La dignidad de la derrota

En las recientes elecciones del Partido Socialista, ha deslumbrado con inusitado fulgor un tipo de conducta política que, aunque vieja como la política misma, igualmente ha pretendido cubrir de una pátina de sospecha el prestigio democrático de la institución: no querer reconocer la derrota.

Aún cuando asoman con gran evidencia los resultados, se intentan resquicios legales, estatutarios, normativos y reglamentarios para ver si es posible que la presión mediática pudiera torcer la decisión mayoritaria de las y los militantes por una de las listas en competencia. Si es necesario contar cien veces los votos, habrá que hacerlo, pero en números gruesos, no se modificará la voluntad mayoritaria de las y los socialistas. 

La lucha por el poder interno del PS ya no puede admitir comportamientos tan abyectos. Nuestros ideales y la batalla principal frente a un gobierno que pretende desmantelar las conquistas que hemos logrado para las grandes mayorías nacionales, exigen más nobleza al interior de nuestras filas.

Perder no constituye un demérito, y hacerlo con dignidad engrandece en la derrota. Pretender transformar comunicacionalmente una derrota en un triunfo, es una tecnología política válida, pero no cuando se hace desde la mala fe. 

Probablemente, el sistema electoral “parlamentario” del PS no contribuya a aclarar mucho las cosas. La cultura chilena tiene arraigado el sistema presidencial donde el que saca un voto más, de forma individual, es el ganador. El sistema indirecto y “parlamentario” del PS hace que un cuerpo colegiado cumpla la labor de decidir sobre sus autoridades. De ahí que, el resultado electoral de la estructura colectiva, es decir de una lista en competencia, sea lo que determine la composición de la dirección partidaria. 

La naturaleza del sistema electoral, pone entonces prioridad en el proyecto colectivo por sobre el proyecto individual. Maya Fernández obtuvo un gran resultado individual, que felicito, pero su estructura colectiva un resultado un tanto más modesto. De hecho, las mujeres que la acompañaron, quedaron en un total abandono con magros resultados. La idea de que cada militante estuviera obligado a votar por un hombre y una mujer, tenía el propósito de garantizar un caudal electoral importante para las mujeres de las listas, y avanzar en paridad y legitimidad.

Una vez cerrado este proceso, comenzará nuevamente el debate sobre el sistema electoral. Porque si el “sistema parlamentario” del PS sigue siendo incomprendido por la gran mayoría, y utilizado de forma torcida por una minoría, habrá que volver a pensar en la elección directa: quien saca un voto más es el que gana, y se sabe la misma noche de la elección. Certeza inmediata para todos.

Sin embargo, sea el sistema que sea, de formas distintas, la mayoría siempre se expresa. Es lo que corresponde en democracia. Quienes hemos ganado y hemos perdido lo sabemos, pero en ningún caso puede romperse el código que mantiene y resguarda la integridad de las y los socialistas.

Para el futuro una sola lección: aprender a perder con dignidad.

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