El volcán en erupción

Sergio Velasco
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"El odio nada engendra, solo el amor es fecundo" Arturo Alessandri Palma (Presidente 1920-1925 y 1932-1938)

Aunque la frase pertenece al prominente político y brillante orador Emilio Castelar, de la España del siglo XIX, fue utilizada, con un dramatismo estelar, por el Mandatario depuesto, al momento de retornar al poder, después de su largo exilio: por tener a su haber las masacres de Ranquil, Lonquimay y la de los estudiantes del Seguro Obrero, durante su primer periodo presidencial.

Chile con su convulsionado despertar, a dos años del estallido social, de la revuelta popular o como quiera que se le llame, marcó un antes y un después en la política nacional, por tanto, es inevitable no referirse a él debido a las consecuencias que emergen desde la hipocresía reinante, de los verdaderos responsables que nos llevaron al caos absoluto.

Destacar que lejos de comprobar que la energía, el tiempo y el fenómeno mismo del estallido se habría extinguido o reemplazado por el ethos constituyente, es un craso error.

Concordemos que solo estaba congelado, permaneciendo latente, simplemente en reposo temporal, disipado por la letal pandemia, además producto de los distintos estados de excepción decretados por el gobernante incapaz en resolver oportunamente los graves problemas que emergen de un encierro sanitario obligado.

Es menester observar que se ha generado una especie de división en dos bandos, contradictorios entre sí, tal vez, los más famosos de todos sea el manifestado durante los gobiernos de la llamada Concertación, de triste fin, entre auto complacientes y auto flagelantes.

Los octubristas señalan como fecha gestante del Chile que cambió como el mejor camino para lograr eficaz y efectivamente un proceso de trasformaciones profundas, mediante la insurrección ciudadana, ejercida por la presión popular desde la calle, con masivas protestas, barricadas, desorden, revueltas, con quema de edificios públicos, tiendas, iglesias, bibliotecas, centro cultural, Museo Violeta Parra y hasta las estaciones del Metro.

Los noviembristas, en cambio, sostienen que lo relevante y verdaderamente crucial fue el acuerdo alcanzado, firmado transversalmente por amplios sectores políticos, lo que posibilitó definitivamente la conformación de una Convención Constituyente, inédita en su génesis, previo plebiscito, con elección paritaria, independientes incluidos, y pueblos originarios legítimamente incorporados.

La división mencionada no se agota solo en una distinta valoración de los hechos, es la crítica velada de unos contra los otros. Aún no sabemos ni conocemos los culpables, existiendo algunos claros índices, de imputar a diestra y siniestra, con decenas de víctimas de la represión institucional.

Sebastián Piñera señaló enfáticamente nos declararon la guerra, un enemigo poderoso de una organización extranjera, quizás una acción coordinada, para desestabilizar el régimen, o lo más increíble alienígenas que nos invadían del espacio infinito, sume agentes infiltrados del Ejército o Carabineros, frustrados bomberos pirómanos, incluidos los comunistas para comerse las guaguas asadas, por ultimo hasta el ratón Mickey salió al ruedo.

Sería sabio reconocer que el pueblo está molesto, cabreado, hastiado, de tanta injusticia y abusos, con alevosía y premeditación, que marca una desigualdad insoportable. La gigantesca manifestación efectuada, en todo el país, jamás ante vista, es una clara respuesta al desgobierno que no entiende ni ve las señales de una sociedad absolutamente indignada.

El sagaz analista Jorge Palma recurre a la Biblia que al arrojar fuego sobre Sodoma y Gomorra estas ciudades y todos sus habitantes ardieron hasta terminar calcinados. Las respuestas bíblicas apuntan a culpar a la perversión, corrupción, soberbia, y violencia generalizada como causa provocadora del incendio purificador.

Acaso pudo el estallido social ser una voz de alerta, frente al injusto sistema identificado, de cierto o cual modo por el magnífico tren subterráneo, como símbolo asociado a un fracasado modelo político-económico tan brutal, que tras el ritual de las llamas que incineran algo sagrado, expían su bronca, hacen catarsis de sus desengaños, apuestan por el cambio y alimentan expectativas, de una mayor y mejor equidad.

El alma de Chile, nos señaló Raúl Cardenal Silva Henríquez en su homilía del 18 de septiembre 1974, en plena dictadura, está profundamente resquebrajada, no repitamos los mismos errores garrafales del pasado, debemos construir entre todos y todas una nación de hermanos, donde de gusto vivir.

Llegó la hora de la verdad para la democracia, esto estará por verse, cuando el pueblo pacífica y masivamente concurra a las urnas el próximo 21 de noviembre, diciendo basta ya, con su voto, queremos cambios, pero en paz y seguridad......lo único que pide la gran mayoría de la gente.

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