Los grupos hegemónicos -controladores de activos, empresas y bancos- desde hace décadas han propiciado que los gobiernos deben garantizar los equilibrios macroeconómicos básicos y evitar el empobrecimiento extremo de la población, mientras la tasa de ganancias tiene que satisfacer ampliamente sus inagotables requerimientos de acumulación de capital, cuyo volumen asegure sus planes de inversión y la distribución de utilidades que ha hecho que el 5% de los magnates más poderosos controle más del 50% del producto mundial.
Por supuesto, no se trata del Estado del Bienestar Social o el Estado Social y Democrático de Derechos como ha sido planteado en Chile por el Partido Socialista y otras fuerzas de izquierda, sino que como una serie de medidas que reducen la pobreza extrema de la mayoría de la población. Un paliativo. Que los ricos ganen mucho y los pobres no reclamen. Así conciben la paz social. La vieja tijera del depredador debe asegurar la tajada del león a los jerarcas de las finanzas y algunas gotas de chorreo para los demás. No lo reconocen, pero así se fermentan las revueltas populares que hacen tambalear países y regiones.
Diversos gobiernos, en el mundo, han seguido ese camino: morigerar la brecha social, pero en los inescrutables laberintos del sistema financiero global ocurre que el anhelado equilibrio de las finanzas públicas se aleja y no se resuelve. Las tasas de interés y los negociados exprimen los recursos de los países. Las consecuencias son mayor endeudamiento y reducción del gasto social. Finalmente, el Estado no tiene cómo asumir su tarea de bien común y la pobreza y las desigualdades siguen inamovibles. Es lo que sucede en la actual etapa de turbulencias por la que atraviesa el sistema neoliberal.
Además, lo esencial, es que esas decisiones son de un grupo de tecnócratas y financistas, las fuerzas sociales activas no son tomadas en cuenta como debiese ser. Pareciera ser que el balance estructural es un juego de intrincados cálculos que prescinde de la clase trabajadora y de los creadores de la riqueza social.
En Chile, Luis Emilio Recabarren, Clotario Blest, Exequiel Ponce, Manuel Bustos y miles de dirigentes de la clase trabajadora han luchado por ser escuchados; es fundamental que así ocurra. Es una tradición de unidad que une la tradición comunista, el humanismo socialista y el humanismo cristiano tras los intereses más auténticos del pueblo chileno. En el actual gobierno, la CUT liderada por David Acuña, a la cabeza de un equipo mayoritariamente socialista, logró instalar en la interlocución con el Ejecutivo, como también en el Parlamento, el concepto de trabajo decente reflejado en un gran esfuerzo político y legislativo para restablecer el valor del salario mínimo. Es un avance, sobretodo porque ha logrado superar la invisibilidad que imponen los medios hegemónicos a las demandas del sindicalismo en nuestro país.
Asimismo, se legisló y está en implementación la jornada de 40 horas y se ha planteado el objetivo de lograr la negociación colectiva por rama de la producción con el fin de mejorar las remuneraciones y condiciones laborales, así como el fortalecimiento del sindicalismo. Son logros significativos que hay que cuidar cada día porque el sector empresarial apenas puede revierte esos procesos y la clase trabajadora vuelve a encontrarse con las manos vacías. Por eso, es tan relevante fortalecer la organización sindical.
La patronal no quiere a los sindicatos. Los soporta porque no puede disolverlos o reprimirlos como pasó bajo la dictadura. En esta realidad, fortalecer el sindicalismo, robustecer los diversos liderazgos, prestigiar su labor colectiva y sus movilizaciones en pos de los derechos laborales son parte del gran esfuerzo de darle a Chile una democracia robusta, participativa y digna.
Ahora, ante las elecciones presidenciales, se abre un período de debate. En este contexto, hay que abogar para que los intereses de los protagonistas del proceso productivo sean debidamente respetados. El trabajo social debe estar en la columna vertebral de las políticas públicas. Ese es el centro de una mirada progresista. Valorar a la clase trabajadora. Basta de actuar como en un casino, en que el valor del trabajo es lo que menos importa. Los que trabajan no pueden ser parias sin destino.
El objetivo de una sociedad democrática incorpora la tarea que los y las trabajadores sean respetados y se les reconozca su aporte trascendente en la realidad social del país, por ello, deben ser parte integrante de los propósitos y las metas de las políticas públicas, especialmente, si en el Estado están presente las fuerzas que luchan por la dignidad y la justicia social.
En suma, el trabajo social es lo fundamental y no lo es la especulación que asegura la ganancia fácil, por eso, no hay que confundirse, la jibarizacion del Estado conlleva la disolución de los grandes objetivos que deben unir a la comunidad nacional. Ese peligro reflota con quienes gobernaron con la dictadura. Ayer dijeron que extirparon de raíz el cáncer marxista, ahora pretenden pasar una "tijera de podar". El odio anti popular no ha cambiado.
Ante la aguda división impuesta por la acción de la dictadura, asegurar que Chile siguiera unido fue tarea esencial de la Concertación por la Democracia. Seguir con la tijera de podar dictatorial, dividiendo el país hasta sus cimientos, era un crimen contra la nación. Nuevamente, esa voluntad de unir a Chile y ser parte del esfuerzo colectivo del país se juega en los próximos comicios. No se requiere la tijera del depredador. Es la unidad en torno a objetivos programáticos compartidos porque Chile esta primero.
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