Antes, subrayar que el resultado del plebiscito de salida es, obvio, tan legítimo como incuestionable: ganó el Rechaza de la (ultra)derecha por nocaut. En Chile hay que agregar el paréntesis porque no hay que olvidar su pasado y su presente orgullosamente pinochetista, y tan bien unidas, sin complejo alguno, en torno a un candidato ultraderechista en la última elección presidencial. Lo subrayable de este proceso histórico es que se ha dado en un contexto de máxima polarización partidista, muy poco recomendable para operaciones de esta categoría, ya que se origina y desarrolla como respuesta institucional a la revuelta popular histórica del 18/10/2019, que exige protección social sistémica y que, por cierto, el triunfo del Rechazo no resuelve, sino que la dimensiona aún más.
Redactar una Constitución en democracia ha sido uno de los procesos políticos chilenos inéditos de más envergadura de los últimos 50 años y, sin duda, un orgullo de la capacidad organizativa de los movimientos sociales para producir cambios estructurales en la administración y gestión del sistema democrático. El plebiscito de entrada para cambiar o no de Constitución y quienes debían hacerlo recibe el apoyo de hasta el 80% de la ciudadanía para escribir un nuevo texto y que las personas que la escribieran debían ser elegidas directamente por voto popular y fuera del stablishment político; y en la elección presidencial, la izquierda obtiene la más alta votación de la historia del país. Pero en el plebiscito de salida se produce un cambio de 180 grados en muy poco tiempo con el triunfo rotundo del Rechazo apoyado por la (ultra)derecha, marcando un punto de inflexión total en el escenario político chileno. La pregunta es ¿A qué se debe esta suerte de bipolarismo electoral colectivo digno de la sociología, pero en este caso más de la psicología?
Una respuesta aproximativa es que el plebiscito de salida se produce con voto obligatorio: el Apruebo prácticamente saca los mismos votos, 4.860.093, que obtuvo Gabriel Boric, 4.621.231; solo 238.862 personas más se ganaron para el Apruebo. Las personas que nunca habían votado se volcaron por el Rechazo, 7.882.958 de un total de12.743.050. El voto inexperto o desinteresado en la política que no vota nunca fue conquistado por la derecha: 4.232. 870 más de votos de los que sacó José Antonio Kast en la elección presidencial, 3.650.088.
Votar Apruebo requería una gran dosis de dedicación y tiempo de reflexión muy propio de los que siempre votan voluntariamente, e impropio para los que nunca lo hacen. La obligación de tener que leer la nueva Constitución de 178 páginas, llena de tecnicismos y neologismos incómodos para una persona que nunca vota y, además, para decidir su voto tener que informarse de sus consecuencias o chequearla con la opinión de especialistas, etc., es muy difícil imaginarlo teniendo en cuenta su desinterés en la política. Hipotéticamente, para decidir su voto este gran grupo se orientó por la narrativa que dominó en las redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales, la mayoría en manos de la derecha.
Además, el enorme déficit de calidad comunicacional de la Convención Constitucional (CC), provocó que su credibilidad se escapara a chorros por la cuneta de la historia, y otorgó un relato al Rechazo sobredimensionando las formas erráticas y llena de horrores histriónicos que sólo necesitó inventarse un contenido de la nueva Constitución que fue una verdadera orgía de falacias y mentiras nada sofisticadas -fin de la propiedad privada y que la casa familiar sería "adquirida" por el Estado; aborto hasta los 9 meses; secesión de Chile a favor de los indígenas; el Estado quitaría las pensiones, etc.- fake news y desinformación, incluyendo libros falsos, que terminaron poniendo los pelos de punta a medio mundo hasta lograr crear el horror a la NC, con niveles de paranoia colectiva y, con toda seguridad, a los voluntariamente despolitizados que no votan.
Protagonistas no su generis y una (ultra)derecha digital y una izquierda análoga
El triunfo de Rechazo es el último capítulo de una larga historia de desencuentros entre dos protagonistas con intereses, supuestamente opuestos, a veces tan sangrientos como el golpe de Estado de 1973, por eso no son sui generis. Si bien se trataba del desenlace crucial de un inédito proceso constitucional en democracia, que inauguraba un cambio de ciclo en la convivencia democrática, no era nuevo tanto en la tentativa de consolidar un Estado social con derechos fundamentales garantizados, como en sus protagonistas, ya que son los mismos desde ya hace más de un siglo: tradicionalmente una oligarquía elitista dueña del aparato económico-financiero apoyado por las (ultra)derechas, por un lado; y las grandes mayorías asalariadas, apoyadas por las izquierdas y centroizquierdas, por el otro.
La propuesta de NC cambiaba la relación de poder asimétrica entre la oligarquía y las grandes mayorías. Es decir, modificaba el sistema que provocó el estallido social: una sociedad donde el poder económico-financiero, incondicional al neoliberalismo salvaje con un fanatismo a prueba de estallidos sociales que, en rigor, ha determinado especialmente desde el golpe de Estado de 1973 con la implementación de la escuela económica neoliberal, el escenario político y socioeconómico y, cómo no, el triunfo del Rechazo. Hay que subrayar que este poder de facto si bien sólo representa el 1,01% de la población, se lleva más del 35% de la riqueza total del país, lo que ilustra cabalmente las coordenadas del neoliberalismo chileno plasmado en la Constitución de la dictadura: un poder de facto estructural que crea tan bien una enorme riqueza como tan mal permite repartirla.
Este poder de facto mantiene capturada a las (ultra)derechas para que defienda sus intereses corporativos-privados en las instituciones de la democracia en detrimento de las grandes mayorías, cebando la desigualdad, un lagar perfecto para la creación de estallidos sociales como el del 19/10/2019, y que ha alentado el auge sin precedentes de la ultraderecha más cavernaria que, como tal, sólo propone una regresión en toda regla en todos los sentidos. Y aquí una primera conclusión: en Chile no abra Estado social con derechos garantizados si no nace una derecha con conservadores sociales, modelo europeo, verdaderamente democrática, es decir, libre de la cárcel en que la mantiene el poder de facto económico-financiero oligárquico que, paradójicamente, si bien sostiene un modelo económico moderno, vive aún en un búnker ideológico decimonónico impermeable a sus responsabilidades sociales del Chile del siglo XXI.
Los datos son categóricos para verificar cómo se organiza la enorme ofensiva del poder de facto y sus partidos políticos por el Rechazo. Si hasta febrero de 2022 el Apruebo ganaba con 69,07%, según estudios estadísticos como Pulso Ciudadano de Activa Research, va bajando gradualmente a partir de marzo 2022, que es cuando se lanza la campaña del terror de la (ultra)derecha en las redes sociales contra la NC, para pasar después gradualmente al oligopolio comunicacional tradicional, en manos del poder de facto en 90%, estandarizándola.
Según el Servicio Electoral (Servel), el Rechazo tuvo una financiación de 900% más que el Apruebo, lo que corresponde a $810.224.625 (89,5% del total), contra $94.770.630 (10,4%). Gran parte se fue a las redes sociales y sus mayores contribuyentes fueron los grandes empresarios. Según una investigación de Ciper, los aportes sin control de Servel en las redes sociales fueron de 97,04% para el Rechazo. A pesar de que la desigualdad financiera se ha dado en todas las elecciones desde 1990, en 32 años de posdictadura la derecha ganó solo 2 elecciones presidenciales. Lo distinto en el plebiscito de salida, es la maciza masificación de las fake news y la desinformación premeditadas en las redes sociales como aparato propagandístico principal del Rechazo, recogiendo en forma íntegra, por primera vez en Chile, los manuales de propaganda política de la ultraderecha global en la red.
Frente a una (ultra)derecha que difunde su relato totalmente digitalizado y que le lleva por delante ya casi dos décadas en las redes sociales, colonizándolas, las izquierdas y centroizquierdas aún se mantienen anquilosadas en parámetros analógicos, lo que le proporciona una enorme desventaja para divulgar su propuesta o relato, convirtiéndolas en entes disfuncionales en las redes sociales, que han terminado siendo una ciberágora universal, más importante que la real. Las reglas del juego democrático no se cumplen cuando se usa la falacia a secas como única herramienta de relato político. Siguiendo el modelo geobbelsiano del ministro de Propaganda de Hitler que aseguraba -cito de memoria- cuando más se repite la mentira termina siendo una verdad, la ofensiva global de la (ultra)derecha en las redes sociales es maestra en estos vademécums, con grandes éxitos como el Brexit, en Gran Bretaña; Donald Trump, en EE UU; Jair Balsonaro, en Brasil; y en toda Europa ya gobierna en países hasta hace muy poco inimaginables, como Suecia. Los estudios con más rigor científico plantean que las redes sociales son determinantes en la lucha política contemporánea y que, sin ningún género de dudas, por ser el nuevo medio de comunicación global de desinformación y fake news estructurales, deben ser reguladas políticamente si se quiere salvar el sistema democrático liberal y no terminar en uno autoritario iliberal ultraderechista que, históricamente, sólo han construido destrucción y muerte.
Con la mentira, sin escrúpulo, no hay sistema democrático que resista: la (ultra)derecha usa, más bien abusa, del sistema democrático para destruirlo. En el caso chileno, para mantener un sistema socioeconómico neoliberal que está llevando a Chile (y al planeta) a una irreversible colisión social y ecológica de destrucción masiva y al fin del sistema democrático. Lo que estuvo en juego no fue sólo el Apruebo o el Rechazo de una nueva Constitución, sino la prolongación de un sistema de producción económica salvaje sin control político real que destruye la cohesión y la paz social y el medioambiente en forma irreversible, posesionando a la ultraderecha que, siempre agazapada, espera fracturas en el sistema democrático para asaltar y apuñalar su yugular.
La nueva etapa que inicia el triunfo del Rechazo se realiza en los pantanos de la política y dentro de una crisis de representación de vértigo: según Ciper la aprobación de los partidos políticos recibe 3% en 2019, año del estallido social; y el Centro de Estudios Públicos (CEP) de abril-mayo 2022 le otorga 5% y al Congreso 10%.Con estos mimbres, los políticos, muchos desde antes del estallido social, encerrados en cuatro paredes, con el poder de facto y su (ultra)derecha envalentonados por el éxito del Rechazo, fuera de hacer mobbing político casi a diario al gobierno, comienza a blindar de leyes orgánicas netamente partidistas la nueva Constitución, consagrando más un ejercicio de gatopardismo que un cambio real. Si se consolida este escenario de negación al cambio, el estallido social 2 comienza a gestarse desde el 5 de septiembre de 2022, con los mismos protagonistas de siempre.
El triunfo del Rechazo, es decir, del poder oligárquico económico-financiero y sus fuerzas políticas de (ultra)derecha, es el triunfo de las fake news y de la desinformación políticamente intencionadas; es el fracaso de la Verdad (con mayúscula), esencial para poder avanzar en la finalidad superior del sistema democrático liberal de todas las fuerzas políticas sin excepción, si son realmente democráticas: la búsqueda incansable para que la justicia social llegue a toda la sociedad.
A toda la clase política debe quedarle muy claro que ningún partido por sí solo puede llevar a cabo el cambio que Chile requiere y la ciudadanía exige. La unidad política transversal, incluyendo a los dueños de Chile, vale decir, el poder de facto económico-financiero, debe alcanzarse para responsabilizarse de la finalidad política esencial del sistema democrático. No se debería estar en política para hacer más pobre a los pobres y más ricos a los ricos. Y esto no es de izquierda ni de derecha, es un principio básico de la política en un sistema realmente democrático liberal. Si la democracia en Chile y en el mundo está en crisis, es porque se ha eliminado su razón de ser y existir: lograr cada día una mejor justicia social. Y esto se logra, en Chile, no confundiendo ni menos olvidando que las reivindicaciones estructurales que instaló el estallido social, no se pueden rechazar, sino sólo llevarlas a cabo. La encrucijada de Chile y sus protagonistas, continúa.
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