En los estertores de un régimen que se hunde

Ya no es para nadie discutible que nos encontramos desde hace años en una crisis de representación, pero me parece necesario apuntar que esta se encuentra en una fase de crisis orgánica. En “Notas breves sobre la política de Maquiavelo” Antonio Gramsci describe la situación (pareciera chilena) en la cual entra un régimen cuando los representantes de los diversos partidos políticos ya no son reconocidos por su pertenencia a una determinada clase social o, diríamos nosotros, aún más ampliamente, ni siquiera son aceptados como actores válidos al interior del sistema político. En estos momentos, la situación se vuelve delicada, señala el italiano, pues el campo queda abierto para soluciones de fuerza.

Dichas soluciones pueden avanzar por dos vías, no excluyentes.  Por un lado, en lo inmediato, intentando taponear el movimiento, “acaso revolucionario”, mediante el empleo de toda la fuerza “legítima” (diría Peña) del Estado.

En un segundo momento puede aparecer un “actor” providencial que promete restaurar el orden perdido y que para lograrlo hará uso de todas las armas de las cuales dispone la clase dirigente para asegurar su supervivencia.

Ambas formas y estrategias son extremadamente peligrosas para la ciudadanía y hay que tenerlas en cuenta para el presente y para el futuro, el cual está a la vuelta de la esquina.

Ya no tenemos duda que la crisis orgánica es producto de una crisis de la hegemonía de la clase dirigente, la cual incluye a prácticamente todo el espectro político abierto durante la transición.

Es por esto que tanto la derecha como la centro-izquierda neoliberal, se encuentran sumidas en la más profunda oscuridad. Estos, por supuesto, son momentos de confusión. No son capaces de entender lo que ocurre y sólo van intentando taponear los agujeros que la ciudadanía, más o menos organizada, ha realizado al sistema mediante el despliegue de demandas históricas que ponen en jaque la institucionalidad nacida de las brasas de la dictadura militar.

Hay que recordar que una crisis orgánica como la que observamos en Chile se encuentra bastante rastreada por diversas y diversos intelectuales.

Ha sido fijada como algo que se inauguró apenas restaurada la democracia en los años noventa. No es nada nuevo, diríamos. Había sólo un espejismo de felicidad.

Ya por los años noventa, un portento político como Gladys Marín, había puesto al descubierto, y denunciado a viva voz, las anomalías del ejemplar modelo chileno.

El sistema de pensiones, la precaridad de la salud, la privatización de la vida misma, etcétera.

Hay que revisitar el pensamiento de Marín pues allí se encuentran expuestos buena parte de los problemas que hoy parecen de sentido común. En tiempos convulsos, también, hay quienes tienen las ideas de vanguardia que luego se convertirán en los lugares comunes de otra época.

En este momento de crisis orgánica, cuando la clase dirigente se encuentra acorralada y amenazada, como un animal rabioso, recurre a su “numeroso personal adiestrado, cambia hombres y programas y reabsorbe el control que se le estaba escapando con una celeridad mayor que la que poseen las clases subalternas; hace incluso sacrificios, se expone a un futuro oscuro con promesas demagógicas, pero conserva el poder, lo refuerza por el momento, y se sirve de el para aniquilar al adversario”, eso nos dice Gramsci. ¿No es esto lo que ocurre en Chile ahora mismo?

En los estertores de un régimen que se acaba entramos en un momento aún más agudo de represión. Ingresamos a un territorio desconocido para una parte importante del conjunto social.

Un espacio reservado para los perseguidos de siempre, para los mapuche y los indígenas, para los inmigrantes, para los marginados del orden social establecido.

Los ojos robados y las vidas quitadas durante el 2019 son sólo una advertencia que profiere un régimen que se resiste a morir. El cambio de gabinete hay que enmarcarlo en este contexto, un intento desesperado de poner freno a los cambios que ya están en el horizonte de la gente común.

En los estertores de un régimen, quienes van cayendo intentan agarrarse con dientes y uñas a las orillas del despeñadero. Son los momentos más difíciles y peligrosos para quienes ya han levantado el vuelo para cambiar el orden de las cosas y forjar un nuevo conjunto de sentidos comunes que se transformarán, con el tiempo, en la hegemonía de su época.

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