hoy y mañana.

El NO fue el triunfo de la política sobre el poder de las armas que representaba el régimen pinochetista. Pero también fue el triunfo de la acción antidictatorial abierta sobre las concepciones militaristas que se expresaban a través de grupos como el FPMR, brazo armado del PC.

Se demostró que imaginar un escenario en el que una fuerza militar como esa pudiera derrotar a las FF.AA. era, además de un espejismo, un modo de prolongar los desgarramientos de la sociedad, y con toda seguridad un elemento funcional a la prolongación del régimen.

La idea de que en Chile podía materializarse una solución “a la nicaragüense” estaba completamente fuera de la realidad. No era de un “ejército de liberación” del cual los chilenos podíamos esperar una salida realista. Lo que necesitábamos era definir una senda en la cual los protagonistas no fueran los aparatos armados, sino la gente común, dispuesta a organizarse y expresarse a la luz del día.

El hecho es que para un sector de la izquierda, básicamente el PC y su fuerza militar propia, el desplazamiento de Pinochet no era un objetivo suficientemente avanzado, ni tampoco la recuperación de una democracia que consideraban tradicional.

Su plan era derrotar a la dictadura y enseguida, por fin, “hacer la revolución”. Por eso es que el modelo sandinista gravitó decisivamente en sus tácticas, que por lo demás seguían al pie de la letra las pautas que Fidel Castro nunca dejó de dar respecto de cómo conquistar el poder…y conservarlo.

Fue un intento de hacer calzar la realidad de Chile en el molde ideológico de la revolución, o sea, en el esquema de establecer una nueva dictadura. Tan cierto es esto que, cuando los dirigentes del PC llegaron a la conclusión de que debían sumarse al esfuerzo electoral, perdieron el control de FPMR, cuyos jefes interpretaron tal giro como una traición al plan primitivo. El quiebre y la degradación posteriores del FPMR son hechos que hablan por sí mismos.

En 1988, la mayoría del país no quería más muertes. Ya las había habido en demasía. Tal sentimiento fue interpretado inteligentemente por la campaña del NO, que buscó alentar la cultura de la vida y el optimismo.

En los años previos al plebiscito, el movimiento opositor se había fortalecido denunciando las violaciones de los derechos humanos y construyendo una cadena de solidaridad en torno a las víctimas. La lucha por las garantías individuales se hizo inseparable de la lucha por la paz y la libertad.

En tal sentido, fue encomiable el papel de la Iglesia Católica, y no hay que olvidar cuánto contribuyó la visita de Juan Pablo II en 1987 a la pérdida del miedo de mucha gente que se sintió alentada por el explícito mensaje del pontífice a favor de la dignidad humana y la libertad.

Fue la lucha sin armas la que fue desbrozando el camino en los años más duros.

Fueron las organizaciones sindicales y estudiantiles, que se reconstituyeron sin pedir permiso, las que permitieron ganar espacios de expresión autónoma.

Fueron las publicaciones opositoras que desafiaron la censura las que sembraron confianza en la población.

Fueron las mil formas de rechazo al autoritarismo, incluidas por supuesto las protestas del período 1983-85, las que contribuyeron a que, llegado el momento, la energía en favor de la libertad se volcara en las urnas.

El cambio fue posible porque en Chile había una sociedad civil que seguía valorando el patrimonio republicano, esto es “la costumbre de la libertad”. Allí estuvo el fundamento de la conquista gradual de espacios de expresión que, entre otras cosas, permitieron que los partidos ilegalizados empezaran a actuar abiertamente mucho antes del plebiscito.  

Fue difícil convencer a los chilenos de que debían inscribirse en los registros electorales. El recuerdo del fraude de 1980 estaba vivo y eran comprensibles los recelos.

Allí fue clave la lucidez con que actuaron los líderes de la campaña del NO para bregar por las garantías del proceso electoral y convencer a muchas personas de que valía la pena correr el riesgo.

Por cierto que confluyeron muchos aportes en la creación de condiciones para una elección limpia, y desde luego el peso del compromiso de los propios mandos militares de cumplir un itinerario que condujera a la normalización institucional.

La actitud de vigilancia de muchos países sobre nuestro proceso ayudó a impedir un nuevo fraude. Al final, siete millones y medio de chilenos votaron el 5 de octubre, y eso alentó a los sectores aperturistas de la derecha y de las FF.AA. a reconocer la victoria del NO y a poner las bases de la transición.

A los chilenos nos hizo mucho daño la inconciencia respecto de adónde llevan las concepciones guerreristas de la lucha política, que se sustentan en la noción brutal de que los adversarios son en realidad enemigos a los que hay que aplastar.

Fue así como se hundió la democracia y se impuso la dictadura en nuestro país. No podemos olvidar las duras enseñanzas de nuestra tragedia, ni tampoco las que se derivan en estos mismos días de las tragedias de aquellas naciones de América Latina en las que no hay libertad, ni justicia social, ni respeto a los DD.HH.

El triunfo del NO ya pertenece a todos y se va convirtiendo en una conmemoración que sintetiza el reencuentro nacional. Han retrocedido los odios y la lógica del enfrentamiento entre nosotros, y eso tiene un inmenso valor.

Tenemos que celebrar que la sociedad chilena en su conjunto haya asimilado el valor irrenunciable de los derechos humanos, y que comprenda que estos solo pueden sostenerse en el marco de los principios y procedimientos de la democracia.

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