La discusión sobre el “Centro”


Vuelve a repetirse la discusión sobre la definición de “centro” en la contingencia política, debe ser ya la millonésima vez que se repone este debate en relación al rol de la DC, y que se pretende definirlo con un criterio geográfico, es decir, una especie de “punto neutro”, en el medio, entre la izquierda y la derecha, sin contenido propio, sin alma, vacío de identidad.

Lo llamativo es que quienes se autodefinen de centro se encasillan de ese modo, cómo el ex senador Walker, al decir que la DC “nunca” será de izquierda, por lo demás, a él no se le pide que lo sea, pero esa urgencia de adquirir identidad desde una negación, ese “nunca” es manifestación de un deseo, pero en los hechos es un vacío de principios que no había tenido la intensidad que hoy ha alcanzado, incluso propone cambiar el nombre que dio identidad a la DC, por el término “partido democrático de centro”.

Así no hay solidez conceptual en la acción política, está sigue siendo una de sus fragilidades esenciales, el hecho que sus definiciones evitan pronunciarse en el terreno de los valores, de las convicciones y proyectos de sociedad para refugiarse en un ámbito sólo instrumental, de intereses de corto plazo, a lo sumo un “anti”.

Es lamentable que esta manera de entender la política se haya arraigado de forma tan profunda en protagonistas significativos de la situación nacional. Se piensa que la indefinición en las ideas es una virtud. Pero no es así, la fuerza de las convicciones es y será el alma de la acción política, aunque en las apariencias del día a día no lo parezca.

Hace 30 años, al postular a la Presidencia de la República, Patricio Aylwin, señaló que la DC era un partido de “centroizquierda”, con lo que claramente estaba enviando una potente señal al país, tenía como significado situarse al frente de la derecha, indicar que entre la libertad y la opresión no era posible un término medio, que no había un “centro” creado artificialmente, que para Chile la opción era inequívoca: la democracia.

Aylwin, con la lucidez que lo caracterizó como líder de la Concertación de Partidos por la Democracia, entendía claramente que -sobretodo- por la confrontación entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular en los 70, que influyó en forma determinante en la instalación de la dictadura, su liderazgo nacional debía unir a una amplísima mayoría ciudadana, que traspasaba y reconfiguraba los alineamientos existentes, con el objetivo de derrotar el autoritarismo dictatorial, asumiendo sin dobleces ese objetivo. 

Así, con categoría y eficacia logró unir el país y anular la estrategia de Pinochet, que se refugió en los enclaves autoritarios y el respaldo del empresariado que había medrado al amparo del terrorismo de Estado, la pretensión del ex dictador era que la inestabilidad social generara ingobernabilidad política para imponer una regresión autoritaria.

Por las convicciones valóricas que Aylwin puso en tensión y que lo orientaron en esa compleja etapa, como cuando - por ejemplo - formó la Comisión Rettig para investigar las violaciones a los Derechos Humanos, pudo conducir la transición democrática y asegurar la continuidad del Estado desde la dictadura a la democracia, con la claridad y el respaldo que tuvo en el país. 

En el Congreso del Partido Socialista, en La Serena, en diciembre de 1992, el entonces Presidente Aylwin, en un discurso histórico, al valorar con vehemencia los avances de ese período y hacer un balance político de la contribución de los socialistas a su gobierno, fue aplaudido de pie por los centenares de congresistas del Partido allí reunidos.

En la perspectiva del tiempo queda más que claro lo absurdo que hubiera sido que, ante el dilema histórico planteado, el ex Presidente Aylwin se declarase de “centro”, una especie de figura neutra, “equidistante”, un seudo árbitro, ni con la dictadura ni con la democracia, esa falacia conducía a un absurdo conceptual y en la política práctica a la inconsistencia y el descrédito total.

Pero también había otro esquema, ya en 1989, el propio Genaro Arriagada intentó oponerse a la opción de una candidatura única contra el continuismo dictatorial y trató sin éxito de demostrar que lo mejor eran dos postulaciones presidenciales de las fuerzas opositoras a la dictadura. Menos mal, tal estrategia no tuvo acogida.

Ahora postula “bloques”, o sea, un quiebre permanente de las fuerzas de centroizquierda. Con ese esquema que coagula la división de la oposición, existen incontables países con partidos reformistas, progresistas o democráticos de izquierda que no llegan a gobernar porque están separados por choques y pugnas subalternas que lo impiden. 

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