La diferencia entre perder y ser derrotado

Dejarse absorber o integrarse con peso propio. La derecha se tiene que acostumbrar al hecho de que se ha dirimido en el presente un debate sobre el liderazgo en el sector. Como no había acuerdo, porque los republicanos criticaban el proceder de la centroderecha, se buscó dirimir en base al apoyo conseguido y fue lo que se produjo. Chile Vamos resintió el impacto de su desempeño en la campaña presidencial y de la reducción de sus representantes en el Parlamento. Su dirigencia pensaba que podría compensar un mal resultado presidencial con un reforzamiento de sus bancadas, pero nada de eso se produjo y el PDG les arrebató un margen vital.

El resultado fue que la centroderecha perdió poder y más si se lo compara con sus socios, que toman el relevo en la conducción, hoy en la derecha y mañana, esperan, ocurra lo mismo con el país. Ante esta situación hay dos caminos posibles.

La solución más simple, y también la más torpe, es acomodarse por completo a los acontecimientos, negociando con los vencedores su incorporación a la campaña primero y, se espera, al gobierno después. Como se había sostenido hasta el día anterior que la diferencia entre las derechas era de "proyecto político", y esa no es la forma de golpear la puerta para que te abran, lo mejor es olvidarse del asunto y proceder a una integración en un solo conglomerado, que es una forma elegante de ser absorbidos por las estructuras del socio en el territorio y por las propuestas del ganador en cuanto a las ideas.

La segunda opción, que requiere más talento, consiste en negociar una integración, consiguiendo modificar el programa y permitiendo que se integren ciertas políticas que le posibilite respirar con sus propias iniciativas y, al mismo tiempo, mantener una cierta autonomía a la espera de mejores días.

La vuelta del perro como estrategia política

La verdad es que la única alternativa viable es la segunda, desde ahora para los valientes, pero finalmente para los pragmáticos. La indecorosa genuflexión ante los vencedores del día es pasar de una elección "perdida" (para exagerar) a una derrota asumida como definitiva.

En la derecha se quisiera emular a la Concertación, con sus gobiernos de continuidad y su largo reinado, pero lo cierto es que, después de ella, los ciclos siguientes han sido más cortos. Ha sido más fácil llegar al poder que conservarlo y aunque ilusionarse es gratis, la disputa por el poder no toma vacaciones. Hasta los más timoratos y propensos a la rendición como medida preventiva podrán comprobar que Chile Vamos tiene fuertes bastiones donde predomina o donde se puede esperar una rápida recuperación. Allí no tiene sentido ceder.

El debilitamiento estructural de los partidos puede que sea continuo, pero tampoco es un misterio la forma como pueden reciclarse y ponerse al día. Y lo que fue descuidado por irresponsabilidad es sensible a un trabajo de reforzamiento.

Sobre todo, la fuerza de lo que hoy conocemos como Chile Vamos no corresponde a los resultados electorales, sino a la necesidad política de su subsistencia.

Hay dos formas de constituir mayorías políticas: por la vía de que un sector consiga una amplia mayoría presidencial y parlamentaria, convirtiendo en un asunto interno el dar respaldo a las políticas de gobierno; o, por la vía de establecer acuerdos transversales entre adversarios políticos que logran espacios de acuerdo y pactos de gobernabilidad. Es decir, estableciendo un escenario en que los socios también están al frente y permiten controlar las disidencias que siempre existen en los dos lados de la cancha.

El Partido Republicano representa la primera opción y la centroderecha la segunda. Si esta última claudica, lo único que conseguiría es que la tarea de llenar el espacio, dejado de lado por insensatez, empezara lentamente a ser reconstruido hasta llegar, al cabo de unos años, al mismo punto en que hoy nos encontramos. Coloquialmente a este procedimiento se le dice en Chile "la vuelta del perro".

Un regreso al punto de partida no puede ser considerado el mejor método disponible para avanzar y por eso, las conducciones renovadas de los partidos de centroderecha terminarán por combinar lo que esperan sea la participación en un gobierno y su potenciamiento estructural y político. Algo que es un trato mucho más deferente del que recibieron por su parte cuando las posiciones estuvieron intercambiadas. Combinaciones hay múltiples, pero la dirección es la misma.

¡Vivan los demócratas liberales!

El problema con Chile Vamos no es lo que ha hecho bien, sino lo que ha dejado de hacer. Lo que le ha fallado es la cúspide. Pueden cambiarle el nombre si eso les hace sentir mejor, porque todos tienen derecho a decirle pingo a su caballo, pero eso no quita que siga siendo sospechosamente semejante en cualquier caso.

Cuando una derrota es superior a sus líderes y estos se mantienen solo cuando se va ganando, entonces se tiene administradores, pero no verdaderos guías.
Desde el punto de vista del bien común del país, lo que más importa es que si la centroderecha no existiera habría que inventarla por las mismas razones de que la centroizquierda es imprescindible: porque conforman mayorías transversales que hacen solidos y perdurables los cambios que se instalan.

Cualquiera sea el país que tenga el lector como su imagen preferida de nación exitosa siempre resulta ser uno donde se colabora más por parte de sus principales actores políticos y sociales. En cambio, a los países que se conocen como "Estados fallidos" se les llama así porque siempre estar andando y desandando el mismo camino dependiendo de quien esté por corto período en el poder.

También en Chile lo perdurable ha sido una labor conjunta de mayorías estables que resisten la oposición de minorías radicalizadas a ambos lados. Los republicanos tienen la oportunidad ahora de hegemonizar a la derecha intentando el camino alternativo de imponerse a sus adversarios. No lo consiguió en la primera vuelta presidencial, ni tampoco en la parlamentaria, por lo que, una vez más, una mayoría mínima en el Parlamento daría sustento inestable a un gobierno al que contagiaría de inestabilidad.

Nos debiera preocupar la instalación de una visión monocolor de Chile y que, desde el poder, una sola imagen del país sea aceptada como legítima. Sería como intentar ponerle a la nación una camisa de fuerza. Me temo que la intransigencia nos pudiera traer conflictos nuevos que no hemos tenido en un clima de respeto mutuo. Chile no cabe en la mente de ningún fundamentalista ni de ningún sectario.

Nada más distinto de lo que ha representado Chile Vamos en su historia. Lo que viene no es ni la vuelta al pasado ni la repetición del presente. Es un nuevo punto de partida. Lo mejor de este sector ha sido liberal y su ausencia sería una tragedia.

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