En entrevista al diario El País, Noam Titelman sostuvo que "el progresismo chileno abandonó al sujeto popular de identidad cristiana", recomendando una revisión de las tendencias que han llevado hoy al Frente Amplio a desvincularse de esa visión de mundo. Al respecto, sostuvo que la Nueva Mayoría no había errado en su estrategia de ascensión al poder. Es decir, juntar en un solo bloque a todas las corrientes autodefinidas como progresistas. El asunto es que durante la entrevista no se brindan luces respecto al para qué. Quedando la mirada adscrita a un análisis de la conducta en las últimas elecciones, lo que demostraría la necesaria atención "instrumental" del social cristianismo.
En esa perspectiva, el estudio de la administración del poder se limita sólo al acceso al mismo, sin sentido político. Esta mirada respondería a una "evolución política" desde un progresismo entendido como un avance en materia de autonomía subjetiva de los individuos, por medio del proceso identitarios en una definición programática de intereses comunes, tras acuerdos políticos de distintas fuerzas que consigan representar a mayorías por medio de acuerdos circunstanciales.
En definitiva, no hay reflexión de medios y fines, sino que el eje argumentativo son los medios para alcanzar el poder sin relevar el para qué. En tal sentido, la vigencia del ideario socialcristiano sería una evidencia que debe "capturarse", sin consideraciones respecto a su visión de mundo, su rechazo al relativismo axiológico en general, ideal político-doctrinario, su relación con la moral y, mucho menos, el mensaje apostólico.
Es decir, así como se han sumado a los grupos de ciclistas, animalistas, entre otros colectivos, se debe sumar (no integrar) los "votos" de los socialcristianos. Imaginamos que una perspectiva transaccional de espacios de poder, más que en un diálogo conducente al encuentro entre distintas visiones de mundo.
En tal sentido, intentando representar el pensamiento personalista-comunitario, este se inserta entre las ciencias morales y el debate político, es decir, reconoce un "deber ser". Si asumimos la racionalidad -desatendida en la posmodernidad-, desde Aristóteles se comprende a la razón como un elemento que caracteriza y eleva el debate público en el Ágora (espacio de la ciudadanía).
Ese lineamiento, enriquecido por muchos autores durante el transcurso de la historia abrió el camino para comprender la dignidad humana. Intangible, anclada a la naturaleza humana, indivisible y que legitima las normas imperativas de protección de todo ser humano. Esta perspectiva se plasmó gracias a la corriente de pensamiento contemporáneo personalista que emanó principalmente del cristianismo. En efecto, pensadores como Péguy, Mounier, Maritain, Lacroix, Sheler, Millán Puelles, entre otros, dieron los contornos de un pensamiento que da fundamentos a la política tras principios tales como el bien común, los que han irradiado doctrinas como la Economía Social de Mercado.
Por ello, la mirada que pretende reducir o instrumentalizar el cristianismo político, como pareciera sugerir Titelman, a la mera autoidentificación de las personas con la fe cristiana resulta una estrategia plausible desde lo táctico o transaccional, pero extremadamente superflua desde los contenidos programáticos y, sobre todo, formas y fondo de entender la realidad social y política. Esta requeriría -desde el pensamiento cristiano- coherencia a ciertos principios rectores (por ejemplo, la verdad), por tanto, límites al relativismo axiológico, una sujeción de la autonomía del subjeto -individuo- a una visión de bien común, entre otros elementos que le dan sentido político a la cristiandad.
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