Si le otorgamos a las encuestas algún crédito, mi primera reacción es de alarma, que la derecha llegue al gobierno es un retroceso importante para la construcción de una sociedad con mayor justicia social. Por otra parte, nos llama a pensar que si el ex Presidente tiene las mejores posibilidades para volver a La Moneda, se debe a sus propios artificios y a las acciones desajustadas de la centroizquierda, las cuales han contribuido para que esa situación pueda emerger nuevamente.
Las rencillas internas de la Nueva Mayoría y las del Frente Amplio, además, de las existentes entre ambos conglomerados, son causas que mantienen lejanía e indiferencia de la ciudadanía hacia el proyecto que encarnan, al menos es uno de los datos que entregan las encuestas. Una de las consecuencias de estas disputas es la visualización de la política como una práctica reservada para los privilegiados, en donde no hay debates de ideas, sino el despliegue de máquinas humanas y prácticas sociales que la ciudadanía condena.
Un ejercicio revelador consiste en preguntar y preguntarse cuáles son las diferencias sustanciales entre la candidatura de Alejandro Guillier y la de Beatriz Sánchez, tiendo a creer que las respuestas tendrán dos características: tienen diferentes matices en sus programas y sus proyectos son representados por dos grupos falsamente contrapuestos. Dicho de otro modo, en el espacio de las ideas, son más las coincidencias que las divergencias.
La ciudadanía tiene la certeza de que los pobres no serán los responsables de la instalación de la derecha en el poder ejecutivo, no serán los culpables si se produce una contra reforma, no serán los causantes de institucionalizar nuevas y antiguas políticas que benefician a minorías adineradas.
También tiene el convencimiento de que los pobres serán quienes sufrirán de manera directa las nuevas políticas públicas: la precarización del empleo, la reducción de la gratuidad en educación, la comercialización de la salud, la restricción de las libertades individuales, el crecimiento económico sin miramiento al medio ambiente, la profundización de las prebendas a los asesinos de lesa humanidad, y así, podría enumerar las características que identifican a la derecha chilena y que no pretende cuestionarse.
Crear condiciones que contribuyan a la unidad, es poner al centro la necesidad del otro, la urgencia del pobre, del inmigrante, de la mujer, de los niños, en definitiva, es bregar por el porvenir del pueblo, palabra que continua en desuso, pero que debería representar el sentir de quienes decimos habitar una opción ideológica que se moviliza por alcanzar la justicia social.
La izquierda como opción ideológica debería concentrarse en construir unitariamente un proyecto que ponga acento en los consensos sociales que van en dirección de construir una mejor calidad de vida para todos/as. Hoy, la posibilidad de profundizar reformas que van en esa dirección la tienen dos conglomerados (Nueva Mayoría y Frente Amplio) y el apoyo mutuo, a todo evento, va a requerir del esfuerzo, el talento y la humildad de ambos.
Lo original de esta elección presidencial es que no hay claridad sobre quien enfrentará, en segunda vuelta, a Sebastián Piñera, antecedente que nos sitúa en una disyuntiva. Con intolerancia y soberbia negar el apoyo de un candidato/a que tiene muchas similitudes con mi proyecto o promover la participación, pregonar el sentido al voto, dotarlo de contenido y comprometer trabajo y adhesión al candidato/a que tenga las mejores posibilidades para convertirse en la máxima autoridad de Chile.
En resumen, el encuentro entre Nueva Mayoría, Frente Amplio y las otras fuerzas que, legítimamente, concursan en la elección presidencial se construye desde ahora y no hay excusas para que no se materialice el próximo 20 de noviembre del 2017.
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