En 1986, Ted Kennedy ingresó a Chile invitado por la oposición al gobierno de Augusto Pinochet organizada en la Alianza Democrática, entre cuyos líderes se encontraba el fallecido Gabriel Valdés. Obviamente, la visita no era del agrado del régimen ni de sus partidarios quienes, a las afueras del aeropuerto, golpearon con palos y piedras el auto en que se trasladaba el político estadounidense, quien en apoyo a la disidencia, exigía el fin de la dictadura, elecciones libres y el respeto a los derechos humanos.
En relación a lo anterior, es imposible no establecer un símil entre la Alianza Democrática y el Movimiento Cristiano de Liberación cubano. Por eso, el que a Mariana Aylwin se le haya impedido ingresar a Cuba para recibir un premio a nombre de su padre, es relevante pues denota la incoherencia generalizada de una gran parte de la izquierda chilena con respecto a la defensa de los derechos humanos en la actualidad. Por eso el episodio incomoda fuertemente.
No porque ponga en riesgo la alianza DC-PC como algunos acusan, ni porque desestabilice o provoque al régimen cubano, sino porque muestra la vigente ambigüedad moral de una parte de la izquierda frente a ciertas dictaduras. Vaguedad que se ve reflejada en la opinión de varios miembros de la Nueva Mayoría frente al hecho.
El impasse desviste la histórica gran mascarada de la izquierda chilena frente al régimen cubano, cuyo carácter dictatorial ha sido justificado o avalado por ésta bajo diversos eufemismos, como que Cuba es una democracia distinta, un proceso muy particular o una especie de David frente a Goliat. Pero Internet ha roto el cerco mediático y comunicacional con que el régimen y sus partidarios construyeron por años una imagen que no era tal.
Después de más de medio siglo de sistema comunista bajo los hermanos Castro, para nadie es una novedad que en la isla caribeña hay una dictadura, salvo para los más acérrimos partidarios de la misma. Porque no debemos olvidar que hasta hace muy poco, literalmente, los cubanos no podían salir de la isla sin permiso del gobierno.
Hasta ahora, tampoco pueden expresar cuestionamientos, ni fundar medios opositores, ni hacer arte crítica del régimen, ni desafiar al poder organizándose en algún partido que compita con el monopólico partido comunista, sin esperar alguna clase de amedrentamiento, la condena al ostracismo, la expulsión de la universidad o el exilio.
Todo, bajo el mismo argumento de Trump que las JJCC hoy cuestionan: la seguridad interna del Estado. Doble moral por donde se mire.
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